Alonso Cano, un genio de Granada en el alma del Museo del Prado
Pintura ·
La pinacoteca madrileñ atesora ya 19 pinturas y 30 dibujos del artista granadino tras enriquecer su colección con 'La diosa Juno', por la que ha pagado 270.000 euros a un particularCorría el año 1638. Alonso Cano, uno de los artistas granadinos más afamados de todos los tiempos, se trasladó a Madrid tras ser nombrado pintor ... de cámara por el poderosísimo Conde Duque de Olivares, valido de Felipe V. Allí, durante su estancia en la corte, colaboró en la decoración del salón dorado del Alcázar de Madrid, donde colgaban los retratos de todos los reyes –al menos dos tenían su factura–. En esa época conoció también las corrientes venecianas del siglo XVI, entabló relación con el gran Diego Velázquez, fue profesor de dibujo del príncipe Baltasar Carlos y aportó algunos de sus cuadros a la colección real. Entre ellos, 'La diosa Juno', que después de cuatrocientos años, ha sido adquirido finalmente por el Museo de Prado a un particular –no se ha aportado su nombre– por la cantidad de 270.000 euros, un precio en sintonía con las cotizaciones que puede tener un Cano en los mercados del arte.
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Este óleo sobre lienzo ya se puede observar, en todo su esplendor, en la sala que el Prado dedica a Cano, la número 17. «Este Museo tiene la vocación de ser el gran relato de la pintura española de todos los tiempos, y este relato no se podría escribir sin tener en cuenta la figura de Cano;en caso contrario, sería una gran laguna», asegura Javier Portús, jefe de conservación de Pintura Española hasta 1800, en referencia a la enorme relevancia de Cano, nacido en Granada un 19 de febrero de 1601 en una casa donde hoy está la calle Hornillo de Cartuja. «Es uno de los artistas más equilibrados y más dotados para los valores del color desde que llegó a Madrid, conoció a Velázquez y aplicó a su producción la gama cromática más cálida», explica Portús.
Impronta de Cano
¿Cuál es la impronta de Cano en el Prado? La pinacoteca madrileña custodia un total de diecinueve pinturas y treinta dibujos, la inmensa mayoría de temática religiosa. El espacio de Cano –lo comparte con algunas piezas de Valdés Leal y Antonio del Castillo– se encuentra entre el consagrado al Retrato en la Corte de Carlos II y el de Pintura Madrileña del Barroco (Claudio Coello, Francisco Herrera el Mozo...). En la exposición permanente del Prado se pueden ver seis obras: 'La estación de San Bernardo', 'San Benito', 'Cristo muerto sostenido por un ángel', 'Virgen con Niño', 'La diosa Juno' y eventualmente uno de sus dibujos, 'Desnudo femenino'.
Todos son un verdadero deleite, pero resulta de especial belleza el 'Cristo sostenido por un ángel', que pertenece al final del periodo madrileño y ejemplifica muy bien el grado de refinamiento que alcanzó. La singular iconografía del cuadro no tiene su origen en los Evangelios, sino que se remonta al llamado Cristo de San Gregorio. El artista se valió de un recurso muy habitual en su época: para la composición se inspiró en diversos grabados. Parece ser que combinó una estampa de Hendrick Goltzius, según un modelo de Bartolomeus Spranger, y otra de un autor desconocido, posteriormente copiada por el italiano Giuseppe Diamantini.
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De esa manera obtuvo un prototipo iconográfico original reelaborando esas fuentes gráficas. El resultado fue deslumbrante. La elegancia en el tratamiento del cuerpo, la suavidad y la estilización de las formas son los logros más característicos de la pintura de Cano, cuya relación con el desnudo lo hace excepcional dentro de la pintura del Siglo de Oro.
El Prado expone también eventualmente un dibujo de un desnudo femenino de Alonso Cano
Pero la gran novedad en este momento es 'La diosa Juno', una obra original de Alonso Cano que muestra muchas de las características que lo convierten en un nombre principal en la Historia de la pintura barroca española. Su tema y la manera de tratarlo hacen de ella una obra excepcional en el contexto del arte español de su tiempo.
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Y es que el asunto mitológico es comparativamente menor en relación con las representaciones de historias sagradas, naturalezas muertas o retratos. No solo en el caso de Alonso Cano, sino en el de la mayor parte de sus contemporáneos de España. Tanto la naturaleza mitológica del tema como la exhibición de partes de la anatomía femenina que generalmente se ocultaban son poco habituales en la pintura española del momento. De hecho, si bien se conoce a través de inventarios que Alonso Cano se adentró en el campo de la mitología, es la segunda pintura suya de este género que ha sido identificada.
