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Juan Javier y los dos Carlos posan en el lugar exacto donde se produjo el accidente, con los libros aún tirados detrás de ellos. Blanca Rodríguez
Rescate en Güéjar Sierra

Reencuentro con los policías locales que le salvaron de morir desangrado

Carlos y Juan Javier auxiliaron a un ciclista tras una grave caída en un paraje recóndito de Güéjar Sierra, un duro rescate con final feliz

Laura Velasco

Granada

Sábado, 12 de abril 2025, 23:42

De camino a Güéjar Sierra, ese encantador pueblo ubicado en el Parque Natural de Sierra Nevada, el vaivén de ciclistas es constante; es un paraíso para bicicletas y ciudadanos en general, que caen embelesados ante su belleza. Las blancas e impolutas casas del municipio aparecen impotentes entre las montañas. Los abuelos pasean por las calles, los niños juegan, los bares se llenan de vida al caer el sol. Los dejamos atrás, tanto a ellos como al pueblo. Nuestro destino final está a tan solo un kilómetro y medio, pero el camino es tan tortuoso que se prolonga durante media larga hora. «Mirad, ahí fue. Aún están tirados los libros que llevaba en la bici», dice Carlos Herreros, ciclista aficionado, afincado en el municipio desde hace apenas cuatro meses. Respira hondo antes de seguir: «Podría haber muerto aquel día de no ser por ellos».

Se refiere a Carlos Lanzas, jefe de la Policía Local de Güéjar Sierra, y a Juan Javier Tejera, su compañero. Ellos fueron sus ángeles de la guardia hace un par de semanas, aquel 26 de marzo, cuando un torniquete con un cinturón cortó la hemorragia del brazo del ciclista, destrozado por una caída. Había bastantes probabilidades de que no hubiera podido avisar por la falta de cobertura y batería, de que se hubiese desangrado, de que hubiera muerto solo en aquel paraje alejado del mundo. Pero la suerte estuvo de su lado.

«Salí temprano con la bici con la idea de subir al collado del Alguacil, un trayecto importante. Al llegar, di varias vueltas y bajé. Estaba anocheciendo e iba ligero, con ganas de llegar a mi cortijo. Se ve que pillé una roca, porque la bici me frenó de golpe», recuerda Carlos Herreros. De forma instintiva, puso su brazo derecho para frenar la caída. Ocurrió en apenas unos segundos. Al verse en el suelo, supo que se había roto el brazo. «Literalmente me colgaba, pero al llevar tres capas de ropa encima no lo apreciaba bien. Al menos podía mover los dedos, pero pensé: estoy jodido, porque estoy solo y lejos», admite.

Como suele ocurrir en momentos extremos, el instinto de supervivencia afloró. La cobertura es muy escasa en esa zona y, para más inri, apenas le quedaba batería. Tenía que llegar a su cortijo, situado a 500 metros del lugar del suceso, para cargar el móvil y pedir ayuda. Llegó a duras penas y le costó horrores abrir la puerta. «Cuando tuve suficiente batería, llamé al 112. Y ya vi la sangre caer sin parar», explica Carlos, natural de Canarias. Tenía principalmente dos miedos. Uno, quedarse inconsciente y morir desangrado. Se estaba mareando y los nervios aumentaban por momentos. El otro miedo era el grado de afectación. Le asustaba haberse seccionado algún nervio. Sin embargo, solo le quedaba una opción. Esperar.

Una llamada de auxilio

A un kilómetro y medio de allí, la Policía Local de Güéjar Sierra realizaba las labores habituales de seguridad ciudadana cuando recibieron el aviso del 112. Les preguntaban si podían desplazarse al paraje de las Majadillas para auxiliar a un hombre. Juan conoce bien aquellos caminos, y aquello fue lo que marcó la diferencia. Circularon todo lo rápido que pudieron, teniendo en cuenta la peligrosidad del camino, su estrechez y que se estaba haciendo de noche. Era todo un desafío, pero la necesidad de ayudar prevaleció. En apenas veinte minutos ya estaban allí. Encontraron tirada la bici, pero el accidentado no estaba. Lo llamaron por teléfono y, en un atisbo de cobertura, consiguieron comunicarse con él. «Seguid el camino hacia abajo, desemboca en el cortijo», les indicó el herido.

Al llegar, lo encontraron «pálido», sentado en una silla y con una gran cantidad de sangre alrededor. El agente Carlos supo lo que tenía que hacer. «Le pregunté por dónde guardaba los cinturones y cogí uno para hacerle un torniquete. Los servicios sanitarios no hubieran podido llegar allí», confiesa. Prepararon la parte trasera del vehículo con una manta térmica y, con una delicadeza extrema, lo llevaron de vuelta a la civilización. «Cada bache era un grito de desesperación, pero al menos ya sabía que me habían salvado. Me hablaban para asegurarse de que no me desmayara. Lo hicieron perfecto», insiste el ciclista.

Se citaron con la ambulancia en un cruce e hicieron el traspaso del herido. Solo estaba el conductor, sin personal sanitario, así que el torniquete con cinturón fue decisivo. Días después, precisó de una intervención quirúrgica de cuatro horas de duración en el Hospital de Neurotraumatología y Rehabilitación. El diagnóstico: doble fractura de húmero, longitudinal y horizontal, con desplazamiento: «El trato del personal fue exquisito». Menciona, entre otros, a una celadora, Lidia, y tiene que parar de hablar para secarse las lágrimas. «Estuvieron muy pendientes de mí», añade.

El brazo lo tiene inmovilizado y el susto aún en el cuerpo, pero sabe que ha vuelto a nacer gracias a la Policía Local de Güéjar Sierra. «Tienen un amigo de por vida. Les estaré eternamente agradecido», asegura. Se mudó al pueblo hace apenas cuatro meses, y tanto el alcalde como los vecinos se han interesado por su estado de salud. «Aquí hay muy buena gente, estoy muy arropado», recalca. A su lado, los agentes sonríen. «La satisfacción es tremenda. Todo ha salido genial», concluye el jefe de la Policía Local. Los tres se funden en un abrazo antes de retomar el camino de vuelta al pueblo, ese mismo recorrido que hicieron el pasado 26 de marzo, pero esta vez con lágrimas de emoción en vez de dolor.

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