Rafael Jesús Sánchez, esparraguero: «Todos los días nos acostamos sin saber si hemos ganado o perdido dinero»
VIDAS DE CAMPO (VI) ·
Este agricultor cultiva 400 majales (20 hectáreas) de espárragos entre Láchar y Valderrubio. «Si esto no cambia mucho; en cuanto ponga orden en las pólizas, me retiro», aseguraLa vida le dio una cuchillada a Rafael Jesús Sánchez hace once años. Una cuchillada tan grande como la navaja de veinticinco centímetros con la que corta los más de 20.000 kilos de espárragos que cosecha una campaña normal. «De aquí a aquí», comenta Rafael señalándose el muslo de la pierna izquierda, donde le cosieron cuarenta y cinco puntos. Salió de aquella.Le detectaron un cáncer y le operaron –ahora, plenamente recuperado, sólo tiene que ir a revisiones anuales–. Quizá por ello, porque aquello sí fue dolor, nunca se queja de las lumbares pese a pasar horas y horas, días y días, con la espalda encorvada recogiendo turiones en los 400 majales de tierra –unas veinte hectáreas– que tiene arrendadas en el corazón de la Vega de Granada, entre Láchar y Valderrubio.
«Se plantó mucho porque el cultivo era rentable, pero en los últimos años los precios no han parado de bajar»
Rafael gasta unas cien facas desde que empieza la corta, por estas fechas, hasta que termina, a principios de abril. «No las puedes utilizar de un día para otro;no sirven». Una herramienta que manipula con las manos embutidas en unos guantes azules de látex por razones de higiene. Al principio el retalle es poco intenso. Por eso dejan pasar veinticuatro horas entre jornada y jornada de trabajo. «Dentro de un par de semanas, para San José, sí que bregaremos a diario», explica Rafael, que en los picos productivos llega a contratar hasta diez personas. Son esas semanas en que, con todas las esparragueras de la Vega al ciento por ciento, algunas cooperativas tienen incluso que cerrar sus líneas de recepción porque no pueden almacenar ni un kilo más.
«Se realizaron muchas plantaciones en su momento porque este producto era rentable, pero los precios no han parado de caer en los últimos años, y ahora esto sólo da para vivir». «Los agricultores nos acostamos muchos días sin saber si ese día hemos ganado o hemos perdido dinero», lamenta Rafael Jesús mientras deposita en «el cacharro», colocado a modo de bandolera, todo lo que va recogiendo. «Además de transportar, esto nos permite controlar el tamaño de los tallos para su venta, que tiene que oscilar entre los veinticuatro y los veintiséis centímetros», refiere Rafael, casado y padre de dos hijos que no se dedican a la tierra –uno es psicólogo y el otro estudia la Educación Secundaria Obligatoria–. «Yo, en cuanto pueda, en cuanto arregle las pólizas y los créditos que tengo en el banco, lo dejaré porque esto no compensa», manifiesta. «Mucho tiene que cambiar la cosa para que continúe».
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No será una decisión fácil. Toda su vida, desde los catorce años, ha estado vinculada al sector agropecuario. Los primeros once años en una explotación ganadera. «Recuerdo mi primer día; aquella sensación de experimentar cómo tus sueños se convierten en realidad». Después continuó su periplo como jornalero en el campo. Y los últimos cuatro, cumplidos ya los cincuenta, como autónomo. Jugándose los cuartos. Pendiente de que llueva cuando tiene que llover. Preocupado por la depreciación del espárrago. Haciendo lo que siempre ha hecho: currar de sol a sombra con la esperanza de que mañana, quién sabe, quizá sea un día mejor.
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