Las campanas escondidas de las ocho
Martes, 26 de mayo 2020, 01:28
Desde que se inició la crisis sanitaria, cada tarde a las 20 horas suenan unas campanas en el Realejo. No son las de Santo ... Domingo, y tampoco las del convento de Santiago. Podemos decir, apelando al clásico adagio, que los granadinos del Realejo oían campanas, pero no sabían dónde. Pero ahí están, cada tarde en el momento en que se homenajea a los sanitarios. Proceden de los aledaños de la Casa de los Tiros, de una vivienda edificada donde estuvo la iglesia y el cementerio de Santa Escolástica. Son unas campanas con una sonoridad muy especial, un sonido que se mantiene en el aire segundos después de haber sido tañidas, y que hacen una extraña mezcla tímbrica con los aplausos, cada vez menos estruendosos, por cierto. La responsable de este milagro sonoro se llama Encarnación Ocaña, y es, por encima de todo, artista.
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Lo es porque aunque nació en una posguerra muy difícil y tuvo que trabajar mucho antes de poder estudiar –hoy es licenciada en Bellas Artes–, Encarna siempre tuvo el arte en las manos. «Recuerdo cuando era muy pequeña, cómo dibujaba caras felices con el barro de los charcos al secarse y un palo». Nacida en la localidad de Beas de Granada hace 66 años, ha sido capaz de ser quien ha querido, con el aliento de Guillermo, su marido, y sus tres hijos, todos ellos músicos –Encarna, violinista y profesora; Sandra, mezzosoprano, violinista y pianista, y Guillermo, chelista–. Para ello, ha tenido que luchar en una existencia que se reparte entre España y Luxemburgo, y que no fue nada sencilla.
Las once campanas que integran este proyecto se fundieron hace ya varios años, tras más de una década de trabajo. Son un homenaje a las mujeres de su familia, especialmente a sus dos abuelas, cuyos rostros se reflejan en las piezas. «Fueron mujeres muy luchadoras, que tuvieron que hacer frente a las dificultades de la época más complicada que ha vivido España en su historia reciente, sin contar la que ahora vivimos, y que tanto me preocupa». La artista reconoce que «mis campanas son una llamada a la oración, al pensamiento y al recogimiento. Un homenaje dedicado a todos los fallecidos en estos momentos en los que un virus nos recuerda que no somos inmortales y necesitamos la unión y colaboración de todos para volver a la vida real».
El proceso de creación de las mujeres–campana ha sido largo, desde su concepción inicial y la evocación de quienes al fin y al cabo fueron mujeres del pueblo, hasta servir como soporte a sus particulares conciertos. Con ellas, Ocaña explora las posibilidades del bronce creando unas figuras con trípode y péndulo, que esperan el momento en que despierte su sonido más íntimo y el mensaje que quieren transmitir. La música (tan importante en la trayectoria vital y artística de la escultora) se hace presente en la instalación, ya que esta colección de campanas comenzó siendo tocada en directo en los conciertos de Guilermo, en su proyecto musical 'Luces y sombras', que está recorriendo España y Europa desde el año 2013. El propio chelista las hacía sonar, convirtiéndolas en nexo de unión entre los distintos bloques sonoros de esos conciertos, que normalmente se desarrollan en iglesias y claustros de monasterios.
Nueva luz
Ahora, esta representación de las mujeres que han formado parte esencial en la historia de su vida ha visto de nuevo la luz, tras permanecer unos meses en el almacén donde guarda muchas de sus obras. Encarnación Ocaña reflexiona sobre ello: «Granada y la buena gente que forma parte tanto de la Escuela de Arte como de la Facultad de Bellas Artes, me han permitido sacar lo que tenía dentro, que no era otra cosa que ese afán por crear para motivar. Si un creador no tiene la capacidad de liberar las sensaciones del espectador de su obra, pienso que no cumple su función adecuadamente». En este mismo sentido, añade:«El arte tiene que abrir caminos para la reflexión, para la unión incluso. Todos estos días en que he tocado las campanas con el acompañamiento de los aplausos me han ratificado en la idea de que nuestra unión en torno a un fin concreto, en este caso, superar la pandemia y volver a nacer como país, es una de las mejores formas que tiene el arte de ser útil».
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Encarnación Ocaña siempre ha huido de los focos. Se los deja a sus hijos, más acostumbrados a ellos. Pero tiene una importante trayectoria detrás, con exposiciones en algunas de las salas más importantes de la provincia. «Siempre he querido aportar luz y color con mi trabajo. Y en este caso, si además de color y este homenaje a quienes han marcado mi vida, puedo elevar al cielo una plegaria por todas las personas que hemos perdido en esta pandemia, me siento feliz».
Las manos de Encarna han dibujado en estos últimos años una serie de esculturas de gran tamaño, que forman parte de la serie 'Espacio de meditación', instrumentos para ser colocados en lugares que tengan un alto valor simbólico. En fecha muy reciente, ha recibido respuesta de un pueblo de los Pirineos donde se alberga un proyecto para crear un parque escultórico vinculado a la espiritualidad, sin importar credo, y donde estas creaciones podrían colocarse. La artista cruza los dedos para que pronto se convierta en realidad.
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