Festival de Música y Danza
Crítica

García Román: sutilezas entre antecesores

Andrés Molinari

Granada

Domingo, 13 de julio 2025, 23:50

Un constante ajetreo vivió el crucero del Hospital Real la mañana de ayer domingo. Un sinvivir, entrando y saliendo instrumentistas e instrumentos hasta el ya ... atiborrado y pequeño escenario. Danza utilitaria y necesaria para un festival que abarca también la modernidad, incluso la actualidad.

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Tres aniversarios, el de Ravel (1875), y los de Luciano Berio y Pierre Boulez (1925) fueron el pretexto para entresacar obras de estos autores y encuadernarlos en una misma mañana con las canciones renacentistas de Stravinsky, el precioso concierto de Paco Guerrero y el estreno del único autor vivo del programa.

Luïsa Espigolé fue pianista correctísima capaz de dibujar con el teclado la Francia simbolista de Boulez a la vez que lo lúdico de Berio. Daniela Iolkicheva arguyó el arpa como instrumento raveliano y la mezzo Annete Schonmüller nos hurtó una segunda intervención folk por una repentina indisposición.

Estreno absoluto

La obra esperada en la mañana era el estreno absoluto de 'Camino blanco y sin término' de nuestro paisano José García Román. Un álbum de pimpantes timbres, asumidos por la varia percusión a cuatro manos, que describen las vivencias tras las lecturas de tres poemas de León Felipe, cada uno dando título a sendas secciones de la obra. Su arboleda aparece despojada de la solemnidad que viste otras obras del autor, por ejemplo su Requiem, también estrenado en este Festival y con cierta intervención de Nacho de Paz. Ahora José pasea por la poética del reloj. Incluso reloj de cuco, pues es clara su imitación por la flauta, que se une al clarinete, a los dos percusionistas y al cuarteto de cuerda para conformar un octeto muy sui generis.

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El optimismo viajero se empapa del lirismo abstracto que subyace bajo los pasos. Nacho dirigió sabiendo las íntimas metamorfosis que arrostran los temas al pasar de unos a otros instrumentos. Letra callada, poética intuida. Hay vilanos que brincan libres de melismas y lepidópteros que revolotean sin necesidad de arpegios. Juan-Alfonso, desde el cielo, se habrá sentido satisfecho de su discípulo, e incluso, habrá esbozado una sonrisa, cosa tan inédita en él.

Las mañanas de domingo del Festival son polígonos de varia geometría. Sus lados suelen venir trazados por el pasado, sus apotemas quedan dibujadas por la imaginación que permite cierta osadía en la programación, sus diagonales suelen mirar a la modernidad. Y, como centro, la música: ese quehacer humano, con átomos de divino, inmarchitable a través de los siglos, pero efímero y fugaz como el propio medio día.

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