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Sor Amada (izq.) y sor Guadalupe durante la entrevista con IDEAL en el convento de las Dominicas, de Baza. Juan Jesús Hernández

Setenta años de encierro y oración

Desde la provincia. Sor Amada y Sor Guadalupe ·

Son monjas de clausura. Rara vez salen a la calle y trabajan en silencio, pero siguen lo que ocurre en el mundo a través de Internet y rezan mucho por ello, como ahora con el «dichoso volcán». Creen que el mundo nos está mandando señales que no leemos y que deberíamos pararnos un momento y pensar

Lunes, 11 de octubre 2021, 00:22

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De niño solía acudir como monaguillo a un convento en mi pueblo para recoger las obleas con las que el sacerdote, ya consagradas, daba después la comunión en misa. Estos pequeños aros de pan ácimo que se elaboran sin utilizar levadura, los fabricaban monjas de clausura a las que nunca conseguí ver por mucho que me asomara a un chirrioso torno giratorio situado en el portal de acceso. Al llegar agitaba una pequeña campanilla y decía 'ave María purísima', para avisar de mi presencia, y unos segundos después se oían pasos y llegaba una monja que respondía 'sin pecado concebida', y preguntaba qué quería. Lo colocaba en el torno, junto a los recortes sobrantes que me regalaba para mi, y lo giraba. Y el misterio se quedaba detrás de esa pequeña rueda que era la manera habitual de comunicarse la comunidad con el exterior.

Ahora que muchos años después he tenido la oportunidad de visitar el convento de clausura de las Dominicas, en Baza, al llegar me topé de nuevo con el torno que aísla del mundo a estas religiosas dedicadas a la contemplación y la oración, pero esta vez me colocaron una llave que permitía abrir y entrar hasta una sala en la que me encontré cogidas de la mano a sor Amada, priora del convento, y sor Guadalupe, subpriora. La primera en realidad se llama María Carrasco Martínez, de 89 años y desde los 20 monja de la orden tras dejar atrás su vida en Huéscar. Encarnación Guadalupe Jiménez García, de 75, salió con 16 años de su pueblo, Gorafe, para formar parte de la comunidad de las Dominicas y pasó de ser Encarnita para familia y amigos, con los que jugaba en la plaza próxima a la parroquia, a convertirse en sor Guadalupe. «Tenía mis amiguillos, pero nunca llegó ninguno a ser mi novio, en parte porque era un poco borde con los chicos. Solían decir: «¡Pero esta de qué va!»

«Sor Lucía Caram, la monja catalana, perjudica a la Iglesia. Esa religiosa nos hace daño, da mal ejemplo y su camino no es el de una Iglesia moderna»

La sensación es extraña. Un aroma de bizcocho recién horneado y de azúcar quemada se cuela entre las puertas desde el obrador donde se preparan aprisa los dulces de Navidad. Se respira una agradable sensación de tranquilidad, a lo que contribuye la permanente sonrisa de estas religiosas que reconocen que es la primera vez que hablan para un periódico, en realidad nunca lo han hecho antes con periodistas salvo en una ocasión que las llamaron de la radio para comentar su famosa repostería. «Salir en la prensa da miedo. Nuestra vida es de oración y encierro, pero bueno, espero que sea para bien», refiere sor Guadalupe, que pronto se convierte en portavoz aunque con frecuencia busca la mirada de aprobación y complicidad de la priora.

Sor Amada, la más joven de seis hermanos, recibió los hábitos cuando tenía 20 años. De una charla con monjas salió convencida de que esa iba a ser su vida y lo fue a pesar de la resistencia de sus padres, que hicieron lo posible para quitárselo de la cabeza. Con el paso del tiempo cuando su madre la visitaba en el convento le decía: «Al final tú eres con la que más tranquila estoy, sin niños que se pongan malos ni discusiones con los maridos». Reconoce que alguna vez ha tenido momentos de debilidad para salirse de monja, pero los superó.

Quien no los ha tenido nunca en 67 años de vida religiosa ha sido sor Guadalupe. Ella de niña pasaba mucho tiempo con su abuela y rezaban el rosario a diario. Cuando la invitaron a entrar no lo dudó y hasta hoy. No echa de menos nada, aunque sí reconoce que le habría gustado visitar Roma y conocer al Papa.

