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Fernando el Católico, 'Hispaniarum rex'

Fernando el Católico, 'Hispaniarum rex'

El matrimonio de la princesa Isabel de Castilla y Fernando, heredero del trono de Aragón, de quien se cumple el V centenario de su muerte, no fue la culminación de un proceso reunificador que venía de antiguo sino el resultado de situaciones concretas

José Enrique López de Coca Castañer

Domingo, 24 de enero 2016, 17:17

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El contrato matrimonial suscrito el 7 de marzo de 1469, si bien garantizaba ciertas prerrogativas a don Fernando, dejaba claro que el poder supremo pertenecería a Isabel como futura reina de Castilla. Fue más bien, el principio de un proceso de unificación territorial, cuya suerte dependerá en buena medida de la habilidad de sus dirigentes. En este sentido, el papel desempeñado por Fernando fue tan importante como el ejercido por su esposa y, a veces, más.

Fue Fernando quien tuvo que pelear con los portugueses y sus aliados castellanos en la llamada Guerra de Sucesión (1474-1479) y vencerlos, asegurando así el trono de Castilla para Isabel. Apenas iniciado el conflicto vería reconocida su posición en los pactos alcanzados en Segovia, el 15 de enero de 1475. En adelante los documentos oficiales estarán redactados en nombre del rey y de la reina; el nombre del monarca vendrá antes que el de Isabel, pero las armas (heráldicas) de ésta precederán a las de Fernando; con los impuestos recaudados en Castilla se atenderán las necesidades de ésta en primer lugar; lo mismo en lo que atañe a los impuestos de Aragón; la reina se reserva la provisión de funcionarios públicos en Castilla; los beneficios eclesiásticos, en cambio, serán provistos de común acuerdo, pero la soberana tendrá la última palabra en caso de conflicto; los asuntos judiciales y administrativos serán regulados de común acuerdo por ambos cónyuges cuando estén juntos, por uno o por otro cuando estén separados. Doña Isabel sigue conservando su preeminencia y, al mismo tiempo, admite que su marido gobierne en Castilla y disponga de la misma potestad que ella tiene en su calidad de rey consorte.

Esto se ha interpretado posteriormente como una muestra de la igualdad entre ambos soberanos, lo que daría pie al dicho Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando, inspirado en las palabras Tanto monta que acompañan al yugo que aparece en el escudo del rey de Aragón. Pero, según una obra anónima conservada en la biblioteca del monasterio de El Escorial, que remite a un hecho de Alejandro Magno, al no poder desatar éste los lazos que estaban en un yugo, en Gordium, de un espadazo cortó los nudos diciendo «Tanto monta cortar como desatar». Según el anónimo, don Fernando quiso mostrar con su divisa «que sería señor del mundo como Alejandro y cortar las dificultades que lo estorbasen».

Las capitulaciones de Cervera (1469) y las de Segovia (1475) dejaban claro que la Corte de Fernando e Isabel se establecía en Castilla, donde serían educados los hijos de ambos, y de cuyo territorio no podía salir el rey sin licencia. Esto último se convirtió en un problema al morir Juan II de Aragón en 1479. Tenía entonces Fernando 27 años uno menos que su esposa y llevaba casi una década ocupándose de la política castellana. Aunque le pesara, para sus paisanos fue un rey ausente, al que no era fácil acceder incluso cuando esporádicamente visitaba sus reinos patrimoniales.

Absentismo aragonés

En sus 37 años de reinado, Fernando pasó algo más de tres en Aragón. Visitó Cataluña seis veces; la más larga, de once meses, entre octubre de 1492 y septiembre de 1493, debido al atentado de que fue objeto en Barcelona y el largo período de recuperación. Mucho menos tiempo pasó en Valencia y su reino, a pesar de ser el territorio más rico Valencia y Sevilla eran entonces los dos centros financieros de la Península y más capacitado para atender las necesidades reales. A Mallorca no fue nunca. Este absentismo fue un serio obstáculo a la hora de reestructurar el poder regio en la Corona de Aragón tras los difíciles reinados de Alfonso V y Juan II, sobre todo del segundo.

