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J. E. GÓMEZ

La vida surge entre las tumbas de Granada

Recorre el camposanto granadino con otra mirada, busca huellas y observa a quienes habitan en un entorno creado para honrar a los muertos

Jueves, 31 de octubre 2019, 12:21

El sonido se expande a través de las sepulturas, entre cipreses, setos de arrayán y largas ramas de hiedras que abrazan las cruces de piedra. ... Es el arrullo continuado, insistente y penetrante de una tórtola turca, Streptopelia decaoto, que llama sin tregua a su pareja desde la cúpula de mármol de uno de los monumentos funerarios que se alzan en los jardines y patios históricos del cementerio de San José. Desde los tupidos enramados de los cipreses llega el suave canto de los herrerillos y otras aves insectívoras, carboneros, mitos y currucas. Desde las atalayas situadas a más altura, en tejados de pabellones de nichos y árboles de gran porte, llega el oscuro y áspero canto de una urraca. Son parte de las especies de vertebrados que han convertido el camposanto en su territorio vital, el lugar donde sobrevivir al avance de la ciudad.

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Fauna y flora de cementerio, un hábitat perfecto para especies silvestres en el medio urbano

Los cementerios, en especial los que como el de Granada poseen zonas ajardinadas con grandes árboles, algunos de ellos centenarios y estructuras antiguas, con tumbas y panteones, se han convertido en verdaderas islas ecológicas al borde del núcleo urbano, en espacios donde casi nada altera el ritmo que marca la naturaleza. El cementerio de Granada es un territorio privilegiado. Situado en el inicio del Parque Periurbano Dehesa del Generalife, es la antesala de un espacio natural protegido, donde habitan una gran cantidad de especies animales, especialmente aves, que realizan sus incursiones al interior del cementerio en busca de caza y refugio. Es fácil contemplar el vuelo estático de los cernícalos que, desde el cielo, otean la presencia de reptiles o grandes insectos, incluso ver a algún ejemplar de águila calzada o halcón peregrino que busca polluelos y roedores con los que alimentarse.

Un mirlo busca invertebrados entre los musgos de un mausoleo; una lagartija aparece por la unión de una lápida en un panteón; las hiedras aprovechan las cruces de piedra para crecer. J. E. GÓMEZ

Un paseo

Con solo caminar por el paseo central del cementerio granadino es posible observar la vida que habita en un espacio destinado a honrar a los muertos. Las tumbas históricas, situadas a ambos lados del paseo hacia la ermita, están cubiertas de líquenes de diferentes especies, de musgos que ayudan al crecimiento de plantas como esparragueras, alcaparras y otras que no necesitan suelos demasiado fértiles para prosperar, como el ombligo de venus entre las grietas de las tumbas y los sedum, entre las juntas de los mármoles y losas de granito.

La vegetación silvestre se mimetiza con la masa arbórea, en su mayoría cipreses y álamos, y los grandes setos de arrayán y boj que bordean los paseos. Los árboles son refugio y alimento para aves, insectos y micromamíferos, mientras que entre las piedras, las losas de las viejas tumbas y los bordes de los caminos, los reptiles, sobre todo lagartijas, de dos especies mediteráneas, Psammodromus algirus y Podarcis hispanica, se aventuran a solearse sobre los mármoles y corren a esconderse en las juntas de las lapidas ante cualquier indicio de peligro. Las salamanquesas, se pegan a las losas verticales en busca de insectos y realizan su labor de control de plagas al consumir una enorme cantidad de insectos pequeños y medianos.

Desde el cerro del Sol llegan otros depredadores de mayor porte, zorros, tejones y ginetas que intentan buscar sus presas entre las tumbas, al igual que cada noche hacen mochuelos y lechuzas que habitan en espacios ocultos de pabellones y viejas estructuras funerarias.

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Una ardilla en el enramado de uno de los grandes árboles del cementerio. J. E. GÓMEZ

Al caer la tarde, se oye el sonido nervioso de los mirlos que corren entre los setos. Las ardillas, cada vez más numerosas en el entorno del camposanto, roen los frutos entre las ramas de un viejo ciprés. Suena el silbido de los mochuelos. Es la hora del crepúsculo, cuando aparecen las estelas luminosas, los fuegos fatuos sobre las viejas tumbas.

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