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Un paseo por el castillo de Los Vélez

Un paseo por el castillo de Los Vélez

El municipio de Vélez Blanco alberga una joya del patrimonio almeriense

francisco vedegay

Domingo, 16 de abril 2017, 12:25

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La silueta del castillo de D. Pedro Fajardo y Chacón, primer Marqués de los Vélez, se levanta orgullosa y desafiante, dominando el paisaje de Vélez Blanco con la Muela, el Mahimón y su rica vega de centenarios olivos, mientras por la solana se desparrama el barrio de la Morería con su antigua mezquita hasta el barrio de los repobladores cristianos, con la calle Corredera y su iglesia de Santiago.

El Castillo de Vélez Blanco es un de los grandes iconos del patrimonio almeriense. Lo es por sus extraordinarios valores artísticos, arquitectónicos, estéticos, históricos y paisajísticos, pero también por su ignominiosa historia de expolio y abandono que llevó su Patio de Honor, una de las joyas del Renacimiento español, hasta el Museo Metropolitano de Nueva York. Todos esperamos que muy pronto vuelva el patio y el honor al castillo de Vélez Blanco; será un acicate extraordinario para este pueblo que esta semana ha sido elegido como el Pueblo con más encanto de Andalucía 2017.

Don Pedro Fajardo y Chacón

Don Pedro Fajardo era descendiente de una de las estirpes nobiliarias más importantes de España. Su madre era Luisa Fajardo, de quien tomó su primer apellido, y su padre Juan Chacón, Mayordomo de Isabel la Católica, Adelantado Mayor y Capitán General del Reino de Murcia. Luego él engrandecería más su ilustre apellido hasta convertirlo en Grande de España.

Cuando en 1503 murió su padre, Pedro Fajardo heredó todo el patrimonio y títulos familiares. Días después la reina Isabel tomó la decisión de cambiarle el señorío de Cartagena (valioso para la Corona por su puerto) por las tierras velezanas, Cuevas y Portilla. Don Pedro tenía 25 años. Había sido educado en la Corte con los mejores y poseía una extraordinaria cultura, pero también tenía el orgullo de un noble feudal, que marca las lindes de su poder e independencia. Una buena causa para tenerlas con quien sea, aunque sea con el deán de Cartagena, a quien secuestra. Es demasiado para la Corona. Los nobles deben saber que los Reyes están por encima del mejor de sus vasallos, así que la reina Isabel no dudará en castigar al destierro a perpetuidad a aquel que fue de niño su paje. Las tierras velezanas deberán esperar a su Señor Pero no mucho, porque al año siguiente muere la reina y Don Pedro Fajardo sabe que «la fortuna favorece a los valientes» (Virgilio). Así que trabaja y consigue el perdón de la reina Juana. En 1505 por fin llega con sus caballeros y su séquito a Vélez Blanco para convertirlo en la sede de su señorío. Hay que imaginarse la impresión que produciría la llegada de tan poderoso Señor a sus tres mil habitantes, musulmanes reconvertidos, que durante dos siglos y medio han sido la frontera del Islam con la Corona de Castilla.

El Marquesado de Los Vélez

En 1507, la reina Juana concede a Don Pedro Fajardo el título de Marqués de los Vélez, un marquesado que se convirtió en uno de los más extensos del Reino de Granada: Vélez Blanco, María, Vélez Rubio, Chirivel, Taberno, Cuevas, Portilla, Oria, Albox, Cantoria, Partaloa, Albanchez, Benitagla y Zurgena, así como los municipios murcianos de Molina de Segura, Mula, Albudete, Campos del Río, Librilla y Alhama. El Señor recibía con las tierras a sus vasallos, el poder de justicia y nombramiento de cargos, las rentas de diezmos, tercias y alcabalas, derechos de cultivo y pastos, molinos hidráulicos, miles de ovejas Si a eso unimos sus negocios en las minas de alumbres de Mazarrón, podríamos concluir que Don Pedro se convirtió en un señor poderosísimo y muy rico.

El poder de los Fajardo

La arquitectura es un símbolo de poder y el Marqués de Los Vélez quería que su castillo fuera el símbolo de su poderío. Sabía por una expresa orden real que se impedía a los nobles construir nuevas fortificaciones, pero él no se amedrentó en absoluto y construyó no uno sino tres: el de Vélez Blanco para su residencia y corte y otros dos en sus tierras de Cuevas del Almanzora y Mula. Tampoco tuvo freno a la hora a enfrentarse a personajes tan poderosos como su vecino el Duque de Alba o como el ogro del obispo de Almería, Don Diego Fernández de Villalán, al que llegó a denunciar por malversación y le dedicó duras acusaciones: «El templo de Dios ha de ser para rezar y no cueva de ladrones».

En 1506, inició la construcción de su castillo-palacio, que fue habría de ser imagen de su personalidad. Hombre de espada y pluma. Por una parte, señor feudal y caudillo militar; por otra, hombre de letras, culto, latinista, autor de coplas y poesías, buen orador, con preocupaciones intelectuales y un gran amante de la lectura. También su castillo fue reflejo histórico de ese tiempo de transición entre la tradición feudal castellana y la modernidad del Renacimiento italiano. Exteriormente, a ojos de sus vasallos y enemigos el castillo sería una fortaleza inexpugnable, una máquina perfecta de defensa adaptada a las más modernas técnicas militares. Interiormente, sería un palacio, lleno de refinamiento y belleza, con la influencia de las corrientes florentinas del Quattrocento.

