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Antonia, con sus quesos. PEPE MARÍN

La ganadera más longeva de Buenavista

A sus 89 años, Antonia Lizares, que soñaba con ser cantante, vive entre panes y quesos

Leticia M. Cano

Domingo, 14 de septiembre 2025, 00:00

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En el edificio central de Buenavista, anejo de Alhama de Granada, cuelga un cartel con cincuenta nombres. Son los de los primeros colonos que llegaron al lugar. Entre ellos, el de la madre de Antonia Lizares. Un trozo de memoria colgado en la pared, un agradecimiento breve para quienes encajaron las piezas de un puzle que hoy ya no está completo.

Antonia tiene 89 años y no sale del pueblo desde mayo. «Y porque tenía una comunión», dice. Sus hijas le traen la compra cuando salen del pueblo. Sus días transcurren entre cabras y quesos. Es la ganadera más longeva del territorio, conocida tanto por la alegría con la que habla como por el sabor de sus quesos. «Los vendo en el pueblo y algunos los regalo», dice con un orgullo suave.

En la nevera, los estantes se doblan bajo la blancura de las piezas que ella misma elabora. A su edad conserva una fuerza que sorprende: empuja portones pesados que desmontarían a cualquiera, arrastra cubos y se abre paso entre su rebaño con un andar lento, pero firme. Allí, entre las cabras, parece encontrar el único lugar donde todo sigue teniendo sentido. Ordeña, remueve, espera. El proceso es artesanal y secreto, aprendido a base de repeticiones, de silencios, de días replicados: faenas, plantas, paseos cortos, cabras, quesos. No es la vida que soñó, pero es la que le fue dada.

Antonia trabaja de sol a sol. PEPE MARÍN
Imagen principal - Antonia trabaja de sol a sol.
Imagen secundaria 1 - Antonia trabaja de sol a sol.
Imagen secundaria 2 - Antonia trabaja de sol a sol.

La infancia de Antonia se quebró demasiado pronto. Su padre murió en la guerra cuando ella apenas tenía seis meses. Creció entre Guadahortuna y el trabajo de servir en casas ajenas. A los siete años ya trabajaba; a los trece, viajaba en un camión lleno de muebles hacia Alhama de Granada. Lloraba, sin saber si de miedo o de hambre. Dos años después llegó a Buenavista. En aquella familia que la acogió para servir encontró, al fin, un respiro.

Nunca vio a su madre feliz y le quedó pendiente el sueño de ser cantante. Ahora sonríe y, entre quesos y recuerdos, combate la vida con la única herencia que le quedó: la fuerza de seguir. Todos la conocen. En este rincón mínimo que resiste a la extinción, Antonia Lizarte permanece erguida, con la certeza de que aún puede elegir la vida que merece, la suya, la que un día, antes de que sea tarde, llegará.

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