Don Fernando ajustará cuentas con la ciudad de Barcelona y la nobleza del principado que tantos quebraderos de cabeza habían dado a su padre, convirtiendo los funerales y entierro de éste en un acto de exaltación de la monarquía y de sumisión al poder regio. Las ceremonias públicas, que duraron tres semanas, contenían un mensaje reivindicador y una advertencia de cara al futuro. Al decir de algún historiador, el rey quiso que se prestara al cadáver de su progenitor un homenaje que debía suplir al que, posiblemente, nunca le prestaron cuando vivía.

El absentismo prolongado fue contrarrestado mediante la creación de determinados órganos del poder real, comenzando por la figura del lloctinent o lugarteniente del monarca, más tarde virrey, como primer magistrado de cada reino de la Corona aragonesa. El lugarteniente actúa como alter ego del soberano para ejecutar los mandatos regios y para interponerse en todas las cuestiones entre el reino y el rey. El cargo recaería inicialmente en personas del entorno regio, que don Fernando impondría tras echar el pulso correspondiente con los defensores de los fueros y otras normas consuetudinarias. En Valencia impuso a su hermana Juana, viuda del rey de Nápoles, y en Zaragoza al infante don Alonso, su hijo bastardo, al que había hecho arzobispo cuando tenía 14 años. En torno al lugarteniente, para asesorarle y servirle, se crean las Audiencias: las de Aragón y Cataluña en 1493 y, trece años después, la de Valencia. Se trata de órganos colegiados constituidos por especialistas en derecho, naturales de los reinos y residentes en ellos, que nombraba el monarca.

Para gobernar desde la Corte los estados aragoneses, don Fernando instituye el Consejo Supremo de Aragón por una pragmática de 19 de noviembre de 1494. En lo sucesivo será el máximo órgano de la administración real que engloba a los reinos aragoneses con funciones de gobierno, justicia y gracia. Un tribunal de apelación, presidido por un vicecanciller, con seis consejeros: dos aragoneses, dos catalanes y dos valencianos. Organismo consultivo, más adelante, como los otros consejos de la monarquía hispana, se convertiría en un instrumento básico de la administración central, el ligamento entre cada uno de los reinos de la Corona de Aragón y la monarquía a través de los virreyes respectivos.

Don Fernando también va a introducir sus propios elementos de control, encargados de transmitir su voluntad, en las instituciones de gobierno de cada reino: Cortes, Diputaciones del General y gobiernos municipales. Consiguió que las pocas cortes celebradas durante su reinado se hicieran simultáneamente para los tres reinos. E introdujo como norma que el monarca o lugarteniente inaugurara la asamblea y expusiera la proposición real, retirándose luego los procuradores para deliberar; la resolución de éstos había sido debidamente consultada para que coincidiera en lo posible con la voluntad real.

La bolsa de los candidatos

En las tres diputaciones del General, impuso el sistema de la insaculación para elegir a los diputados, recayendo en el lugarteniente la responsabilidad de seleccionar los nombres de los candidatos que se introducían en la bolsa. Este sistema, que ya se venía utilizando en algunos municipios para elegir a los regidores, se extenderá ahora a las ciudades importantes de la Corona, aunque no a todas: la insaculación se va a utilizar en Barcelona y Zaragoza, pero no en Valencia. Con el régimen de insaculación para provisión de cargos el Consejo de Ciento y la Generalidad catalana van a perder carácter político para convertirse en organizaciones fundamentalmente administrativas.

Las cortes celebradas en Barcelona (1481) dictaron medidas para revitalizar la economía tales como la protección de la agricultura frente a la ganadería trashumante, la regulación del trabajo artesano y el monopolio de la venta de paños catalanes en las posesiones italianas de la Corona. Al mismo tiempo, don Fernando ponía fin a las revueltas campesinas al fijar nuevas relaciones sociales en el campo y castigar a los rebeldes que habían cometido graves desmanes. En lo que al primer punto se refiere, la Sentencia arbitral de Guadalupe (21/abril/1486) dispuso que cada campesino de la gleba pagase una cantidad en metálico a su señor, a cambio de la cual éste renunciaba a los «malos usos» y le permitía convertirse en arrendatrio libre de unas tierras trabajadas durante generaciones y de las que nadie podría echarlo mientras pagara el alquiler. En cuanto al castigo, los campesinos fueron obligados a devolver a los señores los bienes muebles ocupados durante la revuelta, al pago colectivo de una indemnización por daños causados; y se condenó a muerte a los que habían tomado las armas contra la autoridad de los que setenta y dos luego reducidos a doce, considerados como instigadores, serían ejecutados y el resto perdonados a cambio de una redención de 50.000 libras a pagar en diez años.

