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Dos camareros recogen las mesas de la terraza del Bar de Eric. Ramón L. Pérez

La hostelería granadina acepta los horarios como mal menor

Los profesionales del sector quieren eliminar las restricciones cuanto antes, pero sin tener luego que dar pasos atrás

Viernes, 12 de marzo 2021

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Envidio a mi compañera de página, Pilar, porque le ha tocado bajar a la Costa a contar cómo disfrutan del viernes de comienzo de fin de semana de la ampliación de horarios comerciales y de hostelería hasta las nueve y media de la noche. A mí, al contrario, me soltaron este viernes por la ciudad de Granada para contar cómo las cosas se han quedado como estaban. Es decir, cierre de comercios no esenciales y hostelería a las seis.

Y las cosas estaban de la siguiente manera. Hacía un viernes con sol radiante, cielo azulón que te mueres y temperatura delicada, espectacular para lucir palmito y ropa nueva. Granada tomó las calles -y a las horas en que escribo estas líneas, las cinco y media de la tarde-, bares y terrazas estaban a reventar.

Pregunté en el Realejo, en mis bares de cabecera, qué piensan de seguir cerrando a las seis de la tarde mientras en la Costa y la Alpujarra ya se prolongan los horarios hasta las nueve y media de la noche. La respuesta parece consensuada como si fuera un comunicado de prensa oficioso. «Todos estamos a la espera de que pasemos lo más rápido posible a la fase 2 y poder ampliar el horario».

Pero, esta vez, a diferencia de la primavera pasada, el verano o las Navidades, se añade una coletilla que tiene mucho sentido. «Eso sí. Ni un paso atrás». «Tenemos que pagar los sueldos, impuestos y sobrevivir»; comentaban. «No nos importa esperar a que se amplíen los horarios, pero nunca a costa de que la situación empeore y tengamos que volver a chapar o a reducir horarios».

Es la nueva situación en la que se admite pulpo como animal de compañía. Cualquier cosa es buena mientras no empeore, mientras se pueda seguir jugando. Mientras se pueda trabajar y pagar. Sobrevivir.

La escalinata de la Plaza de las Pasiegas estuvo muy solicitada a partir de las seis de la tarde. Ramón L. Pérez

Por toda la ciudad

Aires de fiesta recorrían toda la ciudad de Granada. Era prácticamente imposible encontrar una mesa libre en toda la zona de Realejo-San Matías. Ganivet, esa nueva milla de oro y juventud, palpitaba. La Plaza Bib-Rambla ha reverdecido. Aunque todavía presenta muchos locales cerrados, los que están abiertos mostraban todas sus mesas repletas.

El recorrido lleva por Pescadería, la Romanilla, Trinidad y el Jardín Botánico. La escena se repetía. Nadie diría que estamos en mitad de un estado de alarma por una pandemia, si no fuera porque se veían mascarillas por doquier. Todos los locales de hostelería estaban con sus terrazas al completo. El interior, mostraba una cara diferente.

En la Plaza de la Trinidad ha caído una bomba de humo y toda la clientela de las terrazas ha desaparecido como por arte de magia. En cinco minutos, los que median entre las seis menos cinco y las seis, todas las mesas se vaciaron. Ahora, los camareros se afanaban en desinfectar las mesas y sillas para guardarlas en el interior de los locales.

En la cafetería Goya, por ejemplo, esperan también que todo cambie pronto. «Ojalá», resumía el camarero. «Ganas de trabajar no faltan. Ganas de sacar a los compañeros del ERTE, tampoco. Gente, tampoco. Solo necesitamos que se pueda abrir más tiempo». En la Plaza de La Romanilla, la media docena de negocios también cerraron a las seis de la tarde, con puntualidad granadina. Lo mismo ocurría con el mercadillo artesanal 'Por amor al arte' que flanqueaba el otro lateral de la plaza. Todos cierran a las seis de la tarde o'clock.

Las terrazas de Puerta Real aparecen recogidas mientras los granadinos estiran la tarde con sus paseos. Ramón L. Pérez

Últimas horas

Pero, la tarde era inmensa. Granada quiere calle y muchos se han quedado. Los bancos están al alza, muy cotizados. Todos llenos de parejas, de familias, de jóvenes, de mayores. La escalinata de la Plaza de las Pasiegas también estaba abarrotada. Un guitarrista, en la pared de la Curia, entonaba sus canciones. La gente fumaba, bebía latas de cerveza o se tomaba un café de los de para llevar. Se veían muchos helados. Era una recuperación de los espacios públicos.

Lo mismo ocurría en la Plaza Bib Rambla, donde sus bancos de piedras estaban todos ocupados. Sobre todo por familias con retoños pequeñitos, que correteaban el perímetro de la plaza.

Anochece. Puerta Real es un hervidero. La gente se pasea y trata de estirar la tarde. Poco a poco, tan lento como cae el sol, desaparece. El toque de queda sigue vigente. Las calles se han quedado a las diez desiertas, como cuatro horas antes los bares.

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