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Mariquilla posa en las cuevas museo de la mujer gitana, en el Sacromonte. PEPE MARÍN

Mariquilla de Granada

«Echo de menos bailar, a veces lo hago sentada, con las manos al aire»

Tiene 81 años, es una referencia mundial en el flamenco desde los 6 y acaba de inaugurar su calle en el centro de Granada. Con una vida repleta de anécdotas, habla del mundo, de Trump, del nuevo Papa, de Chiquito de la Calzada y del orgullo que siente como madre, abuela y maestra

Domingo, 18 de mayo 2025, 00:31

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A Mariquilla le duelen las piernas, pero nadie lo diría. María Guardia Gómez –su nombre menos real– suma 81 años y ha recibido todos los premios y honores que podía dar el flamenco. Tiene medallas, plazas, centros culturales y una reciente calle en el centro de Granada, entre Camino de Ronda y Arabial. Lo tiene todo. O casi todo. «Me falta una cervecita y unos boquerones, pero los pedimos después de la entrevista», dice con una sonrisilla traviesa en la terraza de la Almadraba, en La Zubia. Sus ojos pequeños, oscuros y brillantes siguen siendo los de aquella niña del Sacromonte que se escondía debajo de la cama para que su madre no le quitara el vestido de lunares.

A su lado está Luis Javier, su marido, el granadino que le contaba los chistes a Chiquito de la Calzada, que la escucha hablar con la admiración intacta. Tienen tres hijos y cuatro nietos por los que se les cae la baba. Hablan de Coral, que quiere hacer cine de animación en Disney; de Manuel, que está en Italia de Erasmus; de Alejandro, que es el pequeño primor; y de María. «¡Mira mi niña María!», exclama Mariquilla conforme desbloquea el móvil para mostrar el fondo de pantalla. «María tiene 12 años y es la cuarta de España en gimnasia rítmica. Tiene ocho medallas de oro... Adoro a mis nietos». Al guardar el móvil se frota las piernas y se obliga a sonreír consciente de que lo tiene todo. O casi todo.

¿Vive usted en Cájar?

–Sí, desde hace treinta y tantos años. En el pueblo han puesto un centro cívico enorme, precioso, con una placeta maravillosa que se llama Mariquilla. La tienen muy bonita y dentro hay salas grandes para ensayar, bailar, dar conferencias…

Le han puesto una calle: Mariquilla la bailaora.

–¿Me han puesto el 'la'?

No, no. ¿No le gusta el artículo?

–No, me lo pusieron en Francia, en el Casino de Deauville, donde estuve trabajando bastante tiempo. Allí iban millonarios y personas que querían beber agua para curarse el reúma. Allí me llamaron La Mariquilla y luego empezó a usarlo todo el mundo. A mí siempre me gustó Mariquilla sin más, pero tampoco pasa nada (ríe). En fin, también tengo una calle en Ogíjares y un espacio muy grande en Almuñécar, dentro de un palacio.

Su nombre está por toda Granada. ¿Qué siente?

–Es muy reconfortante ver que he hecho algo por el flamenco, con lo que empecé desde muy pequeña, y que estoy recogiendo los frutos. Unos frutos muy bonitos. Unos frutos que puedo disfrutar en vida… ¿Sabes? Hubo un señor que me dijo que me quería poner un monolito cuando muriera. Y yo le dije que no, que cuando me muera me levanto de la sepultura y los cuatro pelos que le quedan se los arranco (ríe). No, en vida es más bonito.

Mariquilla la bailaora. ¿Qué hubiera sido de no ser bailaora?

–No, bailaora. Nunca hubo otra posibilidad, estaba escrito. A los dos años yo sabía lo que quería. Cuando mi madre me puso el vestido flamenco se me pegó a la piel. Ahí supe que ese era mi vestido para toda la vida. Y a los seis años estaba bailando en escenarios, hasta hoy. Ahora no bailo.

«Cuando mi madre me puso el vestido flamenco se me pegó a la piel»

¿No puede?