En el reino de Aragón, donde la nobleza había consolidado sus poderes, el monarca no mostró el mismo interés en redimir a los campesinos sometidos al jus malectratandi. Se limitó a perseguir el bandolerismo rural mediante cuadrillas que funcionaban según el modelo de la Santa Hermandad castellana y que apenas tuvieron éxito.

Política interna

El rey Fernando consumió muchas energías ocupado en resolver asuntos de política interna que sólo atañían a Castilla. La conversión de la nobleza territorial en otra palaciega, a la que se concedía dignidades, cargos y rentas que estimulaban su vanidad y ostentación y, al mismo tiempo, la hacían fiel e inofensiva. La revivificación de la autoridad regia con la ayuda de romanistas, la neutralización del poder de las órdenes militares y la buena policía rural mediante la institución de la Santa Hermandad (1476). Con todo, la unión de las dos Coronas hizo posible una política unificada tanto en el interior como el exterior, cuyo objetivo fue en ambos casos la seguridad, de las almas y de los cuerpos.

La búsqueda de la unidad ideológica se manifestaría por una doble vía: la instalación de los tribunales inquisitoriales y la expulsión de los judíos. En Castilla y Aragón vivían conversos descendientes de los judíos que recibieron el sacramento del bautismo a raíz del gran pogromo de 1391. El éxito económico y social alcanzado por algunos de ellos no era bien visto por la mayoría de los cristianos viejos, que tampoco creían que fueran buenos cristianos ya que mantenían relaciones con sus antiguos correligionarios por diferentes razones. Para vigilar a los judeoconversos e impedir sus contactos con las comunidades judías se instaló la santa Inquisición en ambos reinos. Una bula del papa Sixto IV (1478) permitió organizar los primeros tribunales. En 1483 empezaron a funcionar en Sevilla y, al año siguiente, en la Corona de Aragón. Si el Santo Oficio era una novedad para los castellanos, no así para los aragoneses, que lo habían padecido durante los siglos XIII y XIV. De ahí los recursos jurídicos presentados en los reinos patrimoniales de Fernando, la resistencia de las instituciones y las agresiones a los inquisidores, que culminaron con el asesinato de Pedro de Arbués en la catedral de Zaragoza.

El Inquisidor General tenía jurisdicción en las dos coronas. Un Consejo de la Inquisición con poderes en todo el territorio hispánico, se convertía en la primera institución común con capacidad para intervenir al margen de los sistemas institucionales y jurídicos de los diferentes reinos. Era un instrumento de control político e ideológico inigualable, al servicio de Fernando e Isabel. O al menos eso parecía, pues fue el inquisidor general Tomás de Torquemada quien los convenció de que para resolver el problema de los conversos judaizantes era preciso expulsar a los judíos

Torquemada redactó el decreto de expulsión y lo presentó a la firma de los reyes el 30 de marzo de 1492. Se han conservado dos versiones del mismo: una que atañe a los judíos de la Corona de Castilla, y otra a los de la Corona de Aragón, cuya orden de expulsión firmaría don Fernando solamente. El primer texto empieza recordando las medidas tomadas para impedir que los cristianos nuevos judaizaran, con escaso éxito. De ahí que no quede otro remedio que echar a los judíos del país. La expulsión, con carácter definitivo, se hará efectiva en un plazo de cuatro meses, durante el cual los judíos podrán desprenderse de sus bienes raíces y muebles. La versión aragonesa del decreto agrega, como causa de la expulsión, las continuas extorsiones financieras perpetradas por los judíos a través de la usura. Se calcula que en 1492 había 95.000 judíos en la Corona de Castilla, y otros 12.000 en la de Aragón

