Estampa devocional. Ideal

El abogado contra los terremotos

La invocación a San Emigdio creció en el siglo XVIII, cuando en 1703 un seísmo sacudió Italia y no afectó a la localidad de Ascoli, de donde había sido obispo

andrés molinari

Lunes, 1 de febrero 2021, 01:15

Estamos acosados por todos los frentes. Al pertinaz virus y sus terribles secuelas de muerte y desastre económico, se unen la ineficacia de los gobernantes ... en gestionarle soluciones y la inoportuna saña de la naturaleza en sus muestras de poderío. Si Madrid sufrió, hace un par de semanas, una nevada nunca vista, ahora es Granada la que vive en vilo por los temblores de Tierra.

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Lástima que el mencionado virus mantenga cerradas las nueve puertas de nuestra catedral, tesoro inigualable de arte y de símbolos, no solo numéricos. Porque de estar abierta, podríamos pasear hasta la capilla central de su girola y allí observar los tres altares dedicados a los tres patronos de Granada. En el centro se ve a San Cecilio, en la pose previa al martirio, mirando extasiado al cielo y acompañado por los patronos de Almería y Guadix: Indalecio y Torcuato. A la derecha San Juan de Dios, en una de sus actitudes clásicas de sublime caridad. Y a la izquierda un clérigo entre cascotes y trozos de un edificio recién derribado por un terremoto. Las tres elegantes tallas, en mármol blanco, fueron realizadas por el escultor marsellés, asentado en Andalucía, Jean-Michel Verdiguier entre 1780 y los años siguientes.

Este tercer santo, colocado nada menos que en el lado del Evangelio, de la importante capilla axial de nuestra catedral, alineada con su tabernáculo, su sagrario y su portada principal, no es otro que San Emigdio, abogado contra los terremotos. Se trata de un converso, nacido en la localidad italiana de Tréveris hacia 279, que posee una extensa leyenda hagiográfica en la que se enhebran su consagración en Roma como obispo de Ascoli, sus múltiples curaciones milagrosas, su toque taumatúrgico sobre una roca haciendo que brotase agua, su martirio en tiempos de Diocleciano y… su acción protectora de muchas ciudades contra los temblores de Tierra.

La invocación a San Emigdio como amparo ante los terremotos creció sobremanera en el siglo XVIII, sobre todo cuando en 1703 un terrible seísmo sacudió el centro de Italia y, sin embargo, no afectó en absoluto a la localidad de Ascoli, de donde había sido obispo Emigdio. Por media cristiandad se corrió la voz de que había sido el santo patrón el que había intervenido en esta milagrosa salvación de toda una ciudad con sus muchos habitantes. En los sucesivos terremotos de aquel siglo, siempre se rezó a San Emigdio y se le comenzó a dibujar y a tallar o bien protegiendo desde el cielo a una ciudad a medio colapsar o bien sosteniendo con sus manos dinteles, vigas maestras y arquitrabes para que no matasen a nadie en su caída, como se ve en el mencionado altar de la catedral de Granada.

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La segunda mitad de aquel siglo XVIII muestra un apretado catálogo de grandes terremotos que afectaron al Sur de España. Desde el terrible y muy mortífero terremoto 'de Lisboa', ocurrido el día 1 de noviembre de 1755, que dañó gravemente la Colegiata del Salvador, en el Albaicín, la tierra granadina no dejó de temblar. Uno de los mayores terremotos de aquellos años lo sufrieron los granadinos el 13 de noviembre de 1778. Entonces, el arzobispo de Granada, el aragonés Antonio Jorge, con la connivencia de los regidores municipales, prohibieron las actividades no esenciales (¿nos suena?) sobre todo cerraron el teatro, los bailes, las reuniones festivas y nocturnas de muchas personas… «para aplacar la ira de Dios y conseguir su misericordia».

Dos años después el escultor Verdiguier recibía el encargo del cabildo de tallar tres santos para la capilla más señera de la catedral. Y evidentemente uno de ellos tenía que ser Emigdio, ya famosísimo santo protector contra los terremotos que, de forma implícita, se convertía en el tercer patrón de Granada, acompañando a los otros dos: Cecilio y Juan Ciudad.

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Cuando el virus nos lo permita, debemos pasear por nuestra enorme e interesantísima catedral y acercarnos a la imagen de San Emigdio para, según la fe de cada uno, admirar su serena belleza neoclásica o pedir su intercesión en estos tiempos sin sosiego.

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