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Para medir la gravedad de una crisis, hay variables formales, como la evolución de la tasa de desempleo, y hay otros indicadores más informales. Los primeros están en las estadísticas. Los segundos se pueden observar perfectamente en la calle. En calles como, por ejemplo, Colegios, situada junto a la Facultad de Derecho de Granada. Allí, en la calle Colegios, delante del comedor del Corazón de María, ya se formaban antes de la pandemia colas de granadinos cuyo nivel de ingresos era tan bajo que lo les llegaba ni para comer. Ahora esas colas son más largas.
La última hora de granada
¿Cuánto? Miren, en el Corazón de María no llevan un control científico de cuántas bocas alimentaban antes y cuántas alimentan hora –les interesan más las personas que los números–, pero sí manejan cifras muy fiables basadas en la experiencia. Y si antes atendían las necesidades de unas ciento cincuenta almas, en poco más de dos meses este número se ha incrementado hasta doscientas. Algo más de un treinta por ciento. Un porcentaje que, desgraciadamente, se ha quedado ya corto en cuanto se han desmantelado instalaciones como la del Palacio de Deportes, habilitado con cien camas para los indigentes.
A las seis de la tarde, José, Mario, Segundo, Billy, María Jesús, Alicia..., nueve de los doscientos cincuenta voluntarios integrados en el Corazón de María, ya están con los mandiles y las batas puestas. También con las mascarillas, los guantes y las pantallas de protección. Las cacerolas echan humo. Unos preparan bocadillos, en torno a cien sin relleno de cerdo para los mahometanos, y de jamón, tortilla o lo que se tercie para los demás, y los otros un menú variado a base de salmorejo de primero, hamburguesas empanadas con guarnición de revuelto de champiñones de segundo y frutas de temporada y flanes de postre.
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No hay tiempo que perder. Hay mucho trabajo. Ahí afuera ya están llegando los primeros usuarios. «Para que haya un orden –explica Antonio Cañadas, un jubilado de la Caixa que ahora se dedica a darlo todo por los demás–, en ocasiones repartimos números». Antes la gente entraba en el local, de unos ciento veinte metros cuadrados, y se acomodaba. Ahora, en cumplimiento de las normas, se esperan en la puerta. Allí les entregan los táper con los platos calientes y bolsas con alimentos.
En efecto, bolsas con alimentos, ya que un elevado porcentaje van a parar directamente a las casas de niños afectados por circunstancias como el cierre de los comedores escolares, un recurso que durante muchos años ha sido una auténtica garantía alimentaria para los que tienen poco o nada. No hemos de olvidar que hasta hace muy poco, hasta el último trimestre de 2019, había un doce por ciento de los hogares granadinos que tenían a todos sus miembros en desempleo. Prepárense para lo que viene.
El comedor del Corazón de María, gestionado por Edicoma (Esclavos del Inmaculado Corazón de María), una organización de ayuda social que se constituyó en Granada a principios de los noventa, tiene un conocimiento preciso de cuántas familias se acercan con pequeños a su cargo –éstas tienen que presentar un papel expedido por los servicios sociales–. Antes de que apareciera el bicho, 90. Ahora, 130. En total, 255 chiquillos.
A ellos les dedican los sábados por la mañana. No sólo les proporcionan raciones de carne, pescado o pasta para el fin de semana, sino que también les facilitan productos de primera necesidad para toda la semana: aceite, frutas y verduras, cinco o seis yogures, huevos y dos litros de leche por cada crío. «Procuramos una alimentación variada», comenta Francisco Cantero, coordinador de actividades de Edicoma. Unos parámetros nutricionales que se mantienen igualmente para las cenas que Edicoma hace llegar a los mayores confinados en sus domicilios a través de diversas plataformas vecinales.
El comedor del Corazón de María, que se abastece con las aportaciones que realizan cadenas como Mercadona, el Banco de Alimentos o ciudadanos anónimos, es un lugar lleno de vida, solidaridad y caridad. El espacio está presidido por una talla de la Virgen (Corazón de María) incrustada en una pequeña hornacina. Enfrente hay un cuadro que reproduce la imagen de Jesús y sus discípulos en el pasaje de la Santa Cena. Al lado, una pintura de la Virgen de las Angustias, patrona de Granada, ciudad a la que está estrechamente ligado Edicoma.
Una institución declarada de utilidad pública que suma ya tres décadas de ayuda a colectivos como los sin techo, drogadictos o alcohólicos, aunque sus puertas siempre están abiertas para cualquier necesitado. Empezaron repartiendo por la noche sopa caliente por las plazas más céntricas de Granada, a las que acudían todos aquellos que les llegaba la voz. Pero en la actualidad esta actividad asistencial se desarrolla en el domicilio social de la calle Colegios.
La labor de Edicoma se centra ahora en el servicio de comedor, imprescindible en momentos tan delicados como los que estamos viviendo. Para ello dispone de una cocina industrial perfectamente equipada: seis fogones, un cocedero para elaborar los macarrones y los espaguetis, un horno con dos placas y una freidora. También lavavajillas y refrigeradores con todas las medidas higiénicas para la perfecta conservación de los alimentos. En el almacén no faltan sacos de patatas y paquetes de arroz y legumbres para atender el día a día.
Pero sobre todo lo que no faltan son ganas de colaborar y de auxiliar a todos los que les vienen mal dadas. Un auxilio que pasa por saciar el apetito, pero también por cubrir otra serie de necesidades relacionadas con la higiene –disponen de unos lavabos con duchas que ahora también están eventualmente clausurados–, cuidados básicos como peluquería y barbería, un callista y armarios con ropa para menores y para adultos.
Los voluntarios son eso, voluntarios. Personas de buen corazón movidos por la necesidad de ayudar a los demás. En el comedor del Corazón de María suele haber diez todos los días para preparar las cenas y repartirlas con la mayor agilidad posible. Entre ellos, Jesús Emilio Jofré, el actual presidente de Edicoma, y Antonio Cañadas, uno de los vocales. «Hay que estar con ellos y darles lo que nosotros tenemos la fortuna de poseer», asegura Antonio. «La situación la veo bastante mal porque están acudiendo familias nuevas, familias que, por otra parte, siempre tienen un 'gracias' para nosotros», dice. «Tengo setenta años, soy de la postguerra, y nunca me había imaginado vivir una catástrofe así».
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Amanda Martínez | Granada, Amanda Martínez | Granada y Carlos Valdemoros | Granada
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