El alma de madera del flamenco en Granada
Daniel Soler produce 2.000 cajones al año para quienes empiezan, pero también para reputados percusionistas que tocan con Tomatito o Estrella Morente
Era una calurosa tarde de agosto. Daniel, tumbado en el sofá de su domicilio en la Bola de Oro, hacía como que estudiaba. «Me preparaba ... una asignatura de Trabajo Social que me había quedado para septiembre», recuerda. Entonces fue cuando se le cruzó el cable, se levantó como un resorte, lanzó el taco de folios al aire y exclamó: «¡Hasta aquí!». Hasta ahí, con veinticuatro años, llegaba su periplo académico, y a partir de ahí comenzaba una aventura que lo ha convertido, a los cuarenta y cuatro, en uno de los mejores constructores de cajones flamencos de España. «Realmente la bombilla se me encendió un año antes cuando, paseando por la plaza de la Mariana, me detuve delante de un escaparate y me fijé en un cajón pequeñito que costaba ochenta euros», rememora. «¿Por qué no los hago yo?», se preguntó y se respondió. Y así fue cómo montó su primer estudio en la terraza de su vivienda.
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Veinte años en los que Daniel Soler ha ido perfeccionando el instrumento hasta el punto de que algunos de los mejores percusionistas flamencos confían en él y en su 'savoir faire'. Hablamos, por ejemplo, de Johny Cortés, que acompaña al maestro Tomatito. Pero también de Manuel Lozano, que oficia junto a los Farrucos; Curro Conde Morente, el cajonero de su madre Estrella y su tío Kiki; José Córdoba 'El Mosquito', al que vemos junto a Karime Amaya; o Kike Terrón, que va con el Niño Josele. Grandes del toque que confían en Cajón Flamenco Soler para actuar en los mejores auditorios del mundo o para grabar discos de estudio como el impecable 'Azabache', el último álbum de Kiki Morente.
El santuario de Daniel Soler se halla en el Cortijo de San Javier, una casa de Híjar donde solo se oye el cantar de los gallos y el relinchar de los caballos. Ahí vive Daniel junto a su esposa Irene, sus hijas Nora y Ayla y sus perros Lenin, Turca y Mayo. Y ahí, en una nave de doscientos metros cuadrados, trabaja con su hermano Nacho. «No tenemos vacaciones», dice con resignación mientras atiende la llamada de un cliente de Santander. «Hoy te lo mando sin falta», le asegura.
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Cajones Flamencos Soler fabricó el año pasado dos mil unidades que distribuyen a través de internet y algunos puntos de venta –muy pocos– en ciudades como Málaga o Valencia. «Funciona bien el boca a boca, pero sobre todo la satisfacción de quienes nos eligen», confiesa. «El negocio funciona, al límite, pero funciona», reconoce entre risas. ¿Quiénes los buscan? Por una parte, los que empiezan.Por otra, los que se están formando y quieren algo más avanzado. Y por último, los profesionales, los que necesitan que ese cubículo de cuarenta y ocho centímetros de alto, treinta de ancho y treinta de fondo suene a música celestial.
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Por eso comercializan dos gamas de productos. Los realizados con tableros contrachapados de plátano y abedul y los elaborados con maderas macizas como el arce, el cedro, el ciprés o el nogal. Los primeros son más baratos y los segundos, más caros. «La principal diferencia es la transmisión del sonido», explica. El tiempo de secado también es importante. «Cuanto más prolongado sea, mayor estabilidad para contrarrestar los cambios de humedad y temperatura, que pueden provocar fisuras o que se produzcan descoles». «Lo mínimo son dos años, aunque yo tengo materiales con veinte;esto nunca da problemas», afirma.
La voz de la experiencia
La voz de Daniel es la voz de la experiencia. Nadie le enseñó el oficio. Lo aprendió a base de mucho mirar y mucho probar. «Ensayo error, ensayo error», resume. «En una ocasión me desplacé hasta Barcelona para charlar con Germán Ocaña, que me infundió su pasión por la madera;aquel viaje resultó muy motivador para mí», agrega.
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Los comienzos de Daniel fueron en un carmen que le prestó un amigo en la calle San Juan de los Reyes. «Era ver la Alhambra enfrente todos los días». Tanto que el monumento nazarí fue una fuente de inspiración para el diseño de algunos modelos que reproducían mosaicos o estaban basados en nombres como la reina Aixa. Después se ubicó en un pequeño bajo de la avenida de Cervantes y posteriormente en un local de la azucarera de los Vados. Fueron ocho años de acá para allá. Después se instaló definitivamente en el Cortijo de San Javier de Híjar. Un lugar tranquilo.
Daniel lleva veinte años dedicado a la investigación y el perfeccionamiento del cajón flamenco
Veinte años produciendo cajas de resonancia que, en realidad, son recientes en el mundo centenario del flamenco. Fue Rubem Dantas, el percusionista de Paco de Lucía que vive en Granada, quien en el transcurso de una gira por Hispano América en 1976 usó por primera vez un cajón peruano por indicación del guitarrista jerezano. «A Paco de Lucía le encantó», relata Daniel. Desde ese instante se fue modificando con elementos como las cuerdas y hoy día no puede faltar en ningún recital.
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Solo cincuenta años de historia. Una 'tradición' que se está forjando gracias al afán investigador de mentes inquietas como la del granadino Daniel Soler, el señor que construye cajones flamencos en la Vega de Granada.
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