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Inés Gallastegui
Granada
Lunes, 21 de abril 2025, 00:10
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicó hace unos días la primera encuesta de su historia sobre edadismo, un concepto que mucha gente ni siquiera conoce y que, de hecho, ingresó en el diccionario de la RAE hace apenas dos años: «Discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas». Aunque se denuncia infinitamente menos, el también llamado viejismo, ageísmo o gerontofobia es una discriminación igual de cruel e injusta que el machismo o el racismo. Los estereotipos edadistas están en todas partes, a menudo de forma inconsciente e incluso bienintencionada, y tienen consecuencias graves en multitud de ámbitos –desde el diseño de las ciudades hasta la atención sanitaria, pasando por la autopercepción de las personas mayores– que pueden empeorar la salud y acortar la vida, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En España entró en vigor en 2022 una ley que por primera vez reconoce la discriminación en relación con la edad de forma explícita, prevé medidas para promocionar la igualdad de trato y establece sanciones para quien las incumpla.
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El profesor del Máster en Gerontología, Dependencia y Protección de los Mayores de la Universidad de Granada (UGR) José Luis Cabezas recuerda que en España viven muchos más ancianos que niños –casi 10 millones de mayores de 65 años, el 20% de la población– y, sin embargo, se les tiene más en cuenta como «cantera de votos» o sostén económico en tiempos de crisis que como una fuerza demográfica con poder para diseñar políticas públicas.
Cabezas apunta multitud de ejemplos de edadismo institucional, como el diseño de ciudades «pensadas para personas con gran agilidad física y cognitiva» y plagadas de barreras para las personas con movilidad reducida. También lo ejercen la administración pública y los bancos y otras empresas, recuerda, cuando se resisten a atender a usuarios o clientes de forma presencial y exigen unos conocimientos informáticos que no toda la población posee.
El ejemplo más escandaloso se dio con la irrupción del covid-19, cuando ante el colapso del sistema sanitario se abandonó a miles de mayores a su suerte. «En la pandemia se sacó del sistema a las personas que construyeron el estado de bienestar. Eso no puede volver a ocurrir», zanja.
También hay una clara discriminación por edad en el mundo del trabajo, cuando se considera a los mayores de 50 años –pero el listón sigue bajando– un lastre para las empresas y se da por hecho que no pueden actualizar sus conocimientos, que su experiencia no es útil y no tienen nada que aportar a las empresas.
El culto a la juventud se refleja en la invisibilización social de los adultos mayores, por ejemplo, en su presencia escasa o estereotipada en la televisión o el cine, pero también en la política, reflexiona el experto.
José Luis Cabezas
Gerontólogo
El profesor destaca además una discriminación más insidiosa, que nace de una mezcla de prejuicios y buenas intenciones. «Muchas veces adoptamos actitudes paternalistas ante los mayores, como cuando les llamamos 'abuelitos', los infantilizamos, les hablamos más fuerte antes de saber si tienen problemas auditivos o más despacio antes de saber si tienen deterioro cognitivo», explica Cabezas.
A menudo las actitudes discriminatorias van rodeadas de «un halo de benevolencia», una especie de instinto protector, como cuando los hijos asumen el control sobre la vida de sus padres mayores sin tenerles en cuenta, pero siempre «por su bien».
«Hay prejuicios autolimitantes, como que los adultos mayores sufren problemas de memoria, no tienen actividad sexual o no son capaces de aprender cosas nuevas», subraya el gerontólogo, quien matiza que una edad avanzada no siempre conlleva mala salud. La propia OMS, recuerda,«metió la pata» en 2021 al incluir la vejez en la clasificación internacional de enfermedades y luego rectificó.
De esto sabe mucho Alberto Castellón, médico geriatra y también profesor del Máster de la UGR. «Hay muchos mitos sobre el proceso de envejecimiento –afirma–. El deterioro físico y funcional no forma parte del envejecimiento, sino que es el resultado de los hábitos de vida no saludables que hemos tenido a lo largo de la vida. Si una persona abusa de los carbohidratos durante décadas y está obesa, cuando llegue a la tercera edad tendrá patologías asociadas, como artrosis y diabetes, y dificultad para moverse, pero eso no se puede achacar al envejecimiento».
Castellón recuerda que hasta hace unos años la ciencia creía que el cerebro humano tiene 100.000 millones de neuronas y las va perdiendo desde el nacimiento; hoy sabemos que cada día se generan 1.600 neuronas solo en el hipocampo durante toda la vida. «Cuando aparece una demencia no se debe al envejecimiento del cerebro, sino a la aparición de una enfermedad –el alzhéimer o una dolencia vascular– que impide esa regeneración neuronal», subraya.
Alberto Castellón
Médico geriatra
Castellón reconoce que aún siguen existiendo tendencias edadistas en el sistema sanitario. Como ejemplos, alude a cierta «despersonalización» que convierte a las personas de edad avanzada en «un número más»; los protocolos que abogan por reducir la medicación a los ancianos «con criterios economicistas»; o el simplismo de algunos profesionales que atribuyen un malestar indefinido a los muchos años, en lugar de buscar la causa.
También en el sistema de la dependencia: cuando una persona empieza a desarrollar una demencia es muy importante que se le permita hacer todo lo que pueda de forma autónoma, porque ayudarle en todo merma sus capacidades, advierte el médico.
«Hoy en día cuando hablamos del estado de salud no hablamos de enfermedad, sino que le preguntamos al paciente cuál es su estado de ánimo, cómo afronta las situaciones negativas y qué le aporta su familia o su entorno social. Después sí le preguntamos qué le duele. El modelo biomédico actual es mucho más complejo», subraya.
Porque está comprobado, recuerda, que la principal causa de enfermedad en las personas mayores es la soledad. «La vejez es una etapa más del ciclo vital, con sus elementos positivos y negativos, y la persona mayor tiene que tener metas, desarrollar nuevas habilidades, estar con gente... Está comprobado que las relaciones sociales disminuyen la ansiedad, la depresión y el consumo de fármacos», recalca.
Los dos expertos coinciden en que por ahí va la lucha contra la discriminación por edad. «El principal problema es la falta de educación –recalca Castellón–. Nosotros llevamos 30 años en el máster formando a médicos, enfermeros, psicólogos o trabajadores sociales para desmontar el paradigma del edadismo». «Mucha pedagogía y más participación social y política de los mayores. Deben ser escuchados en la toma de decisiones que les afectan», concluye Cabezas.
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Amanda Martínez | Granada, Amanda Martínez | Granada y Carlos Valdemoros | Granada
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