Subía ayer sábado por la plaza de la Mariana cuando me topé con una banda de gaiteros que desfilaba por Ganivet. Como iba con bulla, ... no me paré, que llegaba tarde para escuchar a Chico Pérez en el Jardín de Cervezas Alhambra del Palacio de los Gomérez.
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¡Qué lujazo, qué privilegio, ese piano ardiente y desaforado sonando entre el rumor de los pájaros que habitan uno de los enclaves con más encanto de Granada! «Qué suerte», pensaba para mis adentros. «Qué suerte, vivir en Granada y tener la oportunidad de disfrutar momentos así».
Apenas doce horas antes también me dejaba las manos aplaudiendo otro conciertaco. En este caso, en la plaza de las Pasiegas, donde la Banda Municipal de Música terminaba la exquisita interpretación de un exigente repertorio de piezas eslavas, de Rimski-Kórsakov a Chaikovski. Una osada propuesta para darle la alternativa musical a las hogueras (y los botellones) de San Juan.
Cuando terminó el concierto de la Banda –para mí, siempre con mayúscula– y el respetable prorrumpió en un aplauso tan estruendoso como los truenos de la otra noche, escuché a un sujeto decirle a otro: «¿Por qué aplaude tanto la gente? ¿Acaso no sabe que ésos son funcionarios y les pagan por tocar?». Les confieso que me tuve que contener. De hecho, me sigo conteniendo: si escribo todo lo que pienso de semejante comentario, no me publican esta columna.
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¿Qué pretendía decir el sujeto? ¿Que por ser funcionarios y cobrar, los músicos de la Banda no se merecen nuestro reconocimiento después de una memorable actuación? Si a ese le hacen concejal de Cultura, le quita el sueldo a la Banda y anima a los músicos a que, después de los aplausos, pasen la gorra.
La Banda Municipal de Granada es parte del patrimonio histórico y cultural de esta ciudad. El nivel de los músicos es excepcional y su director, Ángel López Carreño, no para de inventar y de hacer propuestas valientes, novedosas y diferentes para goce y disfrute de la ciudadanía. ¡Suerte la nuestra!
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Sigamos con lo de la suerte. En dos sentidos. Hemos hablado tanto de Granada como lugar de inspiración y creatividad, del magnetismo de nuestra tierra, de lo bonica que es, del lujazo y la suerte que supone vivir aquí; que ser/estar en Granada pareciera suficiente recompensa. Que hablar del mal llamado vil metal no es de recibo, como si fuera de mal gusto. Pero no: las vistas a la Alhambra y a la Sierra y el runrún del Darro solo les dan de comer a unos pocos. Y tienen que currárselo.
Por otro lado, ¿fue una suerte lo de ayer en el Jardín de Cervezas Alhambra? Sí. Porque es una suerte que la cervecera del grupo Mahou-San Miguel apueste por esta tierra y no deje de invertir aquí cantidades ingentes de dinero. Habría que hablar más, por cierto, de los empresarios y prebostes que presumen de esta su tierra y de lo poco que hacen por ella.
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