Es costumbre inveterada la celebración del Día Mundial del Teatro en Granada a cargo de la Compañía Corral del Carbón. Pero este año la luna ... ha dictado que el 27 de marzo caiga en Miércoles Santo, día inadecuado para teatro de sala, impotente para emular al otro teatro, el bíblico, que ese día discurre por calles y canceles. Así que todo se ha adelantado. El jueves, miembros de la compañía, junto al concejal de cultura, Juan Ramón Ferrera Siles, realizaron la ofrenda floral ante el monumento al actor Isidoro Maíquez y veterano actor Antonio Pérez Casanova leyó el manifiesto mundial, esta vez redactado por el Premio Nobel de Literatura 2023, el noruego Jon Fosse.
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Al día siguiente, Viernes de Dolores, se representó el estreno de este año: Macbeth, de Shakespeare, con adaptación y dirección del ya también veterano José Guerrero. La cola para entrar llegaba hasta la fuente de las batallas y luego el Isabel la Católica, a rebosar. Satisfecha debe estar la compañía con esta acogida y complacido quedó, una vez más, el público granadino con esta celebración, surgida de aficionados granadinos, a la que sólo se ha unido el Ayuntamiento, mientras Diputación, Junta y otros patrocinadores, que llenan sus bocas hueras con la palabra cultura, siguen mirando para otro lado, como si Granada no fuese también Europa y los granadinos no nos mereciésemos lo que otros perciben y gozan.
Sobre el escenario la tragedia grande del genio de Stratford. Ambición personal, intriga palaciega, territorio avasallado, asesinato sin reparo, mujeres en la sombra… Eso y mucho más en la perfecta mezcla que ha convertido esta obra en inmortal, a pesar de sus 418 años de vida.
Tanto ardor lo acierta a derramar en escena la compañía Corral del Carbón. Confía a José Caballero el papel principal y éste realiza una proeza interpretativa que dejaría pálidos a profesionales de ringorrango. Habla con claridad, gesticula con pasión, transita del camisón de cama al armiño de monarca, reflexiona bajo la cota de mallas y flexiona su rodilla de muerte ante el trono ya vacío. Él solo arrastra la tragedia hasta ese desenlace tras el que cada espectador redacta la moraleja para esta historia de moral desdicha.
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A su alrededor una docena de actores. Jóvenes y veteranos, matusalenes y recién llegados, nervios de primeras veces y encanto de la niña vestida de verde que nos despierta de cierto sopor en una escena de violenta ebriedad. Todos con un vestuario idóneo, si se quiere emular alguno de los montajes, supuestamente históricos, que se han sucedido en estos cuatro siglos y pico. Mas, cuando vi entrar por el patio de butacas a una de las brujas maquillada a lo gótico, me dije hombre, algo nuevo: por fin un guiño a los jóvenes que no sólo son aceptados como miembros imberbes en la compañía, sino a los que hay que ilusionar con los clásicos en el patio de butacas. Y no aburrirlos con una historia escocesa que les es lejanísima y una representación de casi tres horas, sin música para las escenas que la requieren, luces por lo general poco atinadas y escenas de lucha que podrían sugerirse como el humo repetido y a veces molesto.
Pero si se optó por el clásico, visto a la antigua. Bienvenido sea. Y aplaudido sinceramente, pues ver tan fecundo esfuerzo de Caballero y sus compañeros es un placer, a pesar de ser viernes de dolor.
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