Bautismo de pintura en el Lucas granadino en seis pasos
Ni en quirófano ni en prácticas. El verdadero bautismo médico pasa por litros de pintura, disfraz de Aladdín y la valentía de atravesar el pasillo del terror
Son las nueve de la mañana y Granada aún bosteza, pero en el espacio V Centenario ya no queda ni rastro de sueño. Desde lejos se escuchan risas, megáfonos y los primeros cánticos que anticipan lo que se avecina: el San Lucas. No es un santo cualquiera ni una feria estudiantil más; es la fiesta que marca el inicio de la vida universitaria de los futuros médicos. Cada octubre, los veteranos de Medicina preparan una jornada que combina teatro, parodia y litros (demasiados litros) de pintura multicolor para dar la bienvenida a los novatos.
A esas horas, la calle Dr. Guirao Gea se convierte en un desfile de personajes imposibles. La comitiva estudiantil parece sacada de un carnaval improvisado: hay Aladines, Jasmines, genios con lámparas y algún que otro Abu colgando del hombro, aunque tres horas más tarde ya no estaban colgando del hombro, sino más bien en el suelo pisoteados y llenos de pintura. Algunos llevan bata, otros disfraces, y todos comparten una misma sonrisa de complicidad. Las túnicas de los veteranos, pintadas o con parches de colores, revelan los cursos: los de segundo afilan los botes de pintura, los de tercero ensayan insultos cariñosos e himnos, los de cuarto rematan el teatrillo que lleva días en ensayo.
Los 'borregos', los de primero, avanzan con la inocencia de quien aún cree que la pintura se quita con agua. Uno de ellos, tímido, pregunta si será 'muy fuerte lo del pasillo'. Los mayores le contestan que todo depende de su resistencia a los líquidos no identificados. 'Con decirte que lo llaman el matadero, te lo imaginas', le responde una veterana con una sonrisa digna de anfitriona.
1
La antesala del caos
Nosotros, desde Ideal, periodistas valientes (o inconscientes), decidimos meternos en la piel de los borregos para entender la experiencia de dentro. Camiseta blanca, vaqueros de hace dos veranos y las mejores zapatillas disponibles, aunque si llegamos a saber la poca benevolencia que tendrían aún con cámara en mano venimos con traje de neopreno. Algunos incluso llegan con tapones en los oídos y gafas de buceo. La sabiduría popular médica da estos consejos desde hace generaciones.
Por los alrededores, el ambiente es festivo, casi familiar. Los vecinos observan el recorrido con mezcla de ternura y resignación. 'Yo lo veo todos los años', dice una señora con una bolsa de la compra. 'Luego no queda un chiquillo limpio ni una farola sin purpurina'. Y tiene razón: el suelo ya empieza a brillar con los restos de los primeros ensayos de pintura.
2
El teatrillo de los de cuarto
A las once en punto comienza el esperado teatrillo de cuarto, una sátira que cada promoción prepara con mimo. La explanada del V Centenario se convierte en auditorio improvisado. 'Shhhhhhh', suena el micrófono con eco de ASMR fallido. Los borregos, obedientes, se sientan en el suelo formando un corrillo, sabiendo que esa será la última vez del día que estén limpios.
Se alza el telón y arranca la obra con una versión médica de Aladdín. Sobre el escenario hay violines, teclados, baterías y hasta un oboe que nadie sabe de dónde ha salido. Los de cuarto hacen gala de creatividad, mezclando humor, crítica universitaria y dardos hacia todos: la consejera de Sanidad, el decano, los profes más duros e incluso el sistema MIR. El público ríe, chilla, aplaude, canta. La energía es contagiosa, y los novatos empiezan a impacientarse. '¡Que me pinten ya, que quiero empezar a beber!', se escucha entre carcajadas.
El teatro dura más de una hora, pero nadie quiere que termine. Los que ya pasaron por ese bautismo lo miran con nostalgia; los de primero, con cierta inquietud. Cuando baja el telón, el silencio dura solo tres segundos. De repente, un rugido colectivo:
'¿Dónde están los borregooooooos? ¡Los borregos dónde estaaaán!' La fiesta ha comenzado oficialmente.