–Estoy con las piernas, con los dolores. Me acuerdo de los dolores todos los días, es horrible. Tengo un problema con los cartílagos que hay entre hueso y hueso, desde la pandemia. Ha ido doliendo, doliendo, doliendo… y ahora estoy rabiando. Me tengo que poner una inyección para aguantar mucho tiempo de pie, para poder estar en plenitud de facultades porque si no, no puedo andar. No lo estoy pasando muy bien, pero lo llevo como puedo, sin dar mucho por saquillo a mi gente (ríe).

¿Echa de menos bailar?

–Sí, sí que echo de menos bailar… A veces bailo sentada, con las manos al aire… Es que me gusta mucho bailar. Es algo importantísimo en mi vida. El flamenco me atrapó. Mi padre era guitarrista y mi madre, la Carajarapa, cantaora y bailaora. Ella me lo metió en las venas, en el cuerpo, en la mente y ya no podía hacer otra cosa.

¿Es usted familia de Conchita la Carajarapa, la gitana de la famosa foto del Sacromonte?

Conchita era sobrina de mi madre. Era muy guapa y muy graciosa. Tenía un detalle que no se me olvidará en mi vida. Cuando estaba cansada, se sentaba en la silla de anea para seguir tocando las palmas y aguantar el espectáculo. Como se le cerraban los ojos, cogía unos pedacillos de caña de la silla y se los ponía en los ojos, para sujetar los párpados. ¡Ella estaba dormida! ¡Qué ocurrencia!

–¿Qué recuerda del Sacromonte de su infancia?

–Una infancia muy bonita porque me quería todo el mundo. En todas las casas me daban de comer ponches de huevo para aguantar el trajín de tanto baile. Y en las escuelas del Ave María, las maestras doña Pepa y doña Gracia sabían que yo quería bailar. En el recreo, las miraba a los ojos y me guiñaban para darme permiso. Entonces corría a casa por un caminillo y yo tenía mi vestido colgado de una puntilla. Esa media hora de recreo la pasaba bailando, luego colgaba el vestido y bajaba otra vez a la escuela. Así todos los días.

«Estoy inundada de fe»

Mariquilla, desde la Chumbera. PEPE MARÍN

De usted se dijo que era muy chiquitilla, pero que se hacía grande en el escenario.

–Eso me lo dijo Antonio el Bailarín. Vino a felicitarme al Teatro Lope de Vega y nada más verme me dice «¡si eres igual que yo de chica! Pero la escena te engrandece». ¿Sabes quién me dijo también «ay, qué pequeña eres»? Lex Barker, el actor que hizo de Tarzán. Fue a verme a Nueva York y como hablaba un poco de español, porque fue marido de Carmen Cervera, me miró desde arriba y me dijo: «¿Por qué las españolas sois tan pequeñas?». Y yo hago así, le miro el traje y veo que el pantalón le quedaba corto. Y le digo: «¿Y por qué tienes esos pantalones tan bonitos tan malamente que le faltan cuatro dedos?». No me dijo más, Tarzán se fue con el rabo entre las piernas (ríe).

Ha viajado por todo el mundo.

–Sí, pero yo iba siempre enfocada en el baile: ensayos, actuaciones… Pero a veces me escapaba y me he comprado cosas muy interesantes.

¿Como qué?

–El mantón de Manila más bonito del mundo lo compré en Londres, en Picadilly. Me pedía un dinero y yo le ofrecía la mitad. Iba todos los días, hasta que lo conseguí (ríe).

¿El viaje más emocionante?

–Es que no me gustan los viajes… Los aviones, lo paso muy mal. Una vez pensé que me comía la tierra… Venía de México, creo. Y lloré. El último viaje que hice fue a Alemania, hace un año. Estuve recitando a Lorca y a Morente, con Ambrosio Valero tocando el piano. Y yo vestida de flamenca, con mi mantón de Manila, el de Londres… Fue precioso.

«El loco de Trump, para mí es un desquiciado»

¿Cómo ve el mundo ahora?

–Lo veo hecho un desastre. Tenemos unos mandatarios que solo quieren matarse, que no respetan la humanidad. ¿Por qué, si tienen dinero para enterrarse tres o cuatro veces? ¿Por qué ese ansia? Y ahora el loco de Trump, que para mí es un desquiciado. ¿Sabes qué pienso? Que no hay caridad. La envidia, el egoísmo, el ansia de poder es muy fuerte. Hace falta poner paz.

