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Donde el desierto pone a prueba el alma

Miles de participantes completanuna de las pruebas de ultrafondo más duras que se celebran

Juanjo Aguilera

Almería

Sábado, 18 de octubre 2025, 11:31

El desierto no perdona, pero enseña. En La Desértica, cada paso es una conversación con uno mismo, una confesión que solamente se entiende cuando el ... polvo se mezcla con el sudor y el horizonte parece moverse más despacio que el corazón. No hay público que aplauda en las ramblas ni sombra que alivie el peso de las horas. Sólo el silencio seco de Almería, ese que corta como cristal y el eco de unas zapatillas que se niegan a rendirse.

El camino no empieza en la salida –allí todo es de color de gloria, como el paso por las primeras poblaciones que acogen su paso–, sino en la primera duda. En la mente que calcula si podrá con tanto sol, con tanta piedra, con tanto vacío. Pero la Desértica no se gana contra el reloj, sino contra el miedo. Cada kilómetro es una conversación muda entre la voluntad y el cuerpo, un pulso que se libra bajo la piel. Y ahí, cuando el cansancio arranca el disfraz de la fuerza, aparece lo esencial: la fe, el orgullo, la huella.

No hay paisaje más sincero que el desierto. No miente. Te quita lo que sobra y te devuelve lo que eres. En la línea infinita que separa el paisaje de la nada, los participantes descubren que avanzar no es correr, sino resistir. Que la soledad también empuja. Que el sol, cuando cae, se convierte en un dios antiguo que observa sin juzgar, mientras los cuerpos se funden en una procesión de polvo y valor.

Hay lágrimas que no se ven, pero pesan. Las de quien pedalea con las piernas rotas o camina con ampollas que sangran en silencio. Y sin embargo, en cada rostro se adivina una misma expresión, la de quien ha comprendido que la victoria no está en llegar, sino en no haberse detenido en ningún metro del tramo a completar hasta la línea de Roquetas de Mar.

Cuando la noche se abre sobre las montañas, el desierto se vuelve un espejo. Refleja el esfuerzo, la dignidad, el coraje de los anónimos que lo cruzan. No son héroes ni soldados, aunque algunos lo sean. Son peregrinos del esfuerzo, aventureros del límite. Gente que se atreve a escuchar lo que el desierto susurra, que el ser humano no está hecho para rendirse.

Al final, cuando la meta aparece entre luces y vítores, nadie llega igual que salió. El desierto deja su marca invisible, un tatuaje de polvo y silencio que acompaña mucho después del último paso. En los ojos de quienes cruzan la línea se adivina algo más que cansancio, una certeza, la de haber mirado de frente a sus propios límites y haberlos hecho retroceder. Porque en La Desértica no se compite, se renace.

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