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En el trabajo. Marta da sus clases a través de internet desde Polícar. Javier Martín
Yo soy de pueblo

La nueva vida de Marta en Polícar

La joven es entrenadora personal y dejó hace dos años la capital para mudarse al pueblo de su infancia

Viernes, 8 de agosto 2025, 22:55

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Marta extiende una esterilla en el suelo de su terraza, se recoge la mitad del pelo con una coleta e inicia una cuenta atrás frente a la cámara de su ordenador para que sus alumnos sigan los ejercicios de entrenamiento personal. A sus espaldas, las vistas son envidiables. Se gira, detiene la mirada y respira mientras sonríe a la cara norte de Sierra Nevada. Cuando deja de hablar a quienes están al otro lado de la pantalla, solo escucha a los pájaros cantar.

No hay ningún edificio que estropee el paisaje. Está rodeada de montañas, huertos y flores. También de alguna que otra vivienda desde la que sus vecinos le dan los buenos días a distancia, con un gesto amable y calmado. «Este es para mí el verdadero éxito de la vida», dice totalmente satisfecha. «En el edificio de la capital en el que residía la gente ni siquiera levantaba la vista del móvil al encontrarse con alguien en el pasillo», añade.

Vive desde hace dos años en Polícar, un pueblo en el norte de la provincia con apenas 200 habitantes. Reconoce que se enamoró de la magia de ese estilo vida siendo una niña y aquí ofrece su casa como vivienda turística de alojamiento rural.

Marta, 'a las puertas' de su pueblo. Javier Martín

Estudió Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y permaneció durante una década en la capital. «Perdí el brillo en los ojos», cuenta acerca de esos años. La libertad con la que creció en Polícar, el ambiente y los vínculos intergeneracionales la conquistaron entonces e hicieron que abandonase el estrés de la ciudad para entregarse por completo a esta nueva vida.

«Estaba siempre pendiente de la hora y el móvil, sentía que me asfixiaba entre cuatro paredes», señala. Las prioridades de la gente que la rodeaban le hicieron pensar en las suyas y le llevaron a tomar la decisión de emprender y empezar de cero en el pueblo. Allí recuperó su verdadera esencia gracias a la pandemia, pues se abrieron numerosas opciones de teletrabajo que le permitieron acudir a este municipio con mayor asiduidad. «La quietud y tranquilidad que uno percibe en este entorno es incomparable», detalla.

Compartir una casa rural

La esencia y el deseo de compartir el bienestar que siente en su pueblo le llevaron, no solo a alquilar su casa por habitaciones, sino también a impartir una serie de talleres vinculados a la agricultura, el deporte, la meditación y la conexión con el entorno. La iniciativa atrae a numerosos visitantes que, además, tienen la oportunidad de experimentar realmente lo que es vivir en este lugar. Desde recolectar tomates en su pequeño huerto a plantar ajos;pasear hacia la ermita de San Marcos o las tardes con los mayores en la plaza del pueblo. «Aquí sales de casa, un vecino te engancha a hablar y pierdes la noción del tiempo», cuenta. Lo dice por experiencia propia. En Polícar, el panadero aún reparte casa por casa, los vecinos fabrican su propio vino y salen a coger moras;los niños van solos en bicicleta y la gente pasea sin estar pendiente del reloj.

«Mis amigos ponen el grito en el cielo cuando ven que una persona de 36 años lo ha dejado todo para venirse aquí»

Los mayores se reúnen en su único bar, junto a la plaza del pueblo. Hacen vida en común y acogen a cada nuevo habitante con los brazos abiertos. Disfrutan de los pequeños encantos que tiene el día a día en el pueblo. «Un simple bocadillo de jamón sabe mucho mejor rodeada de campo», dice Marta, al tiempo que resume la esencia de lo que significa vivir en Polícar: ver las estrellas y respirar aire limpio. Sus padres, mientras tanto, aportan encantados su granito de arena a la experiencia rural que Marta ofrece en el domicilio. «Mis amigos ponen el grito en el cielo cuando ven que una persona de 36 años lo ha dejado todo para venirse aquí», cuenta.

Su rostro desprende felicidad. Explica con orgullo la historia que la ha hecho reencontrarse con sus raíces. La alegría de sus familiares es compartida por los vecinos, que relatan con satisfacción lo que supone para ellos que alguien como Marta haya apostado por emprender en Polícar. «Nuestro agradecimiento no puede expresarse con palabras, nos llena de vida y energía», relatan.

Después de una década sin poder asistir a las fiestas del pueblo, Marta asegura que ya no se perderá los encuentros de la verbena nunca más. Ahora ya no solo le brillan los ojos, también el rostro. La historia de Marta en Polícar muestra que el éxito está también ligado a los pueblos.

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