El baile por derecho de Alba Heredia
Jorge Fernández Bustoa
Domingo, 5 de octubre 2025, 11:37
Va a resultar que lo más novedoso en el flamenco es el baile de toda la vida, el baile por derecho. Una de las grande ... ausencias de esta primera Bienal de Granada, que se extendió sobre todo el mes de septiembre, sin duda, fue la de la familia Maya, y con ella los flamencos del Sacromonte. La peña de La Platería, aun sin intención, tuvo a bien comenzar su temporada este sábado con Alba Heredia, una de las mayores representantes de su estirpe (Mario, Manolete, Juan Andrés, Iván) y del baile sacromontano. Ella estuvo convocada en varias ocasiones para inaugurar el curso platero, pero entre la pandemia y su feliz embarazo, su presencia —como el resto de las bailaoras que han obtenido el Desplante, en Las Minas de La Unión— no ha sido posible hasta ahora.
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Alba Heredia entró por la puerta grande, segura de sí misma, como una bailaora de peso y con la madurez artística que le ha sabido aportar la maternidad. Sin embargo, estuvo revestida de la humildad que acredita a los grandes y el agradecimiento final a los presentes, a la Peña y a quien ha hecho posible su presencia en ese loado escenario. Como buena bailaora, sabe que un elevado tanto por ciento de su éxito depende del cuadro que la arrope. Así, quiso contar con un elenco de excepción, encabezado por el veterano cantaor Antonio Campos y la guitarra exclusiva de José Fermín Fernández. Entre los dos hubieran rellenado el Salón del Cante. Secundaba la voz de Abraham Campos, uno de nuestros mejores jóvenes cantaores, y de Robert 'el Moreno' a la percusión.
Una generosa y sensible entrada de guitarra sirvió de entrada a un par de temas a palo seco: la saeta (Antonio) y el martinete (Abraham), que dieron paso al primer baile por seguiriyas; un baile recogido y compacto, con esa fuerza rabiosa que la pieza exige. Seguiriyas acabados por tangos, donde Alba comenzó sentada al borde escenario y en los que desplegó todo el arsenal de su herencia. No hay en todo el mundo flamenco nadie que ronee mejor por tangos que las gitanas del Sacromonte (con permiso de La Moneta), y Alba es una de sus mejores bazas. Destacan en ella, además de su fuerza controlada y su elegancia comparada, el baile de sus manos, un vuelo sin igual, herencia de su abuelo Raimundo.
En un breve descanso, en que la bailaora aprovechó para cambiar su vestido, los músicos brindaron unas alegrías, haciendo alarde de su potencial y de su mutua admiración. Con los tangos primeros, nos hubiéramos conformado, la granadina hubiera cubierto con creces el expediente, con calificación de sobresaliente, pero aún quedaba la guinda de una soleá, de negro e introspectiva, completa y argumental, comunicativa y suavizando ese histrionismo que tilda a los Maya desde Juan Andrés, que no le hacía mucho bien. Una soleá rematada por bulerías, con una sentida dosis de improvisación, en la que bajó del escenario o jaleó al cante como cualquier palmero. Una noche especialmente flamenca, para abrir boca a quienes gocen de La Platería.
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