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Las vacaciones sin filtros de Instragram

LO QUE LLEVO EN MI MALETA ·

Hace unas décadas, pocas, la gente se sentaba en la orilla sólo para sentir la brisa del mar, buscaba rincones secretos para esconderse y podía irse de veraneo sin retransmitirlo en directo. No existía el postureo online

Rebeca Alcántara

Motril

Viernes, 31 de julio 2020, 00:12

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En Amazon está casi todo. Hasta lo que existía antes de que ni siquiera nos imagináramos que un día podría comprarse a través de una pantalla. 7,90 euros vale el balón inflable de Nivea que durante años acompañó en sus veraneos a decenas de familias que iban a la playa a bañarse y a jugar. Ahora parece mentira. Pero hubo un tiempo en el que nadie se sentaba en la orilla de espaldas para que le hicieran una foto. Una época en la que la nevera naranja (o amarillo mostaza) compartía protagonismo en la arena con sombrillas de marcas de refresco y sillas cuyas patas metálicas iban año a año cambiando el blanco de la pintura por un marrón anaranjado oxidado. Aquellos veranos sin postureo, que uno no sabe si fueron mejores o peores que los de ahora, pero de los que quedan más recuerdos que fotos. Pero las fotos que quedan se han convertido en tesoros.

La nostalgia, ya se sabe, acaba haciendo que casi todo parezca mejor. Pero es que antes debajo de las sombrillas la gente (prometo que esto ocurría) hablaba. O hacían sopas de letras y crucigramas si estaban cansados de la conversación.

Entonces, hace mucho pero no tanto, los rincones ocultos de las calas se descubrían por el simple placer de descubrir. Bueno y por el de ocultarse un poco del bullicio. Pero sin fotos. Sin 'stories' de Instagram. Sin estados de esos de «aquí, sufriendo». Vamos, que uno podía irse de vacaciones sin retransmitirlo ni en directo ni en diferido.

Eso sí, no había móviles, pero sobraban bártulos. Claro, no hacía falta que se quedara ninguna mano libre para ir contestando a los mensajes de WhatsApp. Las sombrillas, las mochilas, las neveras, las palas, las revistas, el periódico debajo del brazo, la cámara de fotos (que algunas se hacían), los cubos para hacer castillos (en las playas granadinas pocos se mantenían en pie)... Uno aterrizaba en la arena para pasar dos horas y había dedicado tres para prepararlo todo. Pero no tenía que montar un bodegón perfecto para que Velilla (que nadie le niega su encanto) tuviera pinta de una playa desierta del Caribe.

Lo analógico, que también es cierto que en algunos contextos se transforma ahora en moderno, tenía también sus inconvenientes, que se pueden romantizar, pero que en el momento no gustaban tanto. El engorro del mapa de carreteras, perderse o quedarse tirado antes de llegar al destino sin poder ni llamar ni publicar un vídeo en el que contarlo para convertir el fastidio en una maravillosa aventurilla. No había filtros de Instagram que arreglaran los entuertos. Pero seguramente, o quizás esto es consecuencia de hacerse viejo, aquello era más auténtico.

En los veranos sin postureo online, sin redes sociales, sin la conexión continua, la gente se encontraba de año en año por casualidad (vale sí, eso todavía pasa de vez en cuando). Pero en aquel pasado lejano de hace poco más de 20 años, las fotos que los adolescentes de ahora se imaginan sepia, pero que ya eran a todo color; mostraban los michelines sin pudor, pero eran más pudorosas con otras partes del cuerpo. Eran, desde luego, otros tiempos.

Pero todo hay que decirlo. No nos engañemos. El postureo ya existía en aquellos días. Solo que era efímero. Duraba el tiempo que tardaba en pasar a tu lado el chico o la chica que te gustaba ese verano. Y creo que muchos agradecemos que de aquello no queden documentos compartidos. Que sean solo recuerdos, que siempre son más bonitos.

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