Atribución a Cano indiscutible
La atribución a Cano descansa en indicios documentales y en la comparación con otras pinturas seguras suyas. El rostro de Juno responde a una tipología que aparece en obras como la 'Visión de San Antonio de Padua' del Museo de Munich. Además, tanto el paisaje, apenas sugerido, como el cuidadoso estudio de los pliegues con su sombra o la experta combinación de gamas frías con otras cálidas responden a los parámetros en los que se mueve la pintura de Alonso Cano. Igualmente, la extraordinaria corrección formal y la manera como la figura invade la superficie pictórica recuerdan que su autor fue uno de los mejores compositores y dibujantes españoles de su tiempo.
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«Pese a la superficie estrecha, establece un diálogo entre Juno y el pavo real –explica Portús– girando a Juno de medio perfil y logrando una sensación espacial más creíble y un juego volumétrico interesante». «Además, su mano derecha está delicadamente modelada y su dibujo es preciso, con un sentido de la forma que se mueve en un ideal estético muy clásico», afirma Portús.
Respecto al dibujo 'Desnudo femenino', que también se puede ver temporalmente en el Prado, se superponen el fragmento de un arco y una mujer desnuda y recostada en una superficie inclinada y textil. Tiene las piernas semiabiertas y expresión de abandono. La ausencia de otros personajes, de acciones o de atributos impide identificarla con seguridad, aunque su expresión corporal pueda recordar a la de Dánae.
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El caso de Alonso Cano es único entre los artistas españoles del siglo XVII porque fue ante todo dibujante y diseñador
El caso de Alonso Cano es único entre los artistas españoles del siglo XVII porque fue ante todo dibujante y diseñador, y fue igualmente exitoso como arquitecto, escultor y pintor. Probablemente tuvo su primera experiencia con las artes en su propio hogar, ya que su padre diseñaba y tallaba retablos y sillerías de coros. La familia se mudó a Sevilla, y cuando Alonso tenía quince años fue admitido en el taller de Francisco Pacheco, donde coincidió con Velázquez durante varios meses.
Forma humana
Desde temprano mostró fascinación por la belleza de la forma humana y facilidad para el escorzo y la representación del movimiento. En 1638 fue a la corte por invitación del Conde Duque de Olivares, que se complacía en favorecer a los artistas provenientes de su natal Sevilla. Una vez en Madrid, Cano colaboró en la decoración del Palacio del Buen Retiro y el Alcázar. Su producción artística en esta ciudad manifiesta su estudio de las colecciones reales y también su familiaridad con la obra de los pintores de corte.
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Cano tuvo que abandonar Madrid en 1644 a raíz del asesinato de su esposa –fue acusado del crimen, pero logró probar su inocencia a pesar de haber sufrido tortura– y se mudó a Valencia, donde permaneció varios meses. De vuelta en Madrid, trabajó en las decoraciones para las fiestas en torno a la boda de Felipe IV con Mariana de Austria. Durante estos años, el arte de Cano evolucionó de las composiciones monumentales, más pesadas, que había aprendido en Sevilla hacia formas más elegantes, dinámicas y barrocas, y también empezó a favorecer colores más transparentes y tonos más claros.
La vida del artista dio otro giro en 1651, cuando regresó a Granada con la idea de ordenarse sacerdote y obtener un puesto de canónigo en la catedral
La vida del artista dio otro giro en 1651, cuando regresó a Granada con la idea de ordenarse sacerdote y obtener un puesto de canónigo en la catedral. En espera del puesto (que obtuvo en 1652) trabajó en numerosos proyectos para la Catedral, así como para otras iglesias, monasterios y conventos de la ciudad, especialmente los pertenecientes tanto a la rama masculina como la femenina de la orden franciscana.
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En 1660, después de una estancia en Madrid y en Salamanca durante la cual recibió los hábitos de sacerdote, se reintegró a la Catedral de Granada como canónigo y terminó su serie sobre la vida de la Virgen para esa iglesia. Pocos meses antes de su muerte recibió el título de maestro mayor de la catedral y diseñó su fachada, que se construyó póstumamente.
Una composición magistral en una obra de pequeño tamaño
Otra de las singularidades de 'La Diosa Juno' es su dimensión. Estamos ante una obra relativamente pequeña, pero muy alargada (105 centímetros de alto por 45 de ancho), lo que obligó a Cano a resolver su composición con maestría. Todo un reto para el artista, ya que la figura principal ocupa toda la altura, pero se las ingenia para lograr una sensación de volumen y espacio.
Juno ocupaba un lugar principal en el panteón grecolatino, pues fue mujer de Júpiter y protectora del matrimonio. Cano alude a su estatus mediante el cetro y la diadema dorados, y la acompaña con un pavo real, el atributo que la identifica. El pecho descubierto nos recuerda que era un personaje al que se vinculaba frecuentemente con la maternidad.
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