Palomares: la Hiroshima que esquivó la mala suerte

Cada uno de los proyectiles nucleares que cayeron sobre la localidad cuevana tenía una carga cien veces superior a la de las bombas niponas

Miguel Cárceles

Martes, 20 de octubre 2015, 01:33

Podría haberse convertido en un accidente nuclear de unas consecuencias inabarcables. Probablemente, la inmensa mayoría de los que ayer pudimos observar la instantánea de los ... jefes de la diplomacia española y norteamericana, José Manuel García-Margallo y John Kerry, firmando la declaración de intenciones en el Palacio de Viana, en el Madrid de los Austrias, no estaríamos aquí. Nuestros abuelos habrían perecido, nuestros padres, de haber nacido, habrían padecido las consecuencias inevitables de la detonación. Y Almería habría pasado a encabezar los negros libros de la historia nuclear con la madre de todas las explosiones.

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Por suerte, los 1,5 megatones de potencia explosiva de cada uno de los cuatro proyectiles que calló sobre Palomares se quedaron en un potencial sin descubrir. No llevaban carga. Y dos de ellos se encontraron intactos -uno junto al lecho del río Almanzora; otro, tras 81 días de búsqueda, en el fondo del mar, justo donde Francisco Simó, un pescador catalán afincado en Águilas (Murcia), les había señalado durante días a los norteamericanos-.

Todo ocurría un tranquilo día 17 de enero de 1966, en una tranquila comarca de la ya de por sí tranquila provincia de Almería. Dos aviones del ejército norteamericano sobrevolaban el Mediterráneo de vuelta a casa después de una inspección aérea sobre Turquía. Un avión bombardero B-52, con cuatro bombas atómicas sin cargar y siete tripulantes, se dispuso entonces repostar durante el vuelo gracias a un avión cisterna KC135, éste con cuatro tripulantes. Durante el respostaje, no se sabe por qué motivo -pudo ser que se incendiara uno de los motores del bombardero o que, durante la operación, ambas aeronaves se acercaran tanto como para colisionar- los aviones, incendiados, comenzaron a caer.

Apenas eran las 10.22 horas de la mañana. De los siete tripulantes del bombardero B-52, cuatro consiguieron saltar de la aeronave, pero solo tres lograron salir con vida tras ser rescatados en el mar por pescadores garrucheros y de ser trasladados al Hospital de Águilas. Al cuarto no se le abrió el paracaídas. El resto de pasajeros de los dos aviones también pereció, junto a él, en el incidente. Los restos de los aviones, con base en Carolina del Norte y en Texas, se esparcieron por el mar y por la costa de Palomares. Y el día quedó entonces marcado con todas las de la ley en el calendario pese a la presión de la censura en la España predemocrática e incluso anterior a la Ley de Prensa salida de los despachos del entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga. Temeroso del impacto del incidente sobre el turismo, Fraga se bañó, en pleno mes de marzo, en la playa de Quitapellejos, en Palomares. Su bañador Meyba se convertía en un fetiche histórico.

El triste acontecimiento, por suerte, se saldó con un impacto limitado. Las bombas no explotaron, pero sí que liberaron radioactividad: una nube de partículas de óxido de plutonio que se expandió por 226 hectáreas. Estados Unidos comprometió una primera limpieza, y justo después del accidente se llevó 1.700 toneladas de tierra contaminada hasta su territorio, hasta Carolina del Sur. Y desde entonces, el suceso se dio por cerrado hasta hace pocos años pese a que de forma cíclica se sometía a la población a controles sanitarios para evaluar posibles efectos derivados de la radiación.

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Con el paso de los años, la desintegración del plutonio acabó generando en Palomares americio, un material que se volatiliza con mayor facilidad. En un estudio del año 2001, el Ciemat encontró niveles veinte veces superiores a los aceptables para zonas habitadas en los suelos de Palomares. Entonces corría la burbuja inmobiliaria. Y el litoral cuevano, como el de Vera, Mojácar, Carboneras o Pulpí era suculento para la construcción. El Gobierno de José María Aznar (PP) utilizó entonces la Ley de Acompañamiento de los Presupuestos Generales del Estado de 2003 para posibilitar la expropiación los terrenos en los que cayeron las bombas y no dejar así al deseo de los propietarios un desarrollo urbanístico que complicara aún más la situación en materia de salud pública.

Ya en 2008, el Ciemat culmina un nuevo estudio tridimensional para detectar hasta dónde llegaba la contaminación radiactiva de los suelos de Palomares y, también por sorpresa, se detectaron focos de contaminación fuera de los terrenos expropiados. Se limitaron los usos del suelo y se comenzó a tomar con más brío, ahora con José Luis Rodríguez Zapatero en La Moncloa, la negociación con Estados Unidos que permitiera dar carpetazo a los sucesos de Palomares. Ya habían pasado más de cuarenta años.

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Este último estudio, el más fidedigno, ha sido el que ha estado sobre la mesa de las negociaciones hispano-norteamericanas durante los últimos años. En él se habla de la existencia de medio kilogramo de plutonio en unos 50.000 metros cúbicos de tierra en Palomares en tres zonas contaminadas. Es la tierra que se necesitaría para rellenar veinte piscinas olímpicas.

Los requerimientos de España para la limpieza total de Palomares de restos contaminados por productos químicos radiactivos han sido desoídos por Estados Unidos durante décadas. El temor a que un acuerdo con España sentara precedente en el resto del mundo era una patente que, sin embargo, se rebatía desde su legación diplomática por la buena relación -de países aliados- existente entre ambos estados. Sobre todo cuando en España existen dos bases militares norteamericanas, las de Rota y Morón de la Frontera, ambas en suelo andaluz.

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Las conversaciones, sin embargo, comenzaron a encarrilarse con Hillary Clinton como secretaria de Estado norteamericana y con Moratinos en los despachos del Palacio de Viana, una vez superado el desencuentro diplomático provocado por la decisión de Zapatero de retirar las tropas españolas de Irak. Ya en 2011, con Trinidad Jiménez de ministra de Exteriores, los acuerdos avanzaban a velocidad de crucero: a Bush le había tomado el relevo Barack Obama y las relaciones se habían normalizado. Jiménez se mostraba «muy satisfecha» de la colaboración que encontraba en el Departamento de Estado norteamericano después de que la responsable de la política exterior de EE UU, Hillary Clinton, afirmara que su jefe de filas, Obama, se tomaba «en serio» el tema de Palomares.

Ayer se sumó una cita para la historia: la «declaración de intenciones» firmada por John Kerry, sucesor de Clinton en la Secretaría de Estado norteamericana, y el ministro García-Margallo. La tercera foto para la historia después del baño de Fraga en Palomares y la del propio accidente.

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