Los pasadizos del sultán
Un túnel enlaza los palacios con la ladera del Darro, una vía de escape perfecta en tiempos convulsos para la dinastía nazarí
Fernando Martínez saca del bolsillo una llave de aspecto medieval, fina y kilométrica. Truena la puerta del túnel, un chirrido engrandecido por el eco de esta galería que desciende desde el límite entre la Alhambra y la colina, a la altura del jardín del Partal. No se ve la luz al final del túnel, con lo que es difícil hacerse una idea de dónde desembocará. En los primeros metros, el arco está repleto de 'grafitis' de otra época: 1951, reza alguno. Quizá entonces aquel túnel no era tan desconocido como lo es ahora.
El jefe del departamento de arqueología de la Alhambra advierte de que habrá un murciélago esperando en el primer recodo de la conducción, que volará asustado por las linternas y sin hacer mucho caso al guía ni al equipo de IDEAL. A partir de ese momento impresiona hasta el zumbido amplificado de una mosca, los ojos de verde brillante de las arañas -de tamaño nada despreciable- o el crujido en el suelo de una hoja.
Comienza el camino por una galería, cuenta Fernando, que servía como acceso directo a las partes bajas de la ciudad de Granada. Ni más ni menos que una ruta cubierta que el sultán podría utilizar en cualquier situación de emergencia para salir corriendo sin levantar la más mínima sospecha. Dentro del túnel cabe pensar que podrían pasar años sin que nadie se percatara de que habría alguien apostado en las escaleras. «No se conoce por documentos la existencia de esta galería, su uso es una suposición, pero la función que tiene una estructura así es la de acceder a una vía de escape segura», prosigue Martínez escaleras abajo. «La monarquía nazarí era muy levantisca, la historia está llena de asesinatos, destierros, revueltas, guerras…»
El túnel podría llegar a ser visitable, y así está planteado, pero requeriría años de acondicionamiento. El paseo no es cómodo. Es una cavidad revestida de ladrillo oscuro en la que no se vería nada si no fuera por el flash del móvil. Hacia la derecha, acaba llegando a un pozo en mitad de la colina que se utilizó recientemente para almacenar material de obra. A la izquierda queda la salida natural, camuflada a la perfección entre el valle del Darro. Desde este lado, el Paseo de los Tristes tampoco merece tal nombre. Por el camino de vuelta a la Alhambra suenan las acequias y el verde alivia el solano del mediodía, casi hasta hacer olvidar que es verano en Granada.
«Hay bastante leyenda con respecto a las mazmorras y los subterráneos», cuenta el arqueólogo, «pero en realidad no hay tantos pasadizos». Las galerías construidas en la Alhambra tenían funciones muy concretas, como subterfugios en tiempo de guerra o a modo de pasarelas para vigilar el recinto sin molestar a sus moradores. Las hay que dan a la ladera junto al río Darro y otras que van de las Torres Bermejas al Barranco del Abogado. «Conforme se va construyendo y urbanizando el recinto amurallado se hacen pasadizos bajo las construcciones para que la guardia llegue con la mayor celeridad posible», relata. Sí, se podría localizar alguna galería desconocida, «pero es poco probable».
Las galerías bajo los palacios nazaríes son pasillos -estos sí, con vistas al exterior- que también permanecen cerrados al público. Invitan a recrear la época en la que el sultán recibía en el salón de embajadores de la Torre de Comares a las visitas más ilustres. La imponente sala queda por encima del subterráneo, con su entramado de salientes y angostos ojos por los que se podía disparar a cualquier intruso que quisiera internarse colina hacia arriba. Vista desde aquí, la torre es, aún más, un coloso. Los corredores del camino de ronda se extienden por la muralla hasta el extremo más próximo al Generalife, en las torres de la Cautiva y de las Infantas. Están diseñados de tal forma que la vigilancia no entorpeciera la vida privada de los nobles habitantes, con tramos subterráneos y otros a la vista pero sin contacto directo con las estancias.
Al acabar el paseo, que comenzó a las nueve de la mañana, el monumento está atestado de turistas, en uno de los puntos álgidos del día. Unos desconocen, otros sospechan, otros quieren creer que hay una Alhambra fuera de los circuitos oficiales y las guías turísticas. Un recinto que queda a medio camino entre la fantasía de los cuentos de Irving y la historia real de lo que fue un escenario de intrigas y venganzas. La chapa del aljibe de Tendilla cae a plomo; la verja chirría de nuevo a lo largo del túnel; la escalera del silo pasa inadvertida en el Secano. La Alhambra bajo tierra vuelve a quedar en secreto.
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