Gótico y Renacentista

El castillo se proyectó en dos partes diferentes. La primera enraíza con el pasado, sirviéndose de la vieja alcazaba nazarí para crear una estructura rectangular maciza de argamasa y ladrillo. De esta parte salía una rampa en pendiente que daba, a través de un puente levadizo a 10 metros de altura, a la puerta principal del nuevo castillo, de planta alargada e irregular. La dualidad entre la tradición y la innovación también se reflejó sus estilos artísticos: el gótico-mudéjar y el renacentista. El estilo gótico se empleó inicialmente en estructuras como la Torre del Homenaje, de 25 metros de altura, en los arcos rebajados o en la galería mirador que da a la villa. Pero luego el proyecto dio paso al estilo renacentista italiano, especialmente en su Patio de Honor, en las columnas y en los grupos de ventanas pareadas con relieves de grutescos y motivos de candelabro. Los historiadores atribuyen este cambio a la impresión que le produjo la visita que hizo el Marqués en 1512 al castillo de la Calahorra, propiedad del marqués del Cenete y pariente de su segunda esposa, Doña Mencía de la Cueva.

El castillo contaba con ricos salones decorados con frisos de bajorrelieves renacentistas con los temas del triunfo de César en las Galias (Salón del Triunfo) y los 12 trabajos de Hércules (Salón de la Mitología), que simbolizaban las virtudes del propio Marqués de Los Vélez. En uno de ellos se encontraba su extraordinaria Biblioteca, con más de mil libros (hoy en la Biblioteca del Escorial en una gran parte), lo que nos habla de la cultura de este personaje, que contó con una corte propia de unas 120 personas, que tenía como modelo la propia corte castellana.

Ignominia de un expolio

Tras la muerte de D. Pedro y la de su hijo Luis el castillo dejó de ser la residencia habitual de la familia Fajardo, que se extinguió en el siglo XVIII. La propiedad del castillo pasó a otra familia nobiliaria y se aceleró abandono y el expolio de sus obras más preciadas. El punto culminante de la humillación del patrimonio almeriense fue a comienzos del siglo XIX. En 1903 se vendieron los frisos de madera los salones, que hace 25 años fueron encontrados en el Museo de Artes Decorativas de París. En 1904 se consumó el expolio con la venta al anticuario Golbertde su patio de honor por 80.000 pesetas, con regalo del artesonado de uno de los salones y dos puertas de bronce. Luego lo compró el norteamericano Blumenthal, que lo cedería al Metropolitam Museum de Nueva York donde se expone a los visitantes del mundo entero. Por cierto, en 1963 el museo neoyorquino quiso comprar los fragmentos de la cornisa del patio que aún quedaban en Vélez Blanco.

Una ruina que es esperanza

Salvo unas pocas personas, pocos lloraron en Almería este expolio. Luego llegó el abandono total, pese a ser declarado Monumento Nacional en 1931. Pero una ruina puede ser una esperanza. A partir de los años 60 hay algunas operaciones de limpieza. En los 80 y 90 una rehabilitación que permitía su uso. Y en 2005, al cumplirse el V Centenario de la construcción del castillo, la Junta de Andalucía adquirió la propiedad por 3 millones de euros. La Asociación Española de Amigos de los Castillos concedió a la Junta su Premio Nacional, a propuesta de Amigos de la Alcazaba, que organizó el Día Nacional de los Castillos 2006 dedicando todo su programa al Castillo de Vélez Blanco.

Pero la compra sólo podía ser el primer paso para la reconstrucción de su patio, que era posible porque los marmolistas almerienses realizaron un proyecto de digitalización en 3D (246.000 euros) y porque era de justicia. Llegó la crisis y como no se quiso reconocer que no había dinero se cuestionó el proyecto. En 2009 se celebraron unas Jornadas Técnicas, en Vélez Blanco en las que se debatieron las dudas de la Consejería de Cultura y el futuro del castillo. Los vecinos, Amigos de la Alcazaba y muchos de los técnicos no tenían dudas: «Sí a la reconstrucción, porque será más verdadera la copia del patio en el castillo de Vélez Blanco que el original en el Museo Metropolitano de Nueva York».

Se anuncia que la reconstrucción el patio pronto será una realidad. Tras la finalización de unos estudios históricos para que la reconstrucción se ajuste al estado original (no es correcto el que aparece en el Metropolitam Museum) se licitarán las obras por 1.130.000 euros. Se hará gracias a la Consejería de Empleo, Comercio y Empresa, al Ayuntamiento de Vélez Blanco y a la colaboración del mármol de Macael. Pero sobre todo a muchas personas que durante años y años han luchado por devolver la dignidad a nuestro patrimonio. Y por supuesto, al Ayuntamiento de Vélez Blanco que, con sólo dos mil habitantes, viene trabajando convencido de que el patrimonio es un recurso para vivir mejor.

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