La búsqueda de la impunidad
«Los periodistas, como observadores, hacemos una de las labores más relevantes para la supervivencia de la democracia: contarles estas cosas para que tomen decisiones libres y conscientes»
En las últimas semanas estamos siendo testigos de los giros inesperados de la política internacional que están llevando a este mundo a callejones estrechos por ... los que jamás pensamos que transitaría. No solo por la guerra arancelaria o las extravagantes propuestas de Estados Unidos para Gaza o para el fin de la guerra de Ucrania, orillando a Europa de las negociaciones en este último caso. El relevo en la Casa Blanca se inició con la turbulencia que representó el uso extremadamente abusivo que hicieron tanto Joe Biden como Donald Trump de los indultos. El demócrata salvó de la condena a su hijo Hunter y otorgó un indulto preventivo –una figura inexistente, por fortuna, en España– para varios de sus familiares y compañeros de administración que ni tan siquiera están bajo investigación policial o judicial. Trump, por su parte, nada más llegar al despacho oval indultó a 1.500 personas que intentaron truncar el traspaso normalizado y pacífico de poderes en una democracia liberal consolidada como se supone que es Estados Unidos. Un tercio de ellas ya habían sido condenadas en los tribunales por el asalto al Capitolio del día 6 de enero de 2021, una de las estampas más esperpénticas de la historia reciente.
No deberíamos sorprendernos demasiado al observar lo que ocurre al otro lado del Atlántico mientras que en el año y medio que ya ha transitado esta legislatura el tema de debate nacional pasa por la búsqueda de la impunidad de quienes trataron de violentar la arquitectura constitucional española con la declaración ilegal, ilegítima, grotesca y caricaturesca de independencia de Cataluña tras un referéndum más propio de la elección de delegado de aula en un instituto de barrio que de una arquitectura institucional con casi medio siglo de historia. Por mucho que la extremadamente bien organizada red de contactos consiguiera llevar urnas sin que ni Guardia Civil y Policía Nacional las llegaran a oler, lo cierto es que Puigdemont ha acabado secuestrando 395.429 votos independentistas acérrimos de quienes confiaron en Junts para llevarles a Ítaca –aunque terminaran realmente en la Atlántida sumergida– y utiliza el sufragio de estos religiosamente afectos con una única finalidad estratégica que, además, no es la independencia de su tierra sino su impunidad personal. La debilidad parlamentaria del PSOE y de su otro socio mayoritario, Sumar, hacen el resto del espectáculo semanal cocinado en Waterloo, otorgándole más crédito político y televisivo que legal y jurídico. Recordemos, sigue siendo la cabeza reproducida en la pantalla gracias a la vídeollamada desde Bélgica.
En esta semana en la que El Algarrobico y su pertinaz e incólume presencia en pleno Parque Natural, a menos de 20 metros de donde rompe las olas, ha vuelto a la palestra, recuerdo cómo el alcalde que defendió en los tribunales hasta la saciedad esa construcción acabó siendo indultado por el Gobierno tras ser condenado por un delito electoral. La sentencia dictaminó que Cristóbal Fernández, así se llamaba, presionó al conserje de un colegio para que votara a su partido en las municipales de 1999. ¿No se acuerdan?
Los periodistas, como observadores, hacemos una de las labores más relevantes para la supervivencia de la democracia: contarles estas cosas para que tomen decisiones libres y conscientes. Del indulto de Cristóbal Fernández, la sociedad se enteró por la prensa porque el Gobierno de entonces –presidido por José Luis Rodríguez-Zapatero– lo ocultó tras el consejo de ministros en el que le perdonaron la causa. La democracia muere en la oscuridad, dice el lema del The Washington Post. Sus informaciones destaparon el Watergate y empujaron a Nixon a la renuncia.
Consuelo Pérez, delegada comercial del periódico, amiga y compañera, me mandaba este viernes por whatsapp una captura de un párrafo del libro que está leyendo: 'La grieta del silencio', de Javier Castillo. «El dinero», dice Miren, una de las protagonistas del libro, «no es el motivo por el que me hice periodista. Nunca se trató de eso. Tu mismo lo decías en la facultad. En el momento que dejamos que las noticias y los temas que se tratan los definan los anunciantes, los poderosos, los que mueven el dinero, el periodismo muere». Y tras él, la democracia. Por eso, larga vida al periodismo.
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