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¿Cómo pudieron los mayas predecir con tanta precisión los eclipses?

Sus astrónomos, conocidos como 'los guardianes del día', desarrollaron un sistema de calendarios basado en las observaciones del cielo que se podía recalibrar para evitar los errores

Lunes, 3 de noviembre 2025, 00:05

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Uno de los aspectos más fascinantes de la civilización maya es la asombrosa precisión de su sistema para medir el tiempo. Antes de que Europa modificara el calendario juliano, los sabios del mundo maya ya habían desarrollado métodos para predecir con exactitud eclipses solares y lunares. Ahora, un estudio reciente sobre el Códice de Dresde, uno de los escasos manuscritos mayas que han llegado hasta nuestros días, revela cómo lo lograron.

Según la investigación, publicada por el antropólogo John Justeson y el arqueólogo Justin Lowry en 'Science Advances', los astrónomos mayas –los llamados 'guardianes del día'– idearon una compleja tabla de predicción de eclipses que combinaba observación sistemática y cálculos aritméticos con sorprendente refinamiento. Este sistema, plasmado en el citado Códice de Dresde, funcionaba como una especie de almanaque que relacionaba los movimientos de la Luna con las fechas del calendario adivinatorio de 260 días, utilizado también para fines religiosos y rituales.

Parte de las 39 láminas forman el Códice de Dresde, que se conserva en dos partes de 1,8 metros. E. C.

Los mayas distinguían entre dos tipos de calendario: uno solar, de 365 días, destinado a la vida civil, y otro ritual, de 260 días, empleado para los augurios y ceremonias religiosas. A partir de la observación directa del cielo —cuánto duraban las lunaciones, cuándo aparecía por primera vez el creciente lunar y cada cuánto se repetían los eclipses— lograron armonizar ambos sistemas. El resultado fue un modelo de predicción que abarca 405 lunaciones –una lunación es periodo transcurrido entre dos lunas nuevas consecutivas–, algo más de 32 años, lo suficiente como para anticipar todos los eclipses visibles en su territorio durante generaciones.

El secreto de su exactitud residía en esa cifra clave: 405. No se trataba de un simple capricho numerológico, sino del punto en el que los ciclos lunares y los del calendario de 260 días coincidían casi exactamente. Los sacerdotes-astrónomos descubrieron que al cabo de 405 meses lunares, las fases de la Luna regresaban a las mismas posiciones respecto al calendario ritual, lo que les permitía elaborar tablas que predecían cuándo el Sol y la Luna volverían a alinearse. Cada seis lunaciones anotaban fechas «posibles» de eclipse; cada tanto, introducían intervalos de 11 o 17 meses para corregir pequeños desajustes. Gracias a esas compensaciones, los cálculos se mantenían precisos durante siglos.

El estudio demuestra que estas tablas no eran firmes bloques cerrados, sistemas sagrados intocables, sino estructuras dinámicas que los sabios mayas sabían y podían ajustar. Cuando las predicciones empezaban a desviarse por efecto del paso de los siglos, reiniciaban el conteo. Pero no desde el final de la tabla anterior, sino desde puntos intermedios estratégicos —tras 358 o 223 meses—, lo que permitía conservar la coherencia de todo el sistema durante milenios. En otras palabras, los mayas diseñaron un mecanismo de autocalibración temporal, algo inusual en la astronomía antigua. «Reiniciar una tabla de eclipses en estos intervalos y con estas proporciones habría permitido a los guardianes del día reiniciar la tabla de manera confiable durante varios milenios», escriben John Justeson y Justin Lowry.

Los investigadores reconstruyen además el contexto histórico del desarrollo de este conocimiento. Hacia el siglo IV, los pueblos mayas del Petén, hoy Guatemala, observaban con atención los eclipses solares, eventos que veían como señales divinas. Con el tiempo, esas observaciones se convirtieron en series numéricas y, finalmente, en un verdadero modelo astronómico. Para el siglo XI, los sacerdotes de la península de Yucatán copiaron y perfeccionaron esos conocimientos, culminando en la versión del Códice de Dresde, documento que hoy se conserva en la Biblioteca Estatal de Sajonia, en Alemania.

El nivel de detalle alcanzado por los astrónomos mayas es impresionante, según destacan los investigadores. Tal y como han calculado, el promedio de error en la duración del mes lunar manejado por los mayas era de apenas dos segundos respecto al valor moderno. Esto implica que, sin instrumentos ópticos, habían llegado a medir las fases de la Luna con una precisión que rivaliza con la astronomía europea del Renacimiento. Y más asombroso aún: más de la mitad de las fechas incluidas en la tabla del Códice coinciden con eclipses reales visibles desde Mesoamérica entre los siglos XI y XII.

La arqueóloga Anya Shetler mientras limpia al friso de Homul, hallado en el departamento de Petén, al norte de Guatemala, en 2013. H. O.

El nuevo análisis propone además una reinterpretación del Códice. Según Justeson y Lowry, la tabla de eclipses fue originalmente un calendario lunar general que más tarde se adaptó para predecir los fenómenos solares. Su estructura en grupos de seis o siete intervalos de seis lunaciones refleja una evolución desde una contabilidad mensual a un modelo predictivo. Al descubrir qué combinaciones de 260 días coincidían con los nodos lunares —los puntos en los que pueden producirse eclipses—, los astrónomos lograron vincular el orden sagrado del calendario con los ritmos reales del firmamento.

A diferencia de la visión mística que a menudo se proyecta sobre el mundo maya, este trabajo muestra una civilización donde la observación empírica y la matemática eran herramientas esenciales para entender el universo. El asombro ante los eclipses no derivó solo en rituales y mitos, sino también en ciencia, destacan los investigadores. Cada cifra del Códice de Dresde encierra la paciencia de generaciones de observadores que, noche tras noche, midieron el cielo y buscaron patrones entre los movimientos del Sol, la Luna y las estrellas.

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