Fernando Pulido, olivarero: «Si hubiera justicia en el campo, este trabajo sería maravilloso»
VIDAS DE CAMPO (III) ·
Este aceitunero, que explota un olivar a las afueras de Íllora, dejó la construcción por la tierra. Lo tiene claro: «Tal y como están las cosas, no quiero que mis hijos se dediquen a esto»La historia de Fernando Pulido es la historia de miles de agricultores de Granada –y de toda España–. En aquellos maravillosos años, en plena fiebre de la 'ladrillo', los currelas del campo encontraron en la construcción un buen sueldo y una vida menos sacrificada. Pero la burbuja estalló. Y la mayoría de los que hicieron el camino de ida también lo hicieron de vuelta. Y hallaron un panorama desolador: la tierra da justo para vivir... y a veces ni para eso.
Fernando Pulido sale todas las mañanas de su casa de Fuente Vaqueros antes de que amanezca. Se desplaza hasta Íllora, donde tiene un garaje en el que guarda los aperos, y se monta en su Kubota naranja, un tractor de ciento cinco caballos con el que recoge la aceituna y labra el terreno. «Está ya viejecillo, pero tal y como están las cosas –asegura– por supuesto que no me planteo invertir en otro». Tarda menos de diez minutos en llegar a la 'finca Dieguito', una pequeña explotación arrendada de 270 olivos lucios –la variedad característica de la provincia de Granada–, algunos de ellos milenarios, situada a la entrada del pueblo. «Aquí siempre ha habido agua y los árboles se han mantenido bien», refiere el aceitunero señalando un punto de la montaña donde nace un manantial.
Fernando Pulido tiene cuarenta y nueve años. Los últimos doce dedicados en cuerpo y alma a la aceituna y también a otros cultivos, como la alcachofa, que ha optado por abandonar. El diagnóstico lo tiene claro. Los grandes distribuidores son poderosos, controlan el mercado y marcan las reglas del juego. Venden barato para atraer a muchos consumidores. Se llama 'economía de escala'.
Soluciones
La solución también la tiene clara. Ha llegado el momento de que la administración coja el toro por cuernos y proteja a los agricultores por tres motivos. El primero porque todo el mundo tiene derecho a una retribución digna. «Si hubiera justicia con los profesionales agrarios, este trabajo sería maravilloso», asegura Fernando. El segundo por la garantía del suministro de alimentos de calidad. «Si todos nos vamos de aquí ¿de qué comeríamos?», se pregunta. Y la tercera por la responsabilidad en el cuidado del medio.Tanto es así que un porcentaje de las ayudas de la PAC está vinculada a prácticas sostenibles.
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Fernando no es optimista respecto al futuro. No titubea cuando se le inquiere sobre si le gustaría que sus hijos, de 19 y 13 años, se dedicaran a lo mismo que él. La respuesta es «no», sin perífrasis ni circunloquios. Pese a ello, pese a todas las incógnitas del hoy y del mañana, considera que las movilizaciones que está emprendiendo el sector, como la tractorada histórica del día 19, pueden marcar un punto de inflexión. Un nuevo horizonte porque el tema está en la agenda de los políticos y porque Fernando se queda con lo que escuchó a una pareja de abuelos que veía la manifestación de Granada desde la acera: «Los necesitamos».
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