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Herrera (detrás), con su instructor francés, en el curso que comenzó en Cuatro Vientos el 13 de marzo de 1911.

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Herrera (detrás), con su instructor francés, en el curso que comenzó en Cuatro Vientos el 13 de marzo de 1911. FOTOS: ARCHIVO EMILIO ATIENZA

El vuelo sin retorno de Emilio Herrera

Nacido en Granada en 1879, en los años treinta ya preveía que el hombre llegaría a pisar la Luna. Incluso diseñó el primer traje espacial de la historia para su proyecto de ascensión a la estratosfera en un globo | Llegó a ser ministro de Defensa y presidente del Gobierno en el exilio entre 1960 y 1962

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Sábado, 15 de septiembre 2018, 16:33

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En plena Guerra Civil, el general Emilio Herrera voló a Chile para representar a la República española en la toma de posesión del presidente del país sudamericano. Cuando intentó volver, la frontera estaba cerrada. Se instaló en París para aguardar una oportunidad que jamás llegó. Le esperaban treinta años de exilio. Y después, cuarenta de olvido...

Esta semana se ha inaugurado en Granada una estatua en su honor. En 2012, el historiador Emilio Atienza publicó una biografía del ingeniero militar en la colección «Protagonistas de la aeronáutica», que edita AENA; un libro divulgativo de poco más de 200 páginas en el que reivindica la figura del científico nacido en Granada en 1879 y fallecido en Ginebra en 1967. Atienza destaca la figura de este hombre adelantado a su tiempo, un europeísta que creía en el poder de la ciencia para traer el progreso económico y social a una España atrasada, y que fue respetado en todo el mundo como pionero de la tecnología aeronáutica.

Para el biógrafo, el perfil político ha ensombrecido la memoria del hombre de ciencia. Porque Herrera era de ideología liberal, conservador moderado, católico y monárquico, pero su lealtad al Estado que había jurado defender como militar le hizo mantenerse fiel a la legalidad constitucional republicana. También pesó en su toma de posición la muerte en combate de su hijo pequeño, piloto como él, en 1938.

Hasta tal punto era un hombre de palabra que, cuando se proclamó la II República, viajó a París para entrevistarse con Alfonso XIII, que en 1914 le había nombrado caballero gentilhombre del rey por sus hazañas en la guerra del Rif a bordo de los globos aerostáticos y aviones del Ejército. El depuesto monarca le liberó de su juramento.

Por su postura moderada, las autoridades republicanas le encomendaron tareas diplomáticas como mediar con los partidarios de Juan de Borbón o presionar a Washington para evitar su reconocimiento al régimen de Franco. Herrera llegó a ser ministro de Defensa y presidente del Gobierno en el exilio entre 1960 y 1962.

Pasión por la aeronáutica

Este andaluz ilustre pero tristemente olvidado por su ciudad natal había nacido en el seno de una familia burguesa de tradición militar. Su padre era un gran aficionado al arte y la ciencia y a veces regresaba de París con curiosos inventos y artilugios, entre ellos una demostración de vuelo aerostático que marcó para siempre al joven Emilio: desde entonces solo pensó en volar.

Tras una breve y frustrante estancia en la Universidad de Granada, por discrepancias con un profesor, reseña Atienza, ingresó en la Academia Militar de Ingenieros de Guadalajara. Su primer destino fue Sevilla. En 1909 se casó con Irene Aguilera Cappa y nació su primer hijo, José, que con los años se hizo escritor con el sobrenombre de Petere y llegó a ganar el Premio Nacional de Literatura.

En la década siguiente fue progresando en el Ejército y perfeccionando sus conocimientos teóricos y prácticos sobre aeronáutica, primero en globo -fueron los primeros vehículos aéreos militares- y después en dirigible y en avión, coincidiendo con la Guerra de Marruecos.

Mientras vivía aventuras propias de las novelas de Julio Verne, se convirtió en un experto de prestigio internacional en esta materia, reconocido como tal por la Sociedad de Naciones. Fundó el Laboratorio Aeronáutico de Cuatro Vientos, uno de los más avanzados de la época en todo el mundo, y la Escuela Superior de Aerotecnia.

Su idea de unir Europa y América -en concreto, Sevilla y Buenos Aires- mediante una flota de dirigibles data de 1918, cuando realizó la propuesta a Alfonso XIII, que la acogió con interés, aunque finalmente la falta de apoyo financiero no permitió que la idea cuajara. «Contemplaba la realización de un gran complejo industrial en Sevilla, pero la conjunción de intereses de las grandes navieras españolas y las aeronáuticas francesas lo impidieron», señala el libro. El testigo lo tomó el alemán Hugo Eckener, que puso en marcha los vuelos de los dirigibles tipo Graf Zeppelin, en parte con ayuda de los estudios de Herrera. De hecho, el militar español fue el segundo comandante en el primer vuelo entre Berlín y Nueva York, que despertó una expectación sin precedentes.

El granadino también tuvo una activa participación en el desarrollo de la aviación comercial en nuestro país y colaboró en la elaboración de las regulaciones internacionales sobre la materia.

Su curiosidad no se limitaba a la aeronáutica: también perteneció a la Sociedad Geográfica y a la Academia de Ciencias y, como vicepresidente de la Sociedad Matemática, contribuyó a la visita de Albert Einstein. La prensa de la época recogía que llegó a «pelotearse ecuaciones con el científico alemán», pero, vencidas sus dudas, fue un defensor apasionado de la Teoría de la Relatividad, recuerda el historiador.

En los años treinta ya preveía que el hombre llegaría a pisar la Luna. Incluso diseñó el primer traje espacial de la historia para su proyecto de ascensión a la estratosfera en un globo, que se frustró al estallar la Guerra Civil.

En aquellos años, Herrera regresaba a su ciudad siempre que podía. Aquí viven aún los descendientes de su hermana Rosario. Su nieto, Emilio Herrera, reside entre Lisboa y Barcelona.

El exilio fue muy duro. Logró reunirse con su mujer y, sin bienes ni ayuda, consiguió trabajo en la Oficina Nacional de Estudios e Investigaciones Aeronáuticas de Francia. También colaboró con la Unesco, hasta que el ingreso de la España franquista en la ONU en 1955 le llevó a pedir la dimisión de su puesto. También colaboraba en revistas científicas europeas y americanas. En Francia fundó con Picasso, Victoria Kent y otras personalidades la Unión de Intelectuales Españoles en 1944 y el Ateneo Iberoamericano en 1947.

«En sus treinta años de exilio nadie le escuchó una sola palabra de rencor, nunca el odio afloró en sus conversaciones con sus familiares, amigos y colaboradores más cercanos, ni en sus escritos como responsable de las instituciones de la República en el exilio», recuerda la biografía de Atienza, que destaca el buen humor y la generosidad que siempre mostraba Herrera.

Murió en Ginebra en 1967. «Con él desapareció el símbolo de una época, la del nacimiento de la aviación, un precursor de la conquista del espacio, un hombre de honor, un militar civil y civilizado y un hombre de paz. Desde 1993 descansa en Granada».

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