El árbol de Bib-Rambla y las vueltas de Granada
El árbol-noria, que se ha convertido en la atracción por excelencia de esta Navidad en Granada, es el eje de una plaza que parece sacada de una auténtica postal de película
Cuando Adrián, cuatro años, se sienta en la bola roja del enorme árbol de Navidad de Bib-Rambla, justo antes de que suene el «juiiiiiii» que arranca los motores, después de hacer una larga cola y pedir a gritos que él quería la bola roja y no otra porque el rojo es su color favorito y no podía traicionar sus principios, Adrián, decíamos, lleva en una mano un globo de Bluey y, en la otra, un cubo de algodón de azúcar. «Me está saliendo bonica la broma», comenta el padre, Javier, que se ha negado a subir al columpio con el resto de su familia. «A ver, que no quiero ser aguafiestas, pero si nos ahorramos un billete tampoco pasa nada. ¿Tú has visto lo que llevan encima?». Luego se toma un momento para perder la vista por encima del estruendoso bullicio que recorre la plaza, que está tan bonita que parece una postal. De pronto, el padre vuelve en sí y afirma con rotundidad: «Leche, que es 25 de diciembre y todavía no han venido los Reyes Magos».
«Juiiiiiii». La árbol-noria se ha convertido en la atracción por excelencia de esta Navidad en Granada. Desde que la plantaron, a mitad de mes, las colas para subir al columpio son constantes. «¡Ha sido súper chuli!», exclama Lola, madre de Carmen, que pide «porfa, porfa, por favor» subir otra vez. Hay dos razones para que la niña se quede con las ganas. La primera, que tendrían que hacer otra vez la cola –a primera hora de la tarde no es muy grave; a última es implanteable–. La segunda, que la entrada cuesta cinco euros por persona, tenga la edad que tenga. Excepto si tienen menos de un año, en ese caso pueden entrar gratis.
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Lo cierto es que Bib-Rambla está radiante y es una feria para toda la familia. Además de los cafés, los churros, los chocolates o las cervezas –a gusto del consumidor–, al niño Jesús del belén de la plaza nunca le faltan visitantes. «Es precioso», apunta Charo, que trae a su nieta todos los años. «¡Se ve la Catedral de Granada enterita!», anuncia la niña, fascinada por el trabajo de la Hermandad de la Borriquilla. Al otro lado de la plaza hay puestos de figuritas, para los que disfrutan construyendo su propio belén en casa. «La más vendida es el caganer, que no falla», dice uno de los comerciantes.
En este ambiente feriante, hay un puesto de chucherías con pipas, juguetes, gominolas y, el plato estrella, cubos de algodón de azúcar. Sí, como los del Corpus de junio. Mismo sabor, mismo precio: cinco euros. «¿Algodón? Es cachemir de azúcar, más bien», ríen unos padres conforme pagan tres cubos para los niños. «Un día es un día», remarcan. Entonces, por la esquina de Los Manueles aparece el vendedor de globos. Los padres del cachemir de azúcar agarran a sus niños y se alejan disimuladamente. «Un día es un día... pero tampoco hay que abusar», bromean. Los globos de Bluey, la serie de dibujos de la perrita azul, son un reclamo más poderoso que el anillo de Gollum. Cada globo, siete euros.
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Como todos los niños de Granada saben, la mejor manera de hacerse con una piruleta en la Plaza Bib-Rambla es darse un paseo en el carrusel de madera. Aunque estos días vive –literalmente– a la sombra del árbol-noria, los clásicos nunca defraudan. «¡Nos hemos montado en los dos!», dicen Ángel y Laura, hermanos. Un viaje cuesta 3,5 euros, y un bono de cuatro viajes, 12 euros.
«El caso es quejarse», reprime Francisco a sus amigos, que hablan precisamente del precio de la atracción central. «Si no hubiera nada en la plaza, ni luces, ni columpios, ni belenes, ni comida... todo serían quejas porque está muy sosa. Y si hay cosas bonitas, que si es muy caro, que si menudo atraco... ¡Las cosas cuestan!».
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«Juiiiiiiii». La bola roja de Adrián se frena a los tres minutos y cuarenta y cinco segundos. Javier dedica una sonrisa a su familia, especialmente a su hijo, que tiene cara de estar viviendo el día de Navidad más bonito de su vida. Adrián saluda al padre. Con la mano abierta. Bluey sale volando. El «¡oh!» se escucha en Albolote. Y los ojos de Javier se meten para dentro, como el concursante de 'Cifras y Letras' que se concentra en hacer la operación que dé el resultado exacto. «A volar», resopla. «Mira, se ha quedado en un árbol, papá», dice Adrián cuando se calma. «Lo mismo así lo pueden ver todos los niños». Y Javier sonríe con las vueltas que da la plaza. Total, un día es un día.
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