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De las canicas a la Game Boy: lo importante es jugar

De las canicas a la Game Boy: lo importante es jugar

Los juguetes también tienen su Salón de la Fama, que reúne ya 74 grandes clásicos: entre los finalistas de este año se han quedado los Masters del Universo, el Risk y el Tamagotchi

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Martes, 24 de noviembre 2020, 19:38

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Cuatrocientas veintiocho. Es el número de páginas que tiene el catálogo navideño de juguetes de unos conocidos grandes almacenes, un grosor (con su lomo y todo) que lo convierte en un importante tocho dentro de su género e incluso en el contexto de la edición española en general. Habrá gente despreocupada, libre de hijos pequeños, que a estas alturas todavía no se haya dado cuenta, pero ya llevamos unas cuantas semanas sumidos en la tradicional avalancha de tentaciones publicitarias que precede a las fiestas: este año, se pueden pedir a los Reyes (o al ser sobrenatural que prefiera cada uno) maravillas como un laboratorio de biocosmética, una cocina con función de burbujas mágicas, un juego de mesa con un mono que se tira pedos, un muñeco neonato de las profundidades marinas, un vehículo que se transforma «de camión a bestia» o un dinosaurio 'indominus' de más de un metro capaz de tragarse veinte minifiguras, y eso sin profundizar mucho en el muestrario y sin aventurarnos siquiera en el universo de los videojuegos, que tantos desconciertos provoca.

La industria juguetera se esfuerza cada año por adelantarse a los deseos que laten en la mente de los pequeñuelos, esa máquina imprevisible, y sus desvelos dan lugar a un montón de lanzamientos que se desvanecen sin dejar huella al cabo de una o dos temporadas. Pero, de vez en cuando, surge un juguete llamado a convertirse en clásico y a ingresar en lo que podríamos llamar la aristocracia del sector: el museo The Strong, en el estado de Nueva York, mantiene un Salón de la Fama del Juguete que representa uno de los mayores reconocimientos que existen en este mundillo. Empezó a funcionar en 1998 con nueve juguetes (entre los que figuraban las canicas, el oso de peluche, Barbie, el Monopoly y Lego) y ha ido creciendo hasta la lista actual de 74. Entre ellos aparecen algunos muy ligados al mercado estadounidense, pero la mayoría están ahí precisamente por su repercusión global y por la huella que han dejado en una o varias generaciones: del balón a la Nintendo Game Boy, del caballo balancín a Mr. Potato, del avión de papel al cubo de Rubik.

Cualquiera puede proponer un candidato y, después, un comité en el que figuran historiadores, educadores y expertos en juegos se ocupa de seleccionar los admitidos de cada año: en 2020 se han incorporado la tiza para pintar en el suelo (esa barrita que guarda dentro una rayuela, un tres en raya, una pista para chapas o, en fin, una declaración de amor), el jenga (la torre de piezas de madera de la que hay que ir retirando elementos sin que se caiga) y la Baby Nancy (una pionera muñeca negra). Entre los finalistas se han quedado el bingo, los Masters del Universo, los muñecos de Pequeño Pony, el Risk y el Tamagotchi.

Epi en la bañera

«Tenemos una mirada amplia. Los juguetes del Salón de la Fama pueden ser simples e imaginativos, como una simple caja de cartón, o alta tecnología de su tiempo, como el Atari 2600. Todos cumplen tres criterios: tienen estatus icónico y son reconocidos o recordados por gente de todas las edades; han perdurado, es decir, son más que una moda, y permiten el descubrimiento, o sea, el aprendizaje y la creatividad a través del juego. Un cuarto rasgo sería la innovación, en el caso de aquellos que han influido en la naturaleza del juego en sí o incluso la han cambiado», explica a este periódico uno de los conservadores del museo, Nicolas Ricketts, especializado en juegos de mesa y puzles. La colección permite además comprobar hasta qué punto la historia del juguete está vinculada a los cambios en la sociedad y, muy especialmente, a los avances científicos y tecnológicos.

