Noche de cóctel y Motril
El sitio de su recreo ·
Tomás García ya no empuña las tijeras pero se ha pasado media vida con ellas entre los dedos. Su clienta más famosa, Lola Flores y todo el clan, le dieron cariño y popularidad. Ahora, ya jubilado, llora a su pareja que hace justo un año le dejóLos gitanos han besado sus trajes. Porque eran los que lució La Faraona, la Lola de España, aquella que cuentan que dicen que se rumorea que The New York Times publicó en una crítica de una de sus actuaciones americanas:«No sabe ni bailar ni cantar. Pero no se la pierdan». Los trajes de Lola Flores son de Tomás García, natural de Molvízar. Fue su modisto y también su amigo de confianza.
Solo desde esa intimidad Tomás García empieza a recordar. «Tenía una 46 pero se metía en todo lo que le gustaba. No sé cómo lo hacía pero los trajes se moldeaban a su cuerpo y no se le salía ni un michelín. A veces llegaba a la tienda muy cansada. Sin ganas de probarse y cuando se subía la cremallera... Se transformaba. Era otra. Sabía que tenía las piernas y el escote bonitos y abusaba de ellos. Tenía muy buen gusto. Iba al margen de la moda. Se inventaba sus propios modelos», dice de Lola Flores, una de las dos personas que le cambiaron la vida.
La otra fue Alfonso. Su compañero de vida, compañero de alma, compañero, que falleció hace un año. «Alfonso Fernández fue mi pareja, mi socio y mi compañero de trabajo durante 54 años. Lo conocí con 21 años en Marbella. Falleció en agosto hace un año. Y la foto me recuerda mucho a él. Estábamos con unos amigos franceses que suelen venir a Motril de visita». Eran tiempos felices en una noche de cóctel y Motril. Ahora, en pleno julio pero en el invierno de su vida, Tomás vive en su cortijo en Molvízar, lleno de recuerdos, de sueños cumplidos y de paz.
Una vivienda en la que ha habido cambios este año. «He quitado todas las fotografías de mi casa». Es mucho decir. Además de miles de fotos con La Faraona, Tomás y Alfonso tenían imágenes con toda la familia Flores, con Julio Iglesias, con Carmina Ordóñez, con Juan Ymedio, con Rosa Morena, con Rocío Jurado o con Isabel Pantoja. La banda de la bata de cola se citaba en Molvízar en casa de estos dos modistos para descansar sin ser vistos, algo que dice mucho de su carácter y discreción.
De Molvízar de toda la vida
Tomás es de Movízar de toda la vida. Tras vivir medio siglo en el ojo del huracán floclórico, con dos tiendas en la mítica calle Serrano del barrio de Salamanca de Madrid, y con todavía una hermosa vivienda en la capital del Reino, vive en el pueblo donde nació. «De estar en Molvízar me gusta todo. Me podía haber hecho la casa en cualquier otro sitio. Pero cuando me jubilé me la hice aquí, donde nací y me críe».
La vivienda se llama 'El Portón', y es un cortijo blanco con mucho jardín, piscina de ensueño y barbacoa. Todo con un gusto exquisito. «Tengo piscina de sal. En vez de cloro se trata con sal. A cántaros no la voy a traer desde Salobreña. Es que están de moda. Se están poniendo mucha gente la piscina de sal». La moda, siempre la moda en la cabeza. Sea para vestir, sea para decorar sea para la piscina del blanco cortijo molviceño.
Tomás ya no hace planes. Tampoco improvisa. La pandemia ha terminado de rematar esta forma de ser. «Tengo ya 76 años y tampoco puedo hacer florituras».De hecho, ha pasado el confinamiento en el cortijo de Molvízar, rodeado de campo por todas partes. «Y eso de te da tranquilidad. No ha sido una de las zonas más afectadas», resume su cuarentena.
Pero sigue sin planes. Tiene que aprender a vivir sin su Alfonso de su corazón. «No voy a hacer nada especial. Tampoco me atrevo a viajar. Este año nos ha tocado un año muy diferente y todavía no ha hecho el año del fallecimiento de Alfonso. No estoy con ánimo. Conozco casi toda España y toda Andalucía. Yo le digo a la gente que viaje, que no se puede vivir con miedo. Pero yo