Eso lo dijo el nuevo Papa, León XIV, en su primer discurso.

–Me gusta el nuevo Papa.

¿Es usted religiosa?

–Sí. Estoy inundada de fe. Me gusta ser buena, respetuosa, tener sensibilidad. Pero yo no trato de convencer a nadie de nada. Se convence con los hechos. Eso lo ve la gente.

¿Y cómo le trata la gente de Granada?

–De Granada y del mundo entero: con respeto, admiración y cariño. Eso me hace sentirme una mujer maravillosamente feliz.

«El flamenco, una cultura muy arraigada a la tierra, al Sacromonte»

Mariquilla con su marido, Javier. J. E. C.

Granada Capital Cultural 2031. ¿Le suena bien?

–Muy bien. Creo que Marifrán Carazo (la alcaldesa) está haciendo las cosas medio bien. El otro día le di las gracias porque está cuidando el flamenco.

¿Por qué es importante el flamenco para Granada?

–Porque es una cultura muy arraigada a la tierra, al Sacromonte. Yo nací debajo de tierra, en una cueva de una montaña. Ahí hacíamos nuestro dormitorio, nuestro comedor, nuestra chimenea… nuestra casa. En la cueva ensayaba en un cauchil, un depósito de agua, y el soniquete de mis tacones se transmitía por toda la casa, como un río.

Así bullía el flamenco en El Jaleo, el tablao que montaron en Torremolinos.

–Javier (su marido) y yo metimos a los mejores: Camarón, Serranito, Farruco, María Jiménez, que se llamaba La Pipa, Fosforito, los Montoya, Juan Carmona Habichuela, el Lebrijano, Chiquito de la Calzada...

Trabajó 20 años con Chiquito.

–Sí… No hablaba mucho, pero tenía una mente limpia y era buena gente. Me lo llevé a muchos sitios porque sabía que respondía a todo. Solía contar chistes cuando terminábamos de cantar, al bajarse del tablao. Y no se sabía muchos chistes, ¿eh? Muchos de los chistes que luego contó por la tele se los había contado mi marido. Le llamaba por teléfono y le decía que le contara alguno. Teníamos mucha amistad con él y con Pepita, su mujer.

«Muchos de los chistes que Chiquito luego contó por la tele se los había contado mi marido»

Montó aquí su escuela en 1982. ¿Qué siente como maestra?

–Me vine de Málaga para poner la escuela porque quería un lugar donde creara raíces. Daba diez horas de clases diarias, se me cayeron hasta las pestañas de los ojos (ríe). He trabajado mucho y he tenido alumnas que son primeras figuras del mundo del flamenco.

Alumnas que hoy son maestras.

–Es muy bonito, siento mucho orgullo. Son estupendas, de un talento enorme.

¿Qué opina de las nuevas generaciones del flamenco?

–Hacen muchas cosas, bailan muy bien… pero todos son iguales. Se busca el más difícil todavía y a veces las cosas deben estar más centradas. El que baila flamenco tiene que saber la tarima que pisa. ¿A quién le estás bailando? Lo moderno, lo urbano, puede estar bien para según qué público. Pero a alguien que quiere ver flamenco, dale flamenco. No lo desvirtúes.

Mariquilla, artista. P. M.

Entre sus alumnas, por cierto, está Tatiana Garrido, su hija.

–Tatiana es un monstruo. Ya tiene tres escuelas, no sé cómo lo aguanta… Se está volviendo más ambiciosa que yo. Estoy muy, muy orgullosa de ella.

Imagino que en casa bailarán en todas las fiestas.

–No, no (ríe). Bailamos todos los días, entonces lo que queremos para la casa es estar relajados, tranquilos y disfrutar de la familia.

¿Se arrepiente de algo?

–¿De qué me voy a arrepentir? He hecho lo que he querido. He disfrutado con lo que he querido. Tengo a mi marido, que me lo ha respetado todo. Cuatro nietos y tres niños maravillosos… Es que a mí la gente mala no se me acerca. No puede. Los derrumbo enseguida. No me arrepiento de nada.

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«Echo de menos bailar, a veces lo hago sentada, con las manos al aire»