En lo que toca a las relaciones exteriores, Fernando e Isabel ejercieron una política conjunta, buscando conciliar los intereses castellanos, sobre todo en lo referente a la conquista del emirato granadino y a las relaciones con Portugal, con los aragoneses: la intervención en Italia, el enfrentamiento con Francia para recuperar los condados de Rosellón y Cerdaña, y la ocupación de Navarra, aspiración de Juan II de Aragón que Fernando hará realidad, si bien la incorpora a Castilla.

La conquista de Granada

La conquista de Granada se convirtió en un objetivo prioritario una vez terminada la guerra de Sucesión con Portugal. En parte porque al fortalecimiento del poder monárquico en Castilla le venía bien reanudar la guerra con el enemigo secular y, de ese modo, mantener ocupada a la nobleza castellana en general, y a la andaluza en particular. Visto desde el lado aragonés, el emirato nazarí era un enemigo de cuidado por su proximidad al reino de Valencia, donde había mucha población mudéjar; máxime en aquellas fechas, coincidiendo con el desembarco de los turcos en Otranto.

La guerra de Granada empezó con la toma de Alhama por los andaluces en febrero de 1482 y concluyó con la rendición de la capital del emirato diez años más tarde. Don Fernando participó en la misma desde el principio: un ataque precipitado a Loja, en junio de 1482, estuvo a punto de convertirse en un desastre para las armas de Castilla. Pero el monarca aprendió ciencia al decir de un cronista, y en lo sucesivo escuchó con atención a quienes sabían del enemigo y su forma de pelear. A partir de 1485 las ciudades importantes del emirato fueron cayendo en manos castellanas: Ronda y Marbella (1485), Loja (1486), Vélez Málaga y Málaga (1487), Vera (1488), Baza (1489), Almería, Almuñécar y Guadix (1490) y, finalmente Granada, cuya capitulación se firmó el 30 de noviembre de 1491. Por regla general, la conquista de las ciudades iba seguida de la sumisión de los campesinos residentes en las alquerías dependientes de aquellas, que permanecerían en sus lares como mudéjares.

La ocupación de las ciudades y comarcas del emirato se vio favorecida por la desunión reinante en el bando musulmán. En 1482 Muley Hacén era reemplazado en el trono o mejor dicho, en el estrado por su hijo Boabdil, con la ayuda del bando aristocrático de los Abencerrajes, hostil al primero. Al año siguiente el joven emir caía prisionero de los andaluces en la batalla de Lucena. Don Fernando supo aprovechar el infierno del odio que se había apoderado de las élites granadinas. Puso en libertad a Boabdil después que éste aceptara ser su vasallo, pagarle un tributo anual y hacer la guerra a sus enemigos, que eran los del aragonés. En los años que siguen, el rey Chico se enfrentará a su padre y, fallecido éste, a su tío Mohamed el Zagal, hasta que se queda completamente solo. Terminada la guerra, los únicos representantes del linaje nazarí que no emigraron fueron los príncipes Sad y Nasr, hijos de Muley Hacén y una concubina cristiana a la que tomó por esposa. Convertidos al cristianismo, los infantes don Fernando y don Juan de Granada, fueron objeto de un trato especial por Fernando e Isabel.

Ésta fue la segunda guerra que Fernando ganó para la reina de Castilla, que a partir de 1486 estuvo a su lado durante los asdios a las ciudades granadinas. En el cerco de Málaga estuvieron a punto de ser atacados por un santón tunecino que, a última hora, equivocó su objetivo. El carácter de cruzada que tuvo el conflicto atrajo a los caballeros europeos mientras que los súbditos aragoneses del rey apenas se dejaron ver en la frontera andaluza. Hay que exceptuar a Valencia, cuya aportación al esfuerzo bélico en dinero y hombres a partir de 1487 es digna de mención.

