Condenados a no ver las 6.000 estrellas que brillan sobre Granada
Astronomía ·
Un libro de la investigadora granadina Alicia Pelegrina advierte del peligro de la contaminación lumínica, al subir un 2% anual la intensidad del brillo del cielo nocturnoFue Borges quien dijo aquello de que «exista el cielo aunque nuestro lugar sea el infierno». No sabemos si el autor de 'El Aleph' o ' ... Ficciones' estaba pensando en la contaminación lumínica, pero desde luego el adagio no puede ser más acertado si ponemos los pies en tierra firme. Porque no hablamos de algo menor. La ciencia estima que el brillo de los cielos nocturnos crece en torno al 2,2% en aglomeraciones urbanas como la de Granada. Este es uno de los datos que aporta el libro '¿Qué sabemos de la contaminación lumínica?' escrito por la investigadora del Instituto de Astrofísica de Andalucía, Alicia Pelegrina, y que acaba de ser editado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
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No es la única cifra para la reflexión en esta completa obra de Pelegrina, doctora en Ciencias Ambientales por la Universidad de Granada. El ochenta por ciento de la población mundial sufre este problema, un porcentaje que se eleva hasta el noventa y nueve por ciento en Europa y Estados Unidos. Es decir, en territorios como la provincia de Granada. «Sin embargo –reflexiona Pelegrina– más de mil trescientos millones de seres humanos no tienen acceso a la electricidad». ¿Y qué nos estamos perdiendo? Pues, por lo pronto, la visión de unas seis mil estrellas entre la primera y sexta magnitud estelar –la 'magnitud estelar' es una escala para clasificar los astros sin necesidad de utilizar el telescopio–.
Pero vayamos en primer lugar con las causas. Con todos esos factores que influyen en que cuando elevamos la mirada por la noche, parezca a veces que estamos de día. El principal motivo, según explica Alicia Pelegrina, es el alumbrado exterior que no solo se asocia a las calles y las carreteras, sino también a las vías peatonales y parques, los recintos deportivos y de recreo, los polígonos industriales y todos esos haces que se proyectan sobre monumentos, estatuas, edificios y centros comerciales, o los que se emiten desde los propios escaparates. Pero lo más preocupante es que no paran de surgir nuevas fuentes como la que emana de la agricultura bajo plástico, los invernaderos.
Estudios asocian el fenómeno con insomnio, alteraciones alimenticias y enfermedades cardiovasculares
No es muy complicado hacerse una idea de lo que estamos hablando. Basta con asomarse a la ventana a partir de las nueve de la noche o, si lo prefiere, darse un paseo por las inmediaciones de Granada.Puede subir, por ejemplo, hasta la Silla del Moro. Un paseo agradable hasta el Cerro del Sol, ese por el paseaba Muley Hacén, donde podrá contemplar el espectáculo de la Alhambra, pero también esa especie de aureola blanquecina que se pierde en el horizonte.
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Y no, no hablamos tan solo de consideraciones estéticas o incluso existenciales –fijar la atención en el firmamento puede resultar una auténtica lección de vida–. Hablamos de enfermedades. «Nuestro organismo –asegura Alicia Pelegrina– tiene un reloj interno que regula una serie de parámetros fisiológicos que no son constantes, ya que varían en función del horario diurno o nocturno». «Estas fluctuaciones –prosigue– que se repiten cada veinticuatro horas se conocen como ciclos circadianos». «La secreción de cortisol, la hormona que nos hace estar estresados o enfadados con todo el mundo, está controlada por este mecanismo y es mayor cuando nos levantamos que cuando se pone el sol», dice Pelegrina. La melatonina o la presión arterial también responden a estas variaciones a través de las señales que nos llegan por mediación de nuestros ojos.
Reloj biológico 'loco'
«Sin embargo –añade la experta del Instituto de Astrofísica de Andalucía– nuestra sociedad nunca duerme por esta alteración que supone el abuso de la luz artificial». Nuestro reloj biológico se vuelve loco, un caos que se conoce como cronodisrupción. Muchos estudios asocian este fenómeno, dice Pelegrina, con la aparición de enfermedades cardiovasculares, insomnio, falta de concentración, infertilidad, alteraciones alimenticias e incluso algunos tipos de cáncer como el de mama, próstata o tiroides.
