Del San Cecilio a Brasil: misión en el buque escuela de la Armada

María tenía un sueño: hacer la carrera militar y estudiar Medicina, pero le exigían diez años de servicio en el Ejército y si abandonaba a la mitad, «perdía»la formación. Natural de Algeciras (Cádiz), empezó entonces una nueva vida en Granada, donde sería alumna del grado de Medicina en la UGR. Los primeros cuatro cursos del MIR los pasó en el Hospital Universitario Clínico San Cecilio. Catorce años después, esta ciudad sigue siendo su casa.

A sus 32 años, María Jiménez es anestesista adjunta especialista en los quirófanos de este hospital granadino, donde reina el «compañerismo», la «comunicación» y la «comprensión». Bajo los mandos de Tomás Saz, jefe de servicio de Anestesiología y Reanimación, «siempre busca experiencias nuevas y trata de ayudar allí donde los recursos son más escasos, como es ella, con generosidad y excelencia». Según su superior, al empeño de su labor asistencial diaria, une «un espíritu inquieto y aventurero que le hace ir más allá».

A esta gaditana le encanta su trabajo, pero el gusanillo por la vida militar siempre ha estado ahí. Gracias al apoyo que recibe en el hospital, puede conciliar todas sus pasiones. Desde hace dos años –y tras un periodo de formación–, María es reservista voluntaria de las Fuerzas Armadas. «En mi vida diaria, soy civil, pero cuando necesitan una anestesista, me activan. Hasta ahora, solo me he activado una vez, en enero», comparte. En pleno invierno, esta sanitaria se embarcó en la aventura de su vida.

El buque escuela del Ejército, un bergantín-goleta con cuatro mástiles bautizado como Juan Sebastián de Elcano, aguardaba atracado en el puerto de Cádiz. Emocionada, María subió a bordo dispuesta a emprender la que sería su primera misión militar, para más inri, navegando por el océano Atlántico. Treinta días y treinta noches sobre las olas hasta llegar a su destino: Brasil.

El Juan Sebastián de Elcano es un crucero de formación de seis meses. «Cuando está fuera de las aguas que no tienen un hospital cerca, tiene que llevar un equipo quirúrgico a bordo», explica María Jiménez. Durante la travesía trasatlántica, ella sirvió de apoyo a los médicos, que cada día pasaban consulta a todos los pasajeros. Era un retén, una localizada, «por si había alguna incidencia y teníamos que intervenir de forma urgente».

Los militares hacen maniobras las veinticuatro horas; «lo mismo se requiere una cirugía de urgencia que hay una fractura o hace falta estabilizar a alguien». Afortunadamente, no pasó nada, pero hay que estar «totalmente en alerta». Así que la tensión fue constante hasta que el buque escuela recaló en el país sudamericano. La recepción de este representante de España fue «súper bonita». Saludaron a los embajadores y una orquesta tocaba. La misión había acabado. Era el momento de volver a Granada.

Esta experiencia ha sido un paréntesis para María. «Siento que he vivido la vida de otra persona. No tiene nada que ver con mi día a día. Me he implicado con ellos como si fuera una más, he vivido su vida durante un mes y luego he vuelto a mi vida normal», repasa la sanitaria, que a finales de septiembre volverá a activarse, solo por cinco días y en Madrid, en un curso de soporte vital avanzado en combate.

El compromiso de María Jiménez con el Ejército es de tres años; se puede renovar y tiene intención de hacerlo. Su equipo del Clínico San Cecilio le muestra un «gran apoyo». «No hay un anestesista que me supla, solo mucha predisposición por parte de todos. Yo intento siempre que mis guardias afecten lo menos posible y cambio los turnos que hagan falta, o aprovecho mis vacaciones», señala.

Esta gaditana asentada en Granada también ha dado sus primeros pasos en cooperación humanitaria más allá del barco. Poco antes de embarcar hacia Brasil, en noviembre de 2023, viajó como parte de una comisión quirúrgica a un campo de refugiados saharauis de Argelia. Durante dos semanas, asistió en cirugía general a personas refugiadas o con recursos mínimos que estaban «deseando ver a un médico».

Según esta profesional, es una experiencia personal «completamente diferente» que le hizo sentirse «más realizada». «Se trabaja muchísimo, tiene una dedicación máxima. Además, teníamos el sobreañadido de que era la reactivación tras la pandemia. El quirófano estaba cerrado, no había nada, tuvimos que llevar todo el material, limpiar el establecimiento entero, arrancar de cero», subraya. El plan es que la misma comisión, con objetivos similares, visite de nuevo el país africano en Semana Santa de 2025. «Si nadie continua el trabajo iniciado, no sirve de nada».

Al principio, María pensaba que no tenía vocación. Con el tiempo, se ha dado cuenta de que, para hacer lo que ella ha hecho, «hace falta, y mucha». Con una sonrisa en la cara, admite que necesita abrirse y usar lo que tiene, que es su especialidad, para ayudar a los demás. Se siente afortunada; le encanta su trabajo. «Soy muy inquieta, la monotonía me quema –confiesa–. La anestesia me ha dado vida a nivel personal, me deja ver el mundo».

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