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Relatos de verano

Bendita serendipia

Manuela Moriana Moles

Lunes, 18 de agosto 2025, 00:27

El día amaneció errático y denso como el plomo. Más tarde comprendería que el errático era yo. Enfundado en mi eterna cazadora y retorcida la ... bufanda alrededor del cuello, crucé la calle en dirección a la estación Avenida de la Paz, de la línea 4 del metro. Irónico nombre, cuando me esperaba mi mayor batalla hasta el momento. Mi intención era llegar a la oficina a la hora establecida, pero el primer café de la mañana me había demorado más de la cuenta, así que decidí buscar un atajo siguiendo mi radar interno. Hacía poco tiempo que me había mudado a Madrid. Mi perfil como programador Big Data en una red social de empleo, hizo que pronto llamaran a mi puerta virtual, para ofrecerme un trabajo en La Capital y así hui de Granada, porque yo siempre acabo huyendo.

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Mi radar interior falló y me llevó a un callejón sin salida, maldije mi autosuficiencia. Al fondo, en un muro de décadas de descascarillamiento y nauseabundo olor a meados viejos, alguien había escrito un grafiti:

NO ERA POR AQUÍ,

PERO YA QUE ESTÁS AQUÍ

PIENSA

Las letras eran rojas y desiguales, pintadas, que no escritas, con la inaplazable urgencia de la desesperación. A pesar de la aspereza, se podía adivinar la mano de un artista furioso de trazo firme y refinado aerosol, quien de pronto decidió romper las reglas de la equilibrada tipografía e imprimirle, a cada letra, la obsesiva determinación de quien despierta con prisa a la realidad que ha dormido demasiado. Al menos, eso es lo que pensé cuando me sorprendí temblando en ese fétido callejón y también, como establecía el imperativo del grafiti, pensando.

–No quiero verte triste, Diana. Hemos decidido lo mejor. No puedes abandonar tus estudios ahora. Eres demasiado joven, ten en cuenta que te saco siete años. He visto a mucha gente que decide posponerlos por una eventualidad y nunca los retoma. Acabarías arrepintiéndote y me odiarías.

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–¿Llamas eventualidad a un hijo? Es ahora cuando te odio.

–Anda, mujer… Mira, cuando estés recuperada y yo establecido en Madrid, compraré unas entradas para ver 'El Rey León' un fin de semana. Verás que cuando vengas a visitarme disfrutaremos mucho. Madrid tiene una oferta cultural impresionante.

Todavía recuerdo cómo me miró Diana cuando nos despedimos en una habitación del hospital, conocido popularmente como PTS de Granada. Su mirada trataba de perdonarme, pero la ira cansada de sus ojos, todavía quemaría durante mucho tiempo. Fue una compañera de trabajo quien me acompañó al musical. Diana estaba muy concentrada con los exámenes y no pudo acudir ese fin de semana. De hecho, no me visitó ni una sola vez. Pero allí estaba yo, delante de un callejón que se había plantado entre mi huida y mi persona, con el corazón arritmiado, una ausencia a justificar en el trabajo y bajo el efecto de una fuerza de procedencia desconocida que me obligaba a permanecer inmóvil, bajo la orden de un grafiti. Seguí cumpliendo la voluntad del artista un rato más.

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Mi madre se hacía mayor, lo sabía, pero las últimas idas y venidas, también de PTS, me lo confirmaban con cadencia ineludible. No estoy preparado para afrontar la vejez, aunque sea de otros. Me duele, porque sé que un día llegará la mía y no tendré más remedio que mirarla a la cara. Cuando me ofrecieron el trabajo en Madrid lo interpreté como una señal inexcusable de que mi presencia era requerida en otra parte y no podía negarme esa oportunidad, porque quizás no volvería a repetirse. Al menos eso fue lo que me dije a mí mismo. Pero la culpabilidad es un veneno añejo que te persigue y asfixia sin llegar a matar.

–No seas exagerada, mamá. Estaremos en contacto por teléfono. Sabes que te llamo casi todos los días.

–Hay viejos que se mueren y encuentran su cadáver por el olor. Acuérdate de la Paquita, la de los perros, la de la calle de abajo –me dijo irascible, aunque con parte de razón.

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–Sé quién era Paquita –le contesté molesto.

–Pues esa también tenía hijos y la llamaban una vez en semana. En una semana pasan muchas cosas.

–Eres muy melodramática. Tienes el botón de la teleasistencia y Madrid no está tan lejos. Vendré a verte una vez al mes.

–Serán pocos meses –replicó con una mezcla explosiva de manipulación y miedo en su voz.

Delante de ese muro, pensé y lo hice en Diana y mi hijo no nato y en mi madre y en muchos otros aspectos de mi existencia. Comprendí que no sólo no podía huir de mí mismo sino de quienes eran importantes para mí. La mala conciencia me acompañaba y apestaba como ese muro. Ese día decidí volver. Fue más fácil de lo que esperaba convencer a mis superiores para que me permitieran teletrabajar. A cambio, me comprometí a reunirme con ellos presencialmente una vez al mes, para despachar sobre la evolución de los proyectos encomendados.

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*********

He instalado a mi madre en mi casa y cada día cocina para los dos, porque no quiere sentirse una vieja inútil. Cuando se queda dormida en el sofá, con el murmullo de los programas de televisión que ahora se ven en mi salón, porque se ha adueñado del mando a distancia, observo en su rostro las dulces arrugas de la complacencia. A Diana me la encontré el otro día cuando volvía del supermercado, la acompañaba un chico al que calculo su misma edad. Creo que fingió no verme. La echo de menos, pero quizás ese sea el precio de mi cobardía. Ahora que, por lo menos, trato de reparar ciertos daños, siento paz. Bendita serendipia.

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