«Nunca se me olvidarán esos ojos que me cuidaron»
En UCI ·
Tras muchos días intubado, lo primero que hizo Rafael fue pedir una pizarra para escribir a los que le cuidaban: «Vuestra sonrisa ha sido la mejor terapia», misma frase que les dedica ahora, ya recuperadoSergio González Hueso
Granada
Domingo, 17 de enero 2021, 01:16
Vuestra sonrisa ha sido la mejor terapia». En escribir esta frase apenas se tardan 12 segundos. Pero a Rafael aquel día le costó una eternidad. Se le caía el rotulador una y otra vez. A mitad de camino se quedó sin fuerzas y le temblaban tanto las manos que la última palabra, 'terapia', parecía la representación de un susurro.
Hasta que pudo escribir aquello con todas las dificultades del mundo, este granadino de 58 años había sobrevivido a un viaje tan heroico como el que protagonizó Ulises. Recuerda su particular regreso a Ítaca perfectamente. Fue el pasado 5 de diciembre, cuando cayó en la cuenta repentinamente de que se encontraba hospitalizado. Allí había llegado empujado a patadas por el coronavirus, que le había provocado una infección a la que se enfrentó con la ayuda de aquellos a quienes les dedicó esas palabras que estampó en una pizarra cuando su impulso por comunicarse era incompatible con su precario estado de salud.
Aunque fue mucho antes cuando comenzó todo. Rafael, desde una habitación del Clínico SanCecilio, le da las gracias a Dios –y a sus médicos, claro– por haber salido de una situación límite. «No siento como si hubiera vuelto a nacer, pero sí que es verdad que pienso, pues soy creyente, que se me ha dado otra oportunidad por algún motivo», cuenta este vecino de Armilla. Él cree que tiene una misión que acometer, pero aún no sabe cuál es. Lo que desde luego tiene claro es que se contagió el día que fue, con su hija, a visitar a su madre a principios de noviembre. Allí estaba ella con sus 90 años en casa de su hermana, sanitaria del Ruiz de Alda.
En aquel encuentro y en lo peor de la segunda ola se infectaron los cuatro, pero solo él tuvo problemas. «A mí me pegó fuerte», resume este hombre, que tras tres días con fiebre se presentó en las Urgencias delClínico, ya entonces muy «aletargado». «Ingresé el día 10 con una neumonía bilateral y el 11 por la madrugada me intubaron», señala Rafael, que comenzó a partir de ahí una travesía que se cobró «entre 15 y 18 días». Lo llevaron a una de las unidades de recuperación postanestésica que en este complejo hospitalario tuvieron que readaptar como salas UCI ante la avalancha de pacientes. Fueron sus peores días, pues estuvo nadando entre la vida y la muerte en un mar lleno de delirios. «Tuve unas alucinaciones tremendas. Eran como pesadillas, pero que vivía muy intensamente, como si yo estuviera dentro de ellas», apunta este hombre.
Un matadero en Lugo
ARafael le encanta leer. Incluso a veces escribe, aunque reconoce que todos sus textos acaban en el fondo de la papelera. Por eso cree que detrás de todas esas fantasías se esconde el argumento de un buen libro. Según explica, se le mezclaba ficción y realidad y desde luego no las distinguía. «Vivía en mi pesadilla», enfatiza. Mientras él soñaba sedado había un equipo de sanitarios tratando de que no se fuera. Agarrado al mástil de su barco trataba, como Ulises, de vencer la atracción de las sirenas. Fue el peor momento que ha pasado en su vida. «Como oía el ruido de unos barcos, creía que estaba en un hospital de Lugo o de Almería», explica Rafael, que no escuchaba otra cosa que el sonido que hacían las máquinas que se utilizan en la UCI.
Era peor cuando le sacaban sangre. «A veces pensaba que me introducían especias por la vía porque se me metió en la cabeza que al lado del hospital había un matadero y me iban a despiezar», cuenta este vecino, que creía vivir a veces cosas tan extrañas y horripilantes que prefiere guardárselas para él. Simón López, facultativo de Anestesiología, fue uno de los que estaban al otro lado mientras el organismo de Rafael batallaba por su vida.
Explica que su afectación llegó a ser muy severa. Tenía un cuadro en el que se ven comprometidos todos los órganos, incluido el cerebro. De ahí las alucinaciones. El organismo está tan debilitado que apenas puede hacer nada por sí mismo. «En estos casos críticos necesitamos poner al paciente en pausa para que no ofrezca resistencia al tratamiento; tiene que colaborar con nosotros», señala López. Pero a veces desde el otro lado todo está oscuro. Rafael veía enemigos en aquellos sueños de ventilación mecánica. Y claro, oponía resistencia. «Es normal –expone el médico– que en los delirios tengan pesadillas y se muestren agitados. Entonces nuestro trabajo consiste en darle toda la tranquilidad posible al paciente. Incorporar el factor humano, ofrecerle cariño y confianza. Ir más allá de lo puramente técnico y profesional».
La frase y los ojos que sonríen
Rafael se encuentra hoy «perfecto». Está en planta, ya respira sin ayuda del oxígeno y en los próximos días le darán el alta tras llevar más de dos meses ingresado.
Desde su habitación cuenta que sintió tan cerca a quienes le cuidaron, que lo primero que hizo al despertar del coma inducido fue pedir algo para poder comunicarse con ellos. No podía hablar, pero sí escribir. Le trajeron una pizarra y con muchas dificultades escribió aquella frase:«Vuestra sonrisa ha sido la mejor terapia». Rafael la puso porque conformó todas las piezas del puzzle y ni estaba en Lugo ni nadie quería hacerle nada malo. Todo lo contrario, le habían salvado. «Lo curioso es que nunca he podido ver esas sonrisas porque siempre van con mascarillas. Pero yo sabía que me sonreían. Nunca olvidaré esos ojos que me cuidaron», explica este hombre, que quiere mencionar a Beatriz, parte de un equipo de sanitarios que se derritió cuando leyó lo que su paciente tenía que decirles.
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