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Francisco Espejo, sentado frente al Centro de Día Mediterráneo. JAVIER MARTÍN
Vidas cambiadas

El día que Francisco escapó de la soledad

Francisco Espejo ·

A sus 89 años disfrutaba de una nueva juventud entre el Centro de Día Mediterráneo y los fines de semana con la familia. El chasquido del 14 de marzo le arrebató todo y le encerró en casa durante meses, acompañado por el teléfono, un cuidador y una caja repleta con fotografías antiguas de la familia

Viernes, 12 de marzo 2021

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Sus ojos cristalinos van de un recuerdo a otro, haciendo honor a su apellido. Francisco Espejo (Montilla, Córdoba, 1932) hace así con sus dedos, como si pudiera tocar las flores y los olivos por los que solía pasear con los amigos en la vieja vida. Samara, Estíbaliz y el resto de trabajadores del Centro de Día Mediterráneo, en Maracena, les organizaban pequeñas excursiones que para Francisco eran un auténtico soplo de vida. «Si era tiempo de brevas, parábamos a coger –sonríe Francisco, con la ilusión de un niño chico–. Luego nos sentábamos a contarnos historias unos a otros. Y, a veces, nos invitaban a cervecitas por el pueblo». Los fines de semana los pasaba con la familia, en el «hermoso» chalet de Churriana. O también en Salobreña, donde era feliz cuando sus nietos le subían al flotador para pasearle por la piscina. Pero llegó marzo y el portazo le dejó solo en casa.

Francisco, que ha pasado media vida en las oficinas de la Seguridad Social de Granada, recuerda el inicio de la pandemia con los dedos apretados. «Fue triste, muy triste. De verme arropado en el centro y con mi familia, la alegría que yo tenía se me fue... Mi mujer murió hace seis años, así que, como estaba solo, mis hijos me pusieron un cuidador, de tres de la tarde a nueve de la noche». Como no podía ver a nadie, el viejo teléfono era su única vía de escape, su punto de encuentro con Manolo y sus otros hermanos que, como él, se sentían atrapados. «Tengo una caja tremenda repleta de fotos de la familia. Veía a mis hijos y nietos y me conformaba con eso, con verlos nada más». Y siempre, cuando salía de la caja Paula, su bisnieta de año y medio, se volvía loco de contento: «¡La más bonita de España! ¡Qué ganas tengo de abrazarte siempre!». Así pasó un día tras otro, entre llamadas, fotografías impresas y toneladas de sopas de letras. «Me hice un libro al mes. ¡Y tenían 250 páginas!».

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La vida antes

Cuando Angustias muere, hace seis años, Francisco se queda solo en casa. Todas las noches acostumbra a rezar y a acordarse de ella, el gran amor de su vida.

Su segunda familia

El Centro de Día Mediterráneo, en Maracena, se convierte en su segunda familia. Samara, Estíbaliz y el resto de trabajadores le quieren a rabiar.

Francisco encuentra grandes amigos, como Carmen, con quien tiene una relación muy especial, ya sea de cervezas por el pueblo, en la feria...

Marzo 2020

La última excursión | ...o de excursión por el Carmen de los Mártires, poco antes de que empezara la pandemia y su vida diera un portazo absoluto.

Abril 2020

El teléfono | El 14 de marzo se encierra en casa, acompañado por un cuidador y por el teléfono, con el que pasa largos ratos hablando con su familia.

Mayo 2020

«La más bonita» | Tiene una caja repleta de fotos de la familia, que mira una y otra vez. Y cada vez que Paula, su bisnieta, sale de la caja, Francisco besa la foto. «¡La más bonita de España!

Septiembre 2020

El cumpleaños | La familia le envía a Francisco fotografías para que pueda verles, sobre todo, si hay alguna fecha señalada que celebrar.

Febrero 2021

La huida | Francisco, en enero, no aguanta más y, una mañana, se escapa al Centro de Día para decirles que desea volver.

Marzo 2021

El regreso | «El día que volví aquí fue uno de los más felices de mi vida». Una de sus primeras manualidades es este jarrón, del que está muy orgulloso. Está en la entrada de su casa.

AUX STEP FOR JS

Con 89 años, perder su relación con amigos y familiares fue un cambio desolador. Tras el verano, Francisco empezó a pedir que le dejaran volver al centro de día pero sus hijos pensaban que, sin vacuna, no era buena idea. Hasta que una mañana de enero, tras meses de insistencia, no aguantó más. «Cogí el andador y me vine al centro. Cuando me vieron les dije que yo quería volver, que me ayudaran. Mis hijos me riñeron por irme solo, porque me podía haber pasado algo. Tenían razón, claro. Pero el día 1 de febrero regresé al centro. Fue como si hubiera caído en un paraíso. El día que volví aquí me sentí muy feliz, uno de los días más felices de mi vida, de verdad. Y la gente de aquí se alegró muchísimo de verme, me quieren una barbaridad. Son unas personas maravillosas».

Francisco, Carmen y el resto de los amigos del centro ya están vacunados y eso, dicen, les da una gran tranquilidad. «Tengo menos miedo. Siento que voy a mejorar. Ya no le temo a ir sin mascarilla... Pero el mundo tiene que volver a como estaba. Debe volver. Quiero hacer excursiones porque me ilusiona ver lo antiguo, lo que antes disfrutamos juntos. Eso quiero».

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