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La afectación trasciende al deterioro de la salud. La iluminación natural es «como un árbitro que garantiza la buena marcha del partido; en el caso de los animales controla mecanismos y funciones como la reproducción, la búsqueda de alimentos o la floración». Toda esa refulgencia en la necesaria oscuridad rompe patrones y desequilibra los ecosistemas. Las tortugas, al nacer, confunden las farolas de los paseos marítimos con la Luna sobre el mar, ponen el rumbo equivocado y terminan siendo víctimas de predadores o de la deshidratación.
Las luciérnagas están desapareciendo por la sobreiluminación. Porque los machos son incapaces de encontrar a las hembras y cada vez nacen menos crías. Las aves migratorias ven alterada su hoja de ruta desorientadas por la claridad de las grandes urbes. Los insectos son muy vulnerables. Algunos identifican la luminiscencia como algo seguro. Por eso quedan cautivos dando vueltas en torno a los faroles, y acaban muriendo tras quemarse con bombillas calientes o sencillamente por agotamiento.
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Fuentes de la contaminación lumínica
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Farolas El alumbrado no optimizado es la principal fuente de contaminación lumínica.
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Recintos deportivos Los espacios para la práctica del deporte a cielo abierto también ensucian el cielo.
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Monumentos La iluminación de monumentos, estatuas y edificios generan haces que se pierden en el cielo.
También tiene una incidencia muy desfavorable para la ciencia. Concretamente para la investigación astronómica, que es imposible sin la luz, la principal manera de conocer el universo. «El cosmos –refiere Alicia Pelegrina– se comunica con los astrónomos a través de mensajes en forma de luz». Se basa en observar un objeto celeste y medir la cantidad de destello por intervalos de longitud de onda. Cuanto mayor sea el velo, menor será el contraste entre el color de fondo de la bóveda y lo que se está mirando. Como consecuencia de ello, solo se registran cuerpos extremadamente refulgentes y nos perdemos el resto. Y es que, a juicio de Pelegrina, es un error de bulto desdeñar el trabajo que se hace en los observatorios. «Muchos de los grandes avances que hemos experimentado como sociedad en las últimas décadas surgen ahí». Los sensores CCD que sustituyeron al ojo como detectores en los telescopios acabaron con los carretes de fotos y se implantaron en nuestras cámaras y en los teléfonos móviles que todos llevamos en nuestros bolsillos.
«Ojalá –concluye Pelegrina– se imponga una evaluación de los peligros de la contaminación lumínica y todo ello nos lleve a reclamar un cambio de modelo de alumbrado más eficiente y respetuoso con el medio ambiente, entendiendo que el bienestar personal está relacionado con el bienestar del planeta».
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Instituto de Astrofísica y Ayuntamiento valoran cómo atajar el problema
A pesar de que la contaminación lumínica es un problema social, el grado de concienciación ciudadana es bajo. No se valora el impacto en la salud, en el equilibrio de los ecosistemas y en la observación astronómica. Quizá, por esta razón, el grado de implicación de las administraciones no es el deseable. En el ámbito local, según la investigadora Alicia Pelegrina, «tanto la alcaldía como la concejalía de Medio Ambiente están mostrando una especial sensibilidad con este tema y se está trabajando en posibles líneas de colaboración entre el Ayuntamiento de Granada y la Oficina de Calidad del Cielo del Instituto de Astrofísica de Andalucía».
Según Pelegrina, atajar este exceso de luz en los cielos nocturnos no requiere de «grandes desarrollos tecnológicos o avances científicos». «Las soluciones están ahí, encima de la mesa, y todo pasa por un cambio de concepción que solo podemos conseguir a través de la sensibilización ambiental o la divulgación científica, es decir contar ciencia para generar conciencia».
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