Edición

Borrar
José Manuel vende embolsados, pipas y chuches para hacer más llevadero el enclaustramiento. R. L. P.
Unas chuches para animarnos

Unas chuches para animarnos

Abierto por coronavirus ·

No cubre gastos, pero sigue prestando un servicio bienvenido en estos tiempos

Jesús Lens

Granada

Sábado, 28 de marzo 2020, 00:59

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Les confieso que he estado dudando todo el día si escribir este reportaje o pasar a otro de los que tengo en agenda. ¿Cómo se explica una tienda de los famosos 'chuches' de Rajoy sin un ramillete de chaveas arracimados frente al mostrador, metiendo bulla y poniendo al límite la paciencia de José Manuel, el dueño de Chuches Paty? Y, sin embargo, si él abre, contra viento y marea, es justo que nosotros lo contemos.

–¿Cómo está viviendo usted toda esta situación?

–Con miedo por un lado y con incertidumbre por otro.

José Manuel, como la gran mayoría de nosotros, combina el respeto al coronavirus y el temor al contagio con lo incierto del futuro que nos espera, económicamente hablando, cuando termine esta pesadilla. «Una vez que la gente ha asumido que esto va a ser mucho más largo de lo que creímos al principio, apenas entra nadie. Ni siquiera cubro gastos manteniendo la tienda abierta, pero trataré de seguir viniendo todos los días por respeto a la clientela». Y es que José Manuel, además de chucherías, golosinas, refrescos y aperitivos embolsados también vende leche, pan, huevos y alguna lata. Y tiene una clientela fiel que acude regularmente a su tienda. De hecho, él mismo le sube la compra a algún cliente pachucho que no puede bajar. «También se la llevo a mis padres, que no deben salir».

Visitamos a José Manuel cerca del mediodía. Resulta extraña y contradictoria la divertida efigie de los Conguitos y el vacío interior en la tienda. Entra un cliente. Se lleva el pan y una lata de pimientos morrones. La cuenta no llega a 5 euros. Paga en efectivo.

«Por las tardes no tiene sentido abrir. Si por las mañanas apenas hay gente en las calles, después de comer no pasa nadie. La policía se ha puesto seria y para a mucha gente». Como debe ser, por otra parte. «Estoy esperando a una clienta que me tiene el pan reservado y a Tomás, el de los huevos. En cuanto vengan, cierro». Entra un chaval joven. Es uno de los obreros que trabajan en un edificio cercano. Se lleva un bollo de pan. También paga en efectivo.

Entonces llega María, una señora mayor que viene ataviada con unos guantes que le dieron en Mercadona. «Lavados y reciclados». Además del pan que le tenía guardado José Manuel, pregunta por los gusanitos rojos. Están en una de las baldas de abajo. Se agacha y los coge.

–¿Para sus nietos?– pregunto cándidamente.

–¡Pa' nosotros!– exclama ella–. Pa' mi marido y pa' mí. Pa' un capricho que podemos darnos...

Se queja de que no haya mascarillas, guantes o alcohol en las farmacias, pero sigue su camino con su genio bromista.

José Manuel apenas vende ninguno de los juguetitos de su tienda de chuches. «No vienen los críos ni vienen los abuelos. No los compra nadie». ¿Qué es lo que más vende estos días? «Los embolsados. Y algún refresco. Patatas fritas y cosas así». Las pipas Granaínas con el diseño de la cerámica de Fajalauza, con o sin sal, ocupan un lugar destacado en Chuches Paty, haciendo patria.

Me siento incómodo. No por José Manuel, que se muestra atento y solícito. Es el silencio, más estruendoso que otras veces. Me pasó hace unos días, cuando fui a la Carretera de la Sierra y pasé frente al Camino de la Fuente de la Bicha, la popular y habitualmente transitadísima Ruta del Colesterol, a visitar una pescadería. Soplaba mucho aire y era lo único que se escuchaba: el ulular del viento entre los árboles y las aguas bravas del Genil en el circuito habilitado al efecto. Lo que en cualquier otro momento habría sido idílico, ese día me pareció triste y ominoso.

Muchas gracias a José Manuel por mantener abierta su tienda de chuches, aun sin zagales en las calles. Al menos, mamis y papis les pueden llevar unas nubes, unos Pelotazos o unas cortezas a la vez que compran el pan en una tienda pequeña que, a pesar de todos los pesares, sigue luchando contra los elementos.

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios