Belén Mazuecos, los ojos en blanco y negro
La artista granadina inaugura hoy en el Instituto de América de Santa Fe 'La cuarta pared', una muestra donde retrata con cierto humor el mercado del arte usando solo escalas de grises
l discurrir artístico de Belén Mazuecos (Granada, 1978) la convierte en una espectadora privilegiada de la realidad artística contemporánea, que ha estudiado no solo desde ... el punto de vista material, sino también desde el comportamental. Su periplo personal le ha mantenido a caballo entre las penínsulas ibérica e itálica, con paradas en Milán, Venecia y Granada, con una escapada puntual a Costa Rica. Profesora titular del Departamento de Pintura de la Universidad de Granada, ha realizado exposiciones individuales en España y Polonia. La hasta ahora última es la que inaugura hoy en el Instituto de América de Santa Fe. Se llama 'La cuarta pared', un título más que justificado si se tiene en cuenta que el objetivo final –confeso o no– de la artista es convertir al visitante en espectador de un mundo donde el sobreentendido es la puerta del conocimiento, y donde las verdades a medias pueden llegar a ser, como siempre, las peores mentiras.
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En 'La cuarta pared', empero, no hay una sola verdad a medias, por más que los paisajes mezclen el frío serrano –de Sierra Nevada, perfectamente reconocible– con entornos inequívocamente cálidos, como las palmeras llevadas al papel desde una remota playa caribeña. En total, son 23 piezas, realizadas la mayoría en acrílico, aunque algunas han sido creadas con carboncillo. Más de la mitad son inéditas; solo una parte de ellas se pudieron ver en el Museo Gregorio Prieto de Valdepeñas en marzo de 2023. La propia autora define su trabajo como «el resultado de un proceso de largo recorrido que comenzó hace siete años, 'Apuntes para una etnografía del mundo del arte', donde intento hacer una cartografía del ecosistema artístico, partiendo de la óptica, casi siempre frágil, del creador plástico». Mazuecos dibuja, pues, un mosaico integrado por teselas en equilibrio precario, necesitadas de sostenerse entre ellas para sobrevivir.
Añade Mazuecos que la exposición que inaugura hoy pretende ser una parada en el camino para que quien se acerque a ella observe cuán compleja es la membrana que separa el mundo del arte del real. Demasiado tiempo, quizá, esa barrera se volvió infranqueable, vallada por términos, tendencias y endogamias que convirtieron al arte contemporáneo en un coto para 'connaiseurs' del que se veía excluido el aficionado de a pie, quien acabó no entendiendo por qué determinados artistas no dejaban claro qué querían decir y, sobre todo, por qué su ego extendía cheques que el mercado no quería, ni podía, pagar. Como la propia autora afirma, «estas obras de factura rápida son casi la transcripción de un documento, el testimonio de esos registros que trato de ordenar y sistematizar para ponerlos ante los ojos de quienes los miran».
Discurso
Quien entra en la sala del Instituto de América asiste a una alocución en tres párrafos, escrita en blanco y negro. En la primera parte, se muestra el ecosistema artístico en estado salvaje, rodeado de parajes inhóspitos, espacios nevados, mares densos y cortinas que se convierten en fronteras. En el cuerpo central, el visitante se encuentra en tránsito por un paisaje glaciar, guiado por una cabeza de factura clásica que va a la deriva. Finalmente, la tercera sala muestra espacios liminales entre lo salvaje y lo institucionalizado. Los guías de este particular limbo sensorial son esos humanos travestidos como pandas que forman parte del imaginario más reconocible de Mazuecos, y que, como ella misma cuenta, representan a los cuidadores de la peculiar especie de plantígrados que se disfrazan de esta guisa para no resultar tan agresivos a los entrañables osos. Son ellos quienes acompañan a los críticos de arte, aquí representados como cuerpos vestidos de esmoquin y dueños de unos ojos inmensos, a los que nada debería escapar, o a los consejeros artísticos, dotados de orejas inmensas para 'cazar' cuáles son las tendencias del mundo del arte, y sacarles partido.
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En el universo de 'La cuarta pared' hay también una moraleja. La que advierte al artista de que es un ser frágil, que la gloria que acaricia por un instante es efímera, que el fulgor de los focos puede llegar a ser una ilusión devastadora. Hay guiños a la obra de la brasileña Carmela Gros, Piero Manzoni, Yves Klein, Jeff Koons –el autor de Puppy, el perrito del Guggenheim– o el mismísimo Picasso. Todos aparecen enmascarados, excepto la propia autora, escondida en las fauces de un tiburón en 'Terreno de juego'. Una referencia al Jonás de la ballena, en un panorama con el colmillo muy retorcido, retratado con maestría.
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