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Su finca está conformada por todo tipo de actividades y especies Guadalupe García
Verano de campamento

Olivos, caballos y Crocs con calcetines

El campamento de la Granja Escuela Finca Malpasillo guarda el secreto para redirigir la sociedad hacia valores como la educación y el respeto

Guadalupe García

Martes, 5 de agosto 2025, 23:41

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La Finca Malpasillo es un corazón entre dos cimas. Y se asemeja a la carretera que te lleva hasta ella: de tierra, con recodos, perdida entre los montes. Apartada de las convenciones y prácticas de este siglo pero, precisamente por ello, más conectada que ninguna. Este desvío del camino en Las Gabias fue una ilusión construida a finales de 1980 por Luis Rivas y su familia, empezando por lo que llamaron «campamentos de motivación», hasta que terminó convirtiéndose en una de las granjas escuelas más extensas de toda Andalucía. «La sociedad es cambiante, pero siempre ha tenido unos valores. Ahora se están perdiendo y es porque no dejamos a los niños tener sus vivencias de niños. Que experimenten, que jueguen, que se busquen la vida. Lo digo yo que he vivido la cultura en el Amazonas, con los esquimales en Alaska y en las universidades americanas», manifiesta Rivas. Con este mensaje va marcado su campamento de verano multiaventura; no como censura ante la actitud de los niños que llegan, sino como deseo de poder darles una nueva perspectiva cuando se vayan. Y la mayoría repiten.

«En otras palabras, este campamento fomenta el amor, el respeto y la conexión con la naturaleza. Los niños no solo salen de aquí habiendo montado a caballo, sino habiéndolo cuidado, cepillado, alimentado. A ellos y a todos los animales», explica Lucía Rivas, la hija del fundador y actual gerente y profesora de equitación de la Granja Escuela. Su finca está conformada por todo tipo de actividades y especies: desde tirolinas, hasta huertos, veladas nocturnas, rutas a caballo o dar de comer a los burros, ponis, cabras, ovejas, cerdos, gansos… «Queremos que aprendan todo lo posible sobre el campo y que lo disfruten. Por eso nuestros grupos están conformados de gente de diferentes edades y nacionalidades que comen, juegan y trabajan juntos. También vemos importante que no tengan los móviles durante este periodo, por eso solo les dejamos hacer llamadas dos días a la semana», continúa la gerente. Se podría describir como un retiro de seis días, un permiso que se dan los niños para volver o reforzar la sintonía que hay entre ellos. «Hacemos muchos juegos. El otro día teníamos que tirar un huevo desde esa ventana allí alto, pero sin que se rompiese. Así que nos dieron 100 tapones a cada uno, para hacer como dinero, y luego hicimos una subasta con materiales que se iban a tirar para poder construir la armadura del huevo», cuenta Antonio, un niño de Ciudad Real. «Este es mi hogar, vengo aquí porque me encanta pasármelo genial y para ver a Señorita [su yegua favorita]», expresa Yago, un chico de Madrid que lleva ahorrando el año entero para ir dos semanas al campamento.

Adaptados a cada nivel, no hace falta que ninguno de ellos llegue sabiendo montar o habiendo cuidado antes a un animal. Janson por ejemplo, un chico inglés que lleva 3 años yendo, nunca había hecho equitación. «Mi madre me apuntó porque quería que yo mejorase mi español y a mí me gustaba porque era una semana sin padres y con animales. Llegué sin saber nada de los caballos y me caí alguna vez, pero al segundo día ya fui aprendiendo y ahora me encanta. Lo que más me gusta es la variedad de cosas que hay por hacer, en otros campamentos son todo el día lo mismo y aquí no sabes con lo que te vas a despertar», observa.

Hay algunos incluso, como las hermanas de Castellón, Naya y Ayleen, que el campamento les ha supuesto tal cambio en su vida que quieren ser monitoras de la granja cuando crezcan: «Vinimos porque es la ciudad favorita de nuestra familia y llevábamos ya muchos años montando. Descubrimos aquí la veterinaria y más explicaciones de cómo se cuidaban los caballos, nos pareció súper interesante. Además, generas vínculos que no te imaginabas y con lo que sigues hablando el resto del año». Al ser «pre-monitoras», Naya y Ayleen ayudan con recreativos como el juego de las sillas o atrapar el pañuelo (únicamente con la variación de que estos se hacen montados a caballo). Pero es 'Garri', la monitora oficial que apoya a Lucía, la que gestiona más a fondo todas las labores del campamento. Es por eso, asegura Lucía, que algunos la tienen nombrada como «madre». «Yo creo que es por mi manera de ser, pero también porque estoy todo el día con ellos. Hago un poco de todo: de psicóloga el primer día si alguno de los peques lo necesita, de ayudar en las actividades, convivencia, en las comidas, en las duchas. Todos los años me llama alguno para saber qué semana trabajo para apuntarse él», describe.

Y aunque los dos primeros días entre ellos sean «un poco awkward» («un poco extraños»), como dice Janson, las características del lugar tienen la capacidad de unirlos pronto y durante mucho tiempo. Otro par de hermanos, Antonio y Fernando, de Membrilla (Ciudad Real), aseguran que quieren quedarse el año que viene durante cuatro semanas en el campamento. «Queremos estar más tiempo porque nos gusta mucho, siempre se saca alguna actividad más. Y porque Antonio está empezando a galopar», razonan. Así son las vistas de una infancia en el campamento de Malpasillo, con un paisaje de olivos y tierra arenosa, niños subiéndose a árboles y caballos, escalando muros en Crocs y calcetines.

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Olivos, caballos y Crocs con calcetines