María Fernández y Pedro Espejo en el orfanato tanzanés.. IDEAL

Dos jóvenes castellariegos colaboran en un orfanato en Tanzania

María Fernández y Pedro Espejo dos voluntarios que han pasado 35 días colaborando en la labor humanitaria con los niños del continente africano

José Antonio García-Márquez

Jaén

Lunes, 9 de agosto 2021, 23:57

María Fernández y Pedro Espejo, dos jóvenes de Castellar, regresan al pueblo tras haber desarrollado una labor humanitaria en Tanzania, el país de África Oriental ... famoso por sus extensas zonas de fauna salvaje, sus comunidades masái y, desgraciadamente, por su corta esperanza de vida. Por cuenta propia, sin ir de la mano de ninguna ONG, la pareja de cooperantes castellariegos, ha trabajado durante 35 días en un orfanato tanzanés.

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María reconoce que fue su espíritu aventurero el que le llevó a emprender un viaje, que tenía en mente desde hace un año: «Al principio pensé hacerlo a través de una ONG, pero los requisitos eran excesivos. Acudí a Domingo Expósito, un ubetense que ya había estado en Tanzania, que me puso en contacto con una familia residente en el entorno tanzano de Moshi, un área próxima al Serengueti, el Kilimanjaro y la frontera con Kenia». Al viaje, en el que colaboraron con 535 euros personas voluntarias del pueblo, se sumó su amigo Pedro sin vacilación.

Pedro, por su parte, aduce que «una vez allí nos sentimos un poco desorientados, pero luego fue más fácil de lo que pensábamos. Conocimos a Juma, 'nuestro embajador', que nos acompañó al emplazamiento en el que habríamos de vivir y nos llevó al orfanato donde desarrollamos la labor principal. A partir de ahí, a pesar del enorme bochorno y humedad ambiental, la amabilidad de las personas hacia nosotros  nos hizo respirar tranquilos». María apunta que, «si bien la primera sensación fue caótica, porque llegamos de noche y desde al aeropuerto hasta la casa había como una hora de camino que se hizo eterna, el trato de la gente, lleno de sonrisas y saludos por donde quiera que pasábamos, con niños que corrían hacia nosotros al grito de 'usungu' (persona blanca) para ofrecernos abrazos, representaba una sensación de tranquilidad, confortable y placentera».

Sin tiempo para la tregua los jóvenes castellariegos se incorporaron al orfanato para trabajar con los niños, bastaron, sin embargo, un par de días para comprobar que las instalaciones eran muy pobres, sufrían carencias y deterioros, así que propusieron a los responsables de las instalaciones efectuar labores de rehabilitación y les dieron carta blanca: «Arreglamos las paredes, que estaban en mal estado por la humedad; las pintamos; participamos en la reparación de un depósito de agua; se contrató a un vecino de la aldea para que nos echara una mano en el trabajo, pues nosotros hacíamos lo que podíamos, pero ninguno de los dos somos albañiles; adquirimos sábanas para las camas y conseguíamos fruta y alimentos básicos para los niños. Nuestra misión no era otra que trabajar y compartir todo el tiempo que podíamos con los niños, jugar y aprender con ellos, porque nosotros hemos aprendido mucho».

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María y Pedro retornan a Castellar asegurando que han vivido una de las experiencias más enriquecedoras de sus vidas y están dispuestos a repetir la aventura si la oportunidad se presenta.

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