Los barracones de Bayyana
Diferentes familias almerienses fueron realojadas durante varios años en 22 casas prefabricadas situadas junto al túnel
José Manuel Bretones
Periodista
Sábado, 13 de septiembre 2025, 23:17
Donde hoy se bifurca el acceso a la autovía o a El Cañarete, existe un solar repleto de matojos y porquería. De él sobresale y ... permanece erguido un monolito de piedra blanca con un sol en su cúspide, casi como una reliquia. Pues en esa antigua cantera, propiedad de la Autoridad Portuaria, una «mente pensante» decidió en 1985 instalar un campamento para magrebíes. Fue concebido como área de descanso para mitigar las largas esperas estivales de los marroquíes y argelinos que iban a embarcar hacia Melilla y, al mismo tiempo, aliviar al Puerto del numeroso estacionamiento de automóviles.
Las obras de cimentación de lo que más tarde serían las viviendas prefabricadas las realizaron veinte obreros del extinto Plan de Empleo Rural (PER), contratados y dirigidos por técnicos de la Diputación Provincial. En un principio, la idea consistía en que 300 turismos tuvieran espacio suficiente para aparcar y que sus ocupantes pudieran comer en unas mesas y sillas, tipo «camping», y asearse en unos cuartuchos móviles.
Aquello era lo más parecido a una chapuza. Se colocó un techo de uralita que, en lugar de dar sombra, aumentaba considerablemente la temperatura. Como el calor era sofocante, gran parte de los 15.064 pasajeros del barco de Melilla de julio de 1985 y sus 2.731 vehículos obviaron aquel lugar para descansar y permanecieron dispersos por las calles, plazas y barrios costeros de la capital. Como hubo quejas de los emigrantes a la Media Luna Roja, las autoridades almerienses instalaron, el verano de 1986, unos tubos de metal en forma de trenza en cuya superficie depositaron las hojas de palmeras que iban podando de las calles de la ciudad. Económico; pero otro despropósito. La zona de descanso, como aquella otra que se quedó a medio levantar en la autovía comiéndose media montaña, no funcionó.
¿Y qué hacer con ese espacio libre a las afueras de la ciudad? Pues otro avispado decidió montar once módulos portátiles con 22 casas de madera para que vivieran las personas desalojadas de sus hogares por diferentes motivos: temporales, caídas de piedras de las cuevas de San Cristóbal y Pescadería o por riesgo de derrumbe de los techos si amenazaba ruina.
Es verdad que los ciudadanos alojados en los barracones de Bayyana procedían de un entorno social y urbano mucho más deteriorado. Ése que Juan Goytisolo se encargó de pregonar por el mundo con frases como: «descubrí una parva de niños en cueros. Parecían lombrices oscuras, recién salidas de la tierra, y reían y se mostraban el sexo unos a otros con un candor que desarmaba». Era rigurosamente cierto que La Chanca y San Cristóbal reclamaban a gritos un plan especial de reforma urbanística y social (que por fin tuvo tiempo después), pero las condiciones de habitabilidad de los barracones también eran deficientes. En mayo de 1991 carecían de suministro eléctrico y era común el uso de bombonas de gas butano para cocinar y calentarse. Ese mes, una de las casas se incendió de forma accidental y el humo intoxicó a cuatro personas. Los bomberos, alertados por una patrulla de la Policía que detectó un tufo negro que ascendía al cielo, rescataron a una señora de 67 años y a tres niños de entre 4 y 7 años que dormían muy cerca del fuego. Si llegan a estar allí dentro unos minutos más todos hubiesen muerto; los críos y la mujer sufrieron mareos y vómitos, pero se recuperaron. La madera y la pintura de los barracones generaron unas llamaradas muy peligrosas por lo que fue necesario emplear 4.000 litros de agua para sofocarlas.
Y como las soluciones se adoptan cuando hay una tragedia, la administración decidió dotar de energía eléctrica al poblado días después del incendio. Fue necesario interrumpir, durante varias jornadas, el tráfico en la Nacional 340. La conducción del suministro iba soterrada y la obra ocasionó largas colas de vehículos a la entrada y salida de la ciudad, ya que aún no existía la autovía.
Durante los años siguientes, los barracones cumplieron su función provisional de proporcionar cobijo a las familias que estaban en situación precaria. Pero, claro, todo tiene un límite. Ya se sabe que en Almería lo eventual se convierte en permanente. Y lo transitorio en perenne.
El martes, 9 febrero de 1993, sesenta mujeres y niños explotaron y salieron a manifestarse pidiendo «una vivienda digna». Primero, en los alrededores de la antigua cantera y, más tarde, en la carretera nacional, cortando el tráfico. Colocaron contenedores, bolsas de basura y diferentes utensilios de cocina para detener la circulación y hacerse oír. Las colas de automóviles llegaban, por un lado, hasta Las Almadrabillas y, por otro, hasta Aguadulce.
Agentes de la Policía Nacional se desplazaron en varios furgones mientras los municipales y los guardias civiles intentaban normalizar la circulación, ya que los atascos eran de más de ocho kilómetros de longitud. La medida de presión surtió efecto y pocos días después, el concejal de Obras Públicas, el socialista Pepe del Pino, ordenó el inicio del desalojo y la reubicación en hogares dignos de las familias con chiquillos.
El traslado se llevó con celeridad y en apenas dos meses más de la mitad de los residentes había sido recolocada en casas de alquiler. No obstante, dos años después, un grupo de personas seguía malviviendo allí en el único barracón que quedaba en pie. El Consistorio presidido por Fernando Martínez se topó con la escasez del parque de viviendas local y la fama de «mal pagador» que tenía el Ayuntamiento, por lo que poca gente quería arrendar sus propiedades.
Por ello, la clausura de aquel lugar tan insalubre y deshumanizado se prolongó más de lo debido. Al final, ya avanzado el año 1995, los módulos de madera desaparecieron y abuelos, padres, madres y pequeños fueron realojados en un espacio digno. Como merece cualquier ser humano.
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