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Inés Gallastegui
Granada
Lunes, 21 de abril 2025, 00:01
La brecha digital es una de las principales fuentes de discriminación edadista en la sociedad actual: las dificultades de las personas mayores para utilizar las nuevas tecnologías –por falta de formación, de equipamientos o de ambos– entorpecen su acceso a servicios públicos y privados, desde comprar un billete para viajar hasta ser atendido por la administración o hacer gestiones bancarias. De ahí los importantes esfuerzos para 'empoderarles' con la capacitación tecnológica que hoy en día se necesita para moverse en el mundo. El virtual y el real.
Uno de los ejemplos más exitosos es la red de Puntos Vuela de Andalucía, una herramienta contra la brecha digital y por la dinamización socioeconómica de la que forman parte 170 centros en la provincia de Granada (760 en toda la comunidad) con más de 60.000 usuarios, tanto particulares como profesionales, con la participación de la Junta de Andalucía, las 8 diputaciones, 700 ayuntamientos y más de 60 ONG.
En el Punto Vuela de Albolote, la agente de innovación local María González recalca que esta formación empieza por las competencias digitales más básicas –encender el ordenador, descargar archivos, enviar correos...– y se va especializando en función de los intereses de los participantes: desde el paquete de oficina –hojas de cálculo, procesador de textos o presentaciones– hasta el manejo de aplicaciones para editar fotos o vídeos o crear rutas de viaje, pasando por las enormes posibilidades formativas y de ocio de la realidad virtual o la realidad aumentada.
«Esta tecnología suele estar catalogada para gente más joven o más friki, y no me parece bien: es asequible y le puede gustar a cualquiera», subraya María, que recuerda que con las gafas de realidad virtual su grupo de mayores más avanzado –llevan tres años de clases– puede visitar un museo, asistir a un concierto o tirarse en paracaídas. También han flipado con el cubo de Merge, una herramienta física a través de la cual se pueden ver objetos en 3D usando el móvil, con aplicaciones educativas. «Este mes empezamos con las bibliotecas virtuales», explica. Reconoce que a sus alumnos mayores les van bien estos cursos porque, a menudo, las sedes electrónicas de muchas entidades e instituciones son poco intuitivas y difíciles de usar. Otro ejemplo de edadismo.
María plantea el espinoso asunto al grupo 'máster' y, aunque en principio solo expresan su enorme satisfacción con lo que están aprendiendo, pronto se animan a poner ejemplos y contar anécdotas que ilustran esa visión estereotipada de la edad.
«Fui con una amiga a sacar un billete de autobús. En la máquina expendedora no sabía cómo hacerlo y en la taquilla no la trataron bien. Al final, la ayudó la señora que estaba limpiando la estación de autobuses», explica Julia, que se pregunta por qué las empresas no están obligadas a ofrecer atención presencial, en lugar de dejar que la atención al usuario dependa de la buena voluntad o la simpatía de la persona de la ventanilla. «Está muy bien que aprendamos, pero quien no puede hacerlo debe tener otra opción», resalta esta enfermera jubilada de 68 años, quien lamenta los estereotipos limitantes sobre las personas de su edad. «Cuando acudes a tu médico, se da por supuesto que lo que te pasa es por lo mayor que eres. ¿Cómo quieres estar, con la edad que tienes?», ironiza. Para ella es fundamental el respeto y el buen trato, por eso cree que las clases de María en el Punto Vuela –hora y media, dos días por semana– tienen tanto éxito. «Es muy buena comunicadora y tiene mucha paciencia. Algunos piensen que la gente mayor se tiene que conformar con lo poquito que le den: le das a esta teclita y ya está. Me molesta que me traten como si fuera tonta por ser mayor», destaca.
También Llanos, matrona retirada de 68 años, reflexiona sobre la importancia de esta capacitación digital. «Aprender a usar las nuevas tecnologías nos ayuda a no aislarnos. La vida va muy deprisa. El cubo de Merge me pareció cosa de magia, pero a la vez es útil. Lo que antes considerábamos ciencia-ficción ya es realidad. Hay esa tendencia a quedarnos apartados, sin movernos, tranquilos.... y no. La vida continúa», explica Llanos, que cree que muchos términos que se aplican a los mayores son discriminatorios. «No es que tengamos la piel muy fina».
José Mari, de 76 años, casi siempre se ofrece voluntario para conducir cuando hace turismo con su cuadrilla. Por eso le sentó como un tiro que, en su último viaje a Mallorca, la compañía de alquiler de coches le dijera que no podía firmar el contrato a causa de su edad y que ninguna otra empresa lo haría tampoco. «Me sorprendió muchísimo. Si conduces todos los días y pasas tus revisiones, ¿por qué no puedes alquilar un coche? Yo conduzco dos veces al año hasta mi pueblo, Tolosa, a 900 kilómetros, ida y vuelta... Al final tuvo que firmar el contrato una compañera más joven. Me sentó muy mal», reconoce este administrativo jubilado.
María Luisa recuerda que hace no mucho se le bloqueó la tarjeta bancaria y el pago con el móvil cuando estaba en Almuñécar. Se acercó a una sucursal de su entidad y no le resolvieron nada. «Me trataron mal, y eso que el problema era suyo. Que me buscara la vida, que para qué me meto en tecnología si no entiendo nada...», recuerda esta mujer, que lamenta haberse puesto demasiado nerviosa para poner una hoja de reclamaciones.
Otra alumna destaca la autonomía para resolver pequeños problemas cotidianos sin tener que recurrir a los jóvenes. «Mis hijos estuvieron un montón de tiempo sacándome el coche del garaje, hasta que se pusieron de acuerdo en no ayudarme más y que me buscara la vida. Ahora lo saco yo», subraya, con un punto de orgullo. «Lo que más me gusta de estos cursos es tener mi independencia, no depender de nadie», reflexiona otra, que enumera entre sus nuevas habilidades gestionar las citas médicas a través de ClicSalud o configurar los ajustes de la televisión sin ayuda.
A varios kilómetros, María Pérez asiste, como cada mañana, al Centro de Participación Activa de la Plaza de los Campos, en la capital. Este centro de la Junta de Andalucía para la inclusión de los mayores imparte también formación contra la brecha digital, pero María, de 82 años, cree que internet le ha pillado un poco mayor. Eso sí, asiste a las clases de taichi y música en movimiento y a los ensayos del coro y del grupo de teatro. «Me quedé viuda hace tres años y a mí el centro me está haciendo mucho beneficio. La soledad la tengo muy ocupada. Se lo digo a todo el mundo: aparte de que se pasa muy bien, en el centro te sientes arropada, te sientes querida y te sientes autónoma para hacer infinidad de cosas. Te sientes más joven», resume.
María se siente afortunada por el trato personal que recibe en su banco, porque no sabe manejar el cajero automático y es consciente de que en algunas entidades el objetivo es recortar personal y abaratar costes, estrategia en la que necesitan que los clientes hagan el mayor número de gestiones online. También la ayuda su hija, que vive en Sevilla.
Sí reconoce que a veces se siente abrumada por las barreras arquitectónicas o agobiada con un semáforo demasiado rápido para ella, que camina con andador. «No hay empatía con la tercera edad. Cuando somos jóvenes no nos damos cuenta de que vamos envejeciendo. Creemos que siempre vamos a ser autónomos y lo vamos a decidir todo», apunta María, que echa en falta más educación en el amor a la familia y la atención a los mayores.
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