1492 fue un annus mirabilis para Fernando e Isabel, a quienes el papa no tardaría en distinguir con el título de Reyes Católicos. El 6 de enero entraban en la ciudad de Granada. El 31 de marzo firmaban en Santa Fe el decreto de expulsión de los judíos y el 12 de octubre Cristóbal Colón avistaba la primera tierra tras un largo viaje trasatlántico. El rey Fernando no fue ajeno a la gestación del primer viaje del genovés. Su secretario Juan de Coloma guardó una copia de las capitulaciones suscritas con el Almirante de la Mar Océana. Luis de Santángel, tesorero de Valencia, aportó dinero y un paisano suyo escribió que las Indias habían sido descubiertas a expensas del rey de Aragón. Pero no fue él quien excluyó a los catalanes del comercio americano, sino su nieto Carlos. Al morir don Fernando no había empezado la conquista de la Tierra Firme. Sus ideas sobre el Nuevo Mundo, si es que las tuvo, no iban más allá de la pequeña factoría colombina y de los intentos de repoblación en el espacio antillano.

Cuchillada en el cuello

El viernes 7 de diciembre de 1492, estando la corte en Barcelona, el rey estuvo a punto de ser asesinado por Joan de Camanyas, un campesino, o pastor, que le dio una cuchillada en el cuello. Obligado a confesar, declaró que el móvil que le impulsó a cometer el crimen fue el que si mataba al rey él lo sustituiría. Ni aún en el tormento se le pudo arrancar otra confesión, y siempre negó que le hubieran empujado a hacerlo. La reina, que estaba con los nobles castellanos de su séquito, junto al príncipe heredero, lista para embarcarse con él, en caso de que el atentado hubiera sido tramado por los catalanes, cuando supo con certeza que no se trataba de una conjuración, hizo volver al niño a su residencia, mientras ella corría al lado de su marido. Así cuenta lo sucedido Pedro Martir de Anglería en una carta escrita a Fray Hernando de Talavera, arzobispo de Granada, el 14 de diciembre. Había pasado una semana desde el atentado y el rey mejoraba a duras penas. Aquel mismo día se había desvanecido a causa de la debilidad, «sacando la lengua completamente hinchada; un rojo de fuego encendió sus mejillas; los ojos se le pusieron encontrados». Pedro Mártir agrega que tras repetidos zarandeos, el corazón recobró la normalidad de su ritmo, entonces confuso. Vuelto en sí, el monarca tomó alimento de manos de la reinDurante su larga convalecencia don Fernando recibió a más de una delegación de musulmanes granadinos. Venían a interesarse por su salud y a negociar la salida para Marruecos de Boabdil, su familia, deudos y clientes, que tendría lugar en octubre de 1493. A partir de entonces, las capitulaciones firmadas con los habitantes de la capital y otros puntos de la Vega y la Alpujarra fueron poco a poco olvidadas por los vencedores. Para celebrar la boda de Juan, el príncipe heredero, con Margarita de Austria en 1496, hubo que trasladar un cementerio musulmán existente en el espacio hoy conocido como Campo del Príncipe. Su muerte al año siguiente fue un mal presagio para cristianos y musulmanes. En 1498 la hija mayor de los Reyes Católicos, Isabel, fallecía tras dar a luz a Miguel de Paz su hijo y de Manuel I de Portugal. Pero las esperanzas concebidas en torno a quien algún día estaba llamado a reinar en Aragón, Castilla y Portugal, se desvanecieron a causa de su muerte en 1500.

En diciembre del año anterior se sublevaron los mudéjares del Albaicín confundidos por el celo misionero que el cardenal Cisneros mostraba hacia aquellos que eran de origen cristiano. Tres días más tarde accedían a convertirse a cambio de un perdón general. Pero la revuelta se extendió a la Alpujarra y don Fernando vino desde Sevilla, a donde se había trasladado la corte, para ponerse al frente de las tropas. Tras duros combates en Lanjarón y Andarax, los rebeldes capitulaban a cambio de otro perdón general en marzo de 1500. A estas alturas el rey había decidido que todos los mudéjares se convirtiesen, se hubieran sublevado o no, al considerar que habían violado las capitulaciones. Hubo nuevas revueltas en el área de Almería y, a principios de 1501, en la serranía de Ronda y Marbella. Los rebeldes rondeños consiguieron vencer a una fuerza comandada por nobles andaluces en las asperezas de Sierra Bermeja, obligando al rey a que viniera a combatirles. En la primavera de 1501 el islam había sido erradicado oficialmente del reino de Granada y, al año siguiente, del resto de la Corona de Castilla. Pero Fernando el Católico no se mostró interesado en convertir a sus vasallos musulmanes de Valencia y Aragón. De haberlo hecho se habría enajenado el favor de los nobles cuyas tierras trabajaban.

Piezas valiosas

Por aquel entonces la princesa Catalina, la más joven de las hijas de los reyes Católicos, contrajo matrimonio con Arturo, príncipe de Gales, y cuando éste muera, con su hermano, el futuro Enrique VIII. Tanto Catalina como sus hermanas Isabel y María, primera y segunda esposa de Manuel I de Portugal, y Juana, casada en 1496 con el archiduque Felipe de Habsburgo, hijo del emperador Maximiliano de Austria, eran piezas valiosas de una política encaminada a estrechar los lazos de amistad de Aragón con Borgoña, Inglaterra y el Imperio y aislar a Francia. En aras de esta política el rey Fernando creó un sistema de embajadas más o menos permanentes que le permitían estar al corriente de lo que sucedía en algunas cortes europeas. Mientras que sus representantes ante el Sacro Imperio eran de origen aragonés, los embajadores enviados a Portugal, Flandes e Inglaterra. En Londres estuvo algún tiempo Gutierre Gómez de Fuensalida, comendador de la orden de Santiago, antes de ser corregidor de la ciudad de Granada.

En 1504 muere la reina Isabel dejando a su marido como gobernador de Castilla hasta que Juana y Felipe, residentes en Flandes, pudieran hacerse cargo de la corona castellana. Las relaciones entre el monarca aragonés y su yerno no eran buenas al desconfiar el primero de las intenciones del archiduque conforme se deterioraba el estado mental de doña Juana. Antes de que se produjera la ruptura entre ambos, don Fernando trató de resolver sus problemas con Francia casándose con la joven Germana de Foix, sobrina de Luis XII, el 19 de octubre de 1505. Según lo acordado por ambos reyes antes de la boda, un futuro hijo varón del matrimonio heredaría el trono de Nápoles sin especificar qué otros derechos tendría. Pero muchos nobles castellanos interpretaron esto como una maniobra para impedir que Felipe y Juana fueran reyes de Aragón algún día. A decir verdad, nunca se sabrá lo que hubiera pasado si el hijo que Fernando tuvo con Germana en 1509, no hubiera muerto a las pocas horas de nacer.

Dominios patrimoniales

En 1506 llegaban Felipe y Juana a España, Fernando se retiraba a sus dominios patrimoniales y conquistaba Nápoles tras una rápida campaña militar, El 25 de septiembre de aquel año moría Felipe I y el cardenal Cisneros asumía temporalmente la regencia ante la incapacidad de la reina. Cuando vuelva don Fernando gobernará como regente de Castilla, metiendo en vereda al marqués de Priego, al duque de Medina Sidonia y a otros nobles descarriados en 1508-1509. Dos años más tarde preparó una cruzada contra los musulmanes del norte de África con la ayuda de su yerno el rey de Inglaterra, que no llegó a ponerse en marcha debido a la reanudación de las guerras de Italia. Y en 1512, intervenía militarmente en el reino de Navarra invocando la herencia de su padre si bien no pudo apoderarse de las tierras situadas al norte de los Pirineos, que pasaron a depender del reyde Francia. También se ocupó de sus reinos aragoneses estimulando las relaciones comerciales de Valencia con las plazas conquistadas en el litoral norteafricano. Y fue testigo de cómo la ciudad de Barcelona, que contaba con 30.000 habitantes en 1515, conseguía equilibrar el presupuesto municipal tras muchos años de hundimiento.

[*] José Enrique López de Coca Castañer es catedrático de Historia Medieval y miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia

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