Los ojos de la guerra sonríen en Granada
La odisea de Angelina. Hace una semana esta niña de 11 años se acurrucaba para protegerse de las bombas. Cruzó la frontera con su abuela. Ahora vive con su familia de acogida en Cijuela y ayer se reunió con su hermano
Angelina está sentada en el sofá de su casa de acogida en Cijuela, la casa de Sandra y Gabriel. También es la de sus tres hijos pequeños. Martina de 8 años, Alma de 4 y Javier de 2. Además, se mete por todos lados Fresa, una perrilla con 16 años de edad, el juguete con patas de esta patrulla infantil que ahora ve que su 'hermana mayor', Angelina, ha vuelto.
La puerta del adosado se abre de repente esta mañana de luz que anuncia la primavera. La cara de Angelina se descoloca. Se pone en pie como un resorte. Pega botecitos y su voz ahoga el grito de felicidad. Aprieta los puños con fuerza. Quien cruza la puerta es David, su hermano mayor de 13 años, al que hace dos que no ve. La historia es rocambolesca, pero tiene final feliz y se cuenta.
David y Angelina en Ucrania tienen la consideración de 'huérfanos': proceden de una familia desestructurada que perdió su custodia. Así que ambos hermanos viven desde hace años con 'Babuska', su abuela, como todos los ucranianos llaman a sus queridas mayores. Por esta razón, están en programas de protección y también por ello entraron en los programas de acogida. Así llegaron a España, a Sevilla y Granada respectivamente, el verano de 2019..
David tuvo que ser operado de una necrosis de la cabeza del fémur, por lo que permaneció en la capital andaluza. Justo entonces llegó el confinamiento de la pandemia y no se ha movido de Sevilla. Además, se ha hecho del Betis y es feliz. Angelina volvió. El verano de 2020 no pudo regresar precisamente por la misma pandemia que impidió a David volver a Ucrania.
Ha llegado 2022 y Rusia ha invadido Ucrania. La guerra ha vuelto a Europa y estos dos 'huérfanos' necesitaban reencontrase para sobrevivir. Ayer jueves lo consiguieron en Cijuela gracias al tesón y al corazón de Sandra y Gabriel.
Tanques en la calle
«No podía ni respirar», comparte Sandra, la madre de acogida de Angelina mientras le mira con un amor infinito. Hay gente así, que tiene cariño a borbotones y lo comparte para que el mundo sea un poquito mejor. A su lado está Gabriel, su marido, que asiente con la cabeza.
Se refiere Sandra a lo que le corría por el cuerpo cada vez que hablaba con Angelina una vez empezada la invasión rusa de Ucrania. «Estaba sola con su abuela», ya me dirás tú una niña de 11 años. «Hablábamos por videoconferencia varias veces al día y estaba muerta de miedo. Se hizo una camita dentro de la bañera para protegerse de los bombardeos», cuenta ahora Sandra, segura de que Angelina está jugando en el piso de arriba del chalet adosado.
«Piensa que tampoco podía salir de su vivienda. Nos contaba que estaba la calle llena de tanques. Que había disparos. Imagínate el panorama». Es lo que tienen las guerras, que terminan con la paz y con el futuro. Hasta que aparecen personas de noble corazón como Gabriel y Sandra y hacen lo que hay que hacer. En su caso, remover cielo y tierra para organizar la evacuación de Angelina de Fastiv, ciudad al sur de Kiev.
Lo consiguieron a través de un ingeniero sevillano de la asociación de familias que acogen a niños refugiados, que se fue a buscar a su hija de acogida hasta la frontera en Polonia. «Lo organizamos por teléfono. Angelina y su Babuska se subieron a un tren y lograron cruzar la frontera. Fue una odisea bajo las bombas y en pleno invierno».
Una ONG polaca recogió a Angelina y la llevó a Cracovia. Allí se reunió con el ingeniero sevillano y su famila ucraniana de acogida. Juntos llegaron a Andalucía. «El milagro se había producido. ¡Cuántos ángeles de la guarda se habrán cruzado en la odisea de Angelina para salir de Kiev y llegar a Granada sin que le pase nada!», y le mira a Agelina, que sonríe con sus azules ojos de la guerra .
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