3
Camino al matadero
Y ahí empieza el pasillo del terror, la verdadera frontera entre la vida civil y la vida médica. Un túnel de lona y gritos, de treinta metros que parecen tres kilómetros. La cola dura una eternidad. Algunos aprovechan para hacerse las últimas fotos decentes; otros rezan al patrón de los detergentes. Se respiran nervios, risas histéricas y el inconfundible olor a pintura, que mejor no entre en la boca, que luego sabe todo igual durante tres días.
Dentro, los alumnos de segundo esperan con una sonrisa que mezcla crueldad y cariño. Cada cual tiene su arma: cubos de pintura, purpurina, temperas, pero todo ecológico. Al cruzar el umbral, se apagan las certezas. Lo que pasa dentro solo se entiende viviéndolo.
Cinco minutos de caos absoluto. Pintura cayendo por la espalda, agua fría en la cara, manos manchadas que aparecen de la nada. Mejor no abrir la boca, ni los ojos, ni ningún orificio corporal. Si te puedes sellar con esparadrapo, mejor. Algunos salen riendo, otros llorando de risa y algún despistado gritando 'Me han pintado hasta la oreja interna!'. Cuando cruzas la salida, eres un cuadro viviente de Jackson Pollock: piel marrón, pelo verde, y una nueva identidad.
4
Granada, perpleja y feliz
Las calles se llenan de borregos recién salidos del horno pictórico. Turistas y viandantes observan con asombro este desfile de pintura y orgullo. Un hombre mayor pregunta:
—¿Y esto qué es, Carnaval?
Y una alumna, con una seriedad solo rota por el betún que le cuelga de la nariz, responde:
—No, señor. Esto es Medicina.
'Señora, yo soy periodista, lo hago porque me pagan, pero los cientos que ve a mi lado lo hacen por amor al arte', me oigo decirle a una curiosa que fotografía la escena desde el final del matadero. Y es que sí, Granada es un cuadro ese día, pero uno que se pinta a carcajadas, sin pinceles y con litros de purpurina.
5
El salto del Lucas
A mediodía, cuando los colores se asientan y el cansancio empieza a asomar, llega el momento más simbólico del San Lucas: el salto del Lucas desde la Facultad de Derecho. Es el punto culminante de esta tradición universitaria que se remonta a los años 70, cuando los estudiantes celebraban su patrón entre parodias y festejos. Hoy, la ceremonia conserva ese espíritu gamberro y fraternal.
El 'Lucas', el elegido que representa al patrón San Lucas Evangelista, es elevado entre vítores y música de charanga. Desde la parte alta de la facultad, simula un salto triunfal mientras abajo sus compañeros corean su nombre. Nadie cae, nadie sufre, pero el ambiente es de auténtico delirio estudiantil. Ese grito al cielo marca el final del rito de paso: los borregos han renacido, convertidos en parte de la hermandad médica.
Los himnos se suceden, los abrazos también. A pesar del cansancio y del peso de la pintura, todos conservan una sonrisa que ya no se borra ni con tres jabones.
6
El retorno al mundo civil
A media tarde, toca la retirada. El V Centenario se vacía lentamente, dejando tras de sí un mosaico de colores sobre el asfalto. El resto del día se destina a lo que en jerga universitaria llaman 'el tercer tiempo': un reencuentro en los bares del centro, donde se intercambian fotos, se comentan los mejores disfraces y se planifican las lavadoras urgentes.
La vuelta a casa es otra odisea. Las duchas de Granada trabajan a pleno rendimiento. Agua caliente, champú, champú, chaaaaampú, mucha paciencia. Hay quien usa jabón, y quien directamente se somete a un exorcismo de pintura. Un calcetín viejo se convierte en esponja de guerra. Pero al final, todo desaparece menos la sonrisa.
La ropa va en una bolsa de basura, las zapatillas a la lavadora (esas no se tiran, son un trofeo). Los espejos devuelven miradas nuevas, las de quienes han pasado su primer San Lucas.
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