Por ejemplo, los egipcios y los griegos ya jugaban con canicas, pero la variante más conocida hoy, la de cristal, no se generalizó hasta mediados del siglo XIX, después de que un cristalero alemán inventase una herramienta adecuada de corte. Ya por entonces, un entusiasta se refirió al filamento coloreado de su interior como «música traducida a vidrio». Los primeros juguetes de goma datan también del siglo XIX, pero no flotaban, y el emblemático patito de goma amarillo no surgió hasta los años 40 del siglo pasado. Buena parte de su actual popularidad llegaría en los 70, cuando Epi, la marioneta de 'Barrio Sésamo', dedicó una canción a su adorado compañero de bañera (que no, no era Blas). Los hula-hoops se empezaron a fabricar en los 50, aprovechando una nueva variedad de plástico y utilizando como modelo los aros de bambú que hacían bailar los niños australianos. Y algo tan sencillo como el Slinky, ese largo muelle (a menudo, multicolor) que fascina a los críos pequeños, fue el descubrimiento accidental de un ingeniero mecánico que, en los años 40, investigaba sistemas de retención para el equipamiento de los barcos.

El origen de los juguetes más populares esconde a veces historias inesperadas. Es bien conocido el caso del Monopoly, cuya versión original (obra de una mujer, Elizabeth Magie) tenía como objetivo llamar la atención sobre las desigualdades sociales de principios del siglo XX. La primera edición comercial se lanzó en 1934 y se convirtió en el juguete más vendido en plena Gran Depresión: en medio de una sociedad arruinada, la gente se divertía hundiendo a otros en la bancarrota. Mr. Potato nació en los 50 como un repertorio de piezas divertidas que se incluían en las cajas de cereales, para añadírselas después a patatas o frutas de verdad, y acabó convirtiéndose en el primer juguete anunciado por televisión y en el único protagonista 'con marca' de 'Toy Story'. Y el Twister (esa especie de hule con círculos de colores para formar nudos humanos, que aquí se llamó también Enredos) surgió en los 60 como parte de una campaña para un producto de limpieza del calzado. El gran empujón se lo dio el presentador de televisión Johnny Carson al jugar en su programa con la actriz Eva Gabor: aquellos sugerentes contactos y roces corporales animaron a muchos adultos a hacer fila el día siguiente para comprárselo.

Gestionar mentalmente la pandemia

Nicolas Ricketts se muestra convencido de que los juguetes que han alcanzado la categoría de clásicos no pierden jamás su «atractivo duradero». De hecho, considera que los días de confinamiento, o estas semanas en las que la calle ofrece menos atractivos que de costumbre, nos brindan la oportunidad de hacer una incursión en el desván o el trastero y rescatar de la jubilación alguno de estos viejos pasatiempos.

«Por supuesto, los puzles han encontrado nuevo público en esta pandemia –plantea, atendiendo primero a su especialidad–, pero, para hacer ejercicio en casa, es ideal sacar una comba o un hula-hoop. ¿Que quieres agudizar las habilidades tácticas y estratégicas? Nada puede batir al ajedrez. ¿Una noche de juegos en familia? Trabajad el vocabulario con el Scrabble o sacad los naipes y ya tenéis ahí cientos de juegos. A un niño, un simple palo le sigue invitando a imaginar una pistola de rayos o una varita mágica. Incluso el Atari 2600 o la Nintendo Game Boy son divertidos para una noche de juegos retro: hay muchos aficionados que siguen usando el equipo original o simuladores. Y no olvidemos que jugar no solo es sano por su propia naturaleza, sino que además constituye una de las mejores maneras de gestionar mentalmente esta pandemia». Sea con avioncitos de papel o con un dinosaurio 'indomitus', lo importante es no sucumbir al desánimo.

Los admitidos de este año

Tiza

Tiza

Es uno de los juguetes imaginativos por excelencia:una barra de tiza (o, mejor aún, varias) pueden dar lugar a «un día entero de actividades divertidas», según resumen los responsables del Salón. Su popularidad se disparó en los años 70.

Jenga

Jenga

Leslie Scott, una inglesa criada en África, solía jugar con su familia a este juego de bloques de madera:hay que retirar uno y ponerlo encima sin que la torre caiga. En los 80, lo lanzó en Europa:se han vendido más de 80 millones de unidades.

Baby Nancy

Baby Nancy

La diseñaron a finales de los 60 con el propósito de que no pareciese una muñeca blanca «bañada en chocolate», ya que otras empresas usaban el mismo molde para todas. Para el pelo, tuvieron que utilizar un horno especial importado de Italia.

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