Un convento con huerto

Su mundo y el de otras 11 religiosas, cuatro de ellas novicias que han llegado desde diferentes países africanos, está dentro de las paredes de este inmueble, un enorme edificio con huerto en las afueras de la ciudad, mucho más cómodo que el viejo hospital de los Reyes Católicos que ocuparon desde el siglo XVIII hasta que el frío, el calor, el deterioro y hasta las estrecheces, se convirtieron en un sufrimiento para estas mujeres, la mayoría mayores o incluso ancianas, acostumbradas a conformarse «con lo que nos manda Dios». Era todo eso y también las dificultades económicas para el mantenimiento de un edificio histórico desde una orden que, como las demás, atraviesa una dura crisis de vocaciones que ha llevado al cierre de muchos de sus edificios repartidos por la 'provincia' dominica, que abarca los territorios del sur peninsular y Canarias. Sor Guadalupe ha sido priora desde los 32 años y durante mucho tiempo también la responsable provincial.

Son las 6:30 de la mañana y las trece religiosas se levantan en silencio, que solo interrumpirán a lo largo del día en los dos 'recreos' de 45 minutos en los que podrán hablar entre ellas y si quieren «hasta gritar», dice resuelta y con una enorme sonrisa sor Guadalupe. Toda la jornada está perfectamente organizada y la disciplina se impone en la casa. Desde el huerto poblado de frutales llegan las primeras lanzas de luz y la música de algunos pájaros. «Nos despertamos con el día, yo lo hago sin ayuda de ningún aparato, feliz y agradecida porque cada mañana es una nueva oportunidad de servir a Cristo y a la Iglesia, y tenemos media hora para el aseo personal».

La edad no parece pasar factura en esta mujer, que irradia una energía contagiosa, tanto que sor Amada la contempla paciente y se limita a sonreír y asentir con la cabeza. A las 7 de la mañana tienen lugar las primeras oraciones en comunidad con los laudes dentro del rito de la liturgia de las horas, el santo rosario y la misa. Tras el desayuno se planifican el trabajo de la mañana hasta la una, cuando todas vuelven al coro antes de almorzar.

Después de comer tienen el primer recreo en el que siguen trabajando cosiendo o haciendo escapularios para su venta, y tendrán hora y media de descanso real que pasarán en sus celdas. La jornada sigue a las cuatro y media de nuevo en el coro, con los rezos del breviario (libro de liturgia religiosa que contiene el rezo eclesiástico de todo el año), el oficio divino (se rezan himnos, antífonas, salmos..., la mayoría textos extraídos de la Biblia) y lectura espiritual que cada monja puede elegir. El trabajo sigue por la tarde, de nuevo en el obrador, habrá un nuevo recreo y a las diez y media las luces se apagan y se irán a descansar.

Televisión de plasma

Fuera de estos muros la vida lleva su propio ritmo y ni sor Amada ni sor Guadalupe se muestran interesadas en seguirlo, aunque no están al margen de lo que sucede. Hay televisión, incluso de plasma desde hace unas semanas, que siempre está apagada y que solo ponen si alguna quiere ver la misa del domingo o para seguir algún programa, informativo o no, en el canal 13 TV.

En el convento hay wi fi para que las novicias jóvenes, las únicas que tienen móvil, se comuniquen con sus familias en el extranjero, y para que sor Guadalupe pueda seguir las incidencias y administración de los demás conventos de la provincia. Aprovecha para seguir la actualidad a través de su ordenador. «El volcán de La Palma me tiene obsesionada y sufro mucho por ellos porque viví ocho años en las islas y conozco aquello muy bien. No estamos al margen de lo que pasa en el mundo, somos monjas de clausura, pero somos personas y nos duele el dolor de los demás y el sufrimiento de la gente con problemas. Pasan demasiadas cosas y da un poco de miedo. No estaría mal que nos parásemos a pensar un poco, a reflexionar, hacer un parón en nuestras vidas para ver desde la calma qué sucede y por qué ocurre, a levantar la mirada del móvil y mirar durante unos minutos a nuestro alrededor».

Sor Guadalupe no cree que todo suceda sin más, por azar, y está convencida de que estamos recibiendo señales que debemos saber interpretar. El ser humano debería aprender a a escuchar y quizás por ello creo que se está produciendo una vuelta a la fe, a la necesidad de sentir la protección y el amor de Dios, aunque ve con preocupación el comportamiento de jóvenes que se manejan con valores mucho más mundanos, más antisociales, incluso, y por eso se explica que aprovechen una fiesta de botellón para acabar con violencia contra todo lo que les rodea, sean personas o cosas.

«Ya no hay temor de Dios. Se achaca a la Iglesia la responsabilidad de no haber sabido evolucionar en paralelo a los cambios sociales, pero la modernidad no es el libertinaje. La modernidad de la Iglesia no es aceptar todo lo que convenga a unos y otros, que todo valga, porque hay principios y credos, hay líneas que no se pueden cruzar y para eso el respeto es lo primero que hay que reivindicar».

Política y Iglesia...

Aclara que la modernidad de la Iglesia no está en comportamientos como el de sor Lucía Caram, la monja catalana a la que conoce personalmente y a la que acusa de perjudicar a la Iglesia. «Esa religiosa hace daño, da mal ejemplo. La política y la Iglesia siguen caminos diferentes aunque puedan y deban coincidir en objetivos, pero nosotros no debemos meternos donde no nos llaman, como hace Caram».

Al no contar ya con recaderos y la ayuda que tenían antes para las cosas del convento, sobre todo Guadalupe tiene que salir a la calle para gestiones o compras. Hace una semana la llamaron del banco porque tenían las cuentas bloqueadas «por no se qué de la firma digital», y tuve que salir, pero lo hace poco, si acaso una vez al mes para las compras o la farmacia, y siempre en coche que la lleva y la recoge. «Somos una gran familia y hay cosas que atender, administrar los recursos y cada vez más tenemos que hacerlo nosotras, y gracias a que personas como Antonio Manuel, un ayudante de la comunidad, nos saca de muchos apuros».

Pero en la calle se sienten extrañas y sorprendidas. «Mi vida está en el convento, es donde estoy desde los 16 años, y eso que cuando me ven me saludan y me siento querida; en Baza nos tratan con afecto, pero hay demasiados coches, demasiado ruido, demasiadas distracciones. La vida ha cambiado mucho desde que era niña, y no siempre para mal, aunque echo de menos la tranquilidad de aquellos años de puertas abiertas: ahora son tiempos de desconfianza y recelos».

Las religiosas han seguido la tragedia de la pandemia que tantas vidas se ha llevado por delante con preocupación. «Ha sido muy triste, todo muy raro, pero si le digo la verdad nosotras hemos notado pocos cambios en nuestras vidas porque siempre estamos confinadas. Nuestro estado de alarma con Dios es permanente», bromea sor Guadalupe, que antes de despedirse me regala unas magdalenas recién hechas. «No se habrá comido nunca unas como éstas». Es verdad, a estas magdalenas no les faltan plegarias.

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Magdalenas y otros dulces para pecar, sea Navidad o no

Desde que pasó el verano, en el convento de las Dominicas de Baza la actividad es frenética. Las religiosas dedican su tarea diaria a trabajar en el obrador de donde saldrán dulces pura artesanía que están tan buenos que parece que se peca al probarlos. Garrapiñadas, magdalenas, tortas de almendra, roscos de naranja, carne de membrillo, mistela... y así hasta una larga lista de propuestas diferentes elaboradas con materia prima del mismo huerto del convento. Ayer recogieron los membrillos para preparar los casi cien kilos que les ha encargado una cofradía cordobesa. Pero también los higos, los caquis y hasta las almendras, que parten con paciencia una a una con más de un dedo machado por el martillo. Y con los ingredientes están los puntillos personales, que forman parte del secreto, y los rezos. Sor Amada llevó de Huéscar una receta que ha tenido y tiene mucho éxito: las 'Tortas de huevo', que en origen se conocían como 'Tortas del cura' porque las inventó una criada del sacerdote. «El otro día nos salieron volcadas las magdalenas y una novicia dijo que quizás no habíamos rezado lo suficiente por la mañana», bromea sor Guadalupe. Casi todo se vende a través del torno, en el propio convento, entre clientes fijos de todo el año y la gente que visita sus pueblos en las fiestas, pero en Navidad son muchos los encargos que reciben desde ciudades como Madrid, Barcelona y de toda Andalucía. Antonio Manuel les ha preparado una página web donde se pueden ver los artículos y realizar pedidos. De estos días dependen en buena medida los ingresos anuales para mantener la casa. De los dulces y de la providencia, porque con sus pensiones como autónomas no darían para mucho.

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Setenta años de encierro y oración