Granadinistas hasta en el exilio futbolístico

Budapest está considerada como una de las ciudades más bonitas de Europa y a fe que es cierto, pero ahora mismo está vedada a los turistas y muy limitada para los nativos. Atraviesa máximos históricos en cuanto a contagios y muertes por coronavirus. El país tiene los comercios no esenciales, las escuelas infantiles y los colegios cerrados a cal y canto hasta abril. Apenas están abiertos los supermercados, farmacias y gasolineras. Los restaurantes no sirven en mesa y solo permiten comida para llevar. El toque de queda arranca a las 20 horas y se extiende hasta la cinco de la mañana. La temperatura diurna es de invierno suave pero baja por debajo del cero al ponerse el sol. El cielo está plomizo estos días y resalta más los colores de la maravillosa arquitectura de la ciudad, entre la que hay pocos curiosos alrededor y sí una población húngara que trata de lidiar con esta pandemia aunque, como en todas partes, hay quien se salta las normas. Los requisitos en teoría son exhaustivos para salir o entrar a Hungría pero, a la hora de la verdad, el control es más bien laxo.

Si Nápoles es un enclave muy futbolístico pero que vivía con cierta distancia la eliminatoria anterior por la imposibilidad de ir como público al estadio por parte de los 'tifosi', para los aquincenses hay un desapego mayor, pues apenas les trae a cuenta que equipos de otros países vayan a su ciudad a solucionar su porvenir europeo, convirtiéndose en una especie de exilio futbolístico para ingleses y alemanes, y ahora para noruegos y españoles. El Molde, en una maniobra que firmaría el que asó la manteca, prefirió hacer las maletas y pegarse un viajazo en avión en lugar de elegir sede en España, donde sigue con su particular pretemporada en Marbella. No había ventaja alguna para el Granada, pues sin afición lo mismo da un terreno que otro, pero los noruegos creían que así enturbiarían algo a los rojiblancos.

La medida alegró a Manu Vallejo –no confundir con el futbolista del Valencia–. Es un chico de Jete que está de Erasmus en Budapest, haciendo una ingeniería relacionada con el sonido y la imagen. Fiel seguidor de los nazaríes, llegó con su compañero de piso, Borja Rubiano, madrileño cuyo abuelo es de Dúrcal. Se pudieron llevar un par de bufandas conmemorativas y el saludo de Germán, que se fotografió con ellos y les firmó un cuadro, «que es lo primero que hemos pillado en casa para recordarlo». Con las prisas, Manu no pudo ver a Rui Silva, al que le quería agradecer «la de puntos que me da» en uno de esos simuladores de fútbol.

Pero el más privilegiado fue Carlos, un granadino estudiante de Comunicación en la UGR que está en la ciudad y solicitó autorización para poder ver tanto la rueda de prensa previa como los 15 minutos de entrenamiento en abierto, pues había hecho prácticas; se la concedieron. «Quién me habría dicho esto en septiembre, cuando casi nos cancelan en Erasmus; es un privilegio» reconoce.

El Bastión de los Pescadores, con su lindo atardecer desde el cual se contempla el Parlamento iluminado y ese Danubio que separa Buda y Pest. El Castillo de la primera, el Puente de las Cadenas desde la otra orilla, los baños termales o la Catedral de San Esteban, todos lugares emblemáticos del corazón de Hungría. Todos con ese halo de tristeza por la falta de visitantes, del trasiego de la vida natural cuando el covid-19 y sus variantes no habían llegado a nuestras vidas. Y, por supuesto, la Plaza de los Héroes, otro paseo obligado, con las estatuas de los fundadores de la patria. Héroes, en lo deportivo, quieren ser unos rojiblancos de rayas horizontales. Dejar su pica en tierra lejanas.