Somos padres, no entrenadores
«Tras haber vivido en primera persona lo que supone llegar a la élite, entendí que el deporte debe ser una elección libre, nunca una imposición»
Como padre de un niño que practica deporte, y como alguien que ha dedicado su vida al voleibol de alto nivel (he tenido la suerte ... de representar a mi país en Juegos Olímpicos, Campeonatos del Mundo y de Europa, además de jugar varios años en la liga italiana), siento la necesidad de compartir una reflexión que considero interesante y voy más allá, diría que urgente.
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En mi casa, nunca he influido en la decisión de qué deporte debía practicar mi hijo. Tras haber vivido en primera persona lo que supone llegar a la élite, entendí que el deporte debe ser una elección libre, nunca una imposición. El camino tiene sentido sólo si nace de la pasión del niño, no del deseo de los padres.
Por eso me preocupa ver, cada fin de semana, cómo muchos padres y madres se convierten en entrenadores desde la grada, corrigiendo, gritando y presionando. O cómo deciden por sus hijos qué deporte deben hacer, sin darles la oportunidad de descubrir lo que realmente les hace felices. O peor aún: cómo proyectan en ellos los sueños que ellos mismos no pudieron cumplir.
Me duele especialmente ver a niños que, aun habiendo ganado con su equipo, se marchan llorando porque sienten que no lo han hecho bien, porque alguien les ha exigido más de lo que podían dar en ese momento. Eso demuestra hasta qué punto la presión externa puede transformar un juego en una carga, y la alegría en frustración.
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El deporte base debería ser un espacio de disfrute, de aprendizaje y de valores. Tristemente, la presión de algunos adultos está robando a los niños lo más valioso: la ilusión. Nuestros hijos no necesitan un entrenador extra en la grada ni un juez en casa, necesitan padres y madres que acompañen, que animen, que celebren el esfuerzo por encima del resultado.
Si algo aprendí en mi carrera es que la motivación real nace de dentro, nunca de fuera. El talento y el éxito solo florecen cuando hay pasión, no obligación. Y, sinceramente, el mejor futuro que podemos darles no es un camino lleno de medallas y triunfos, sino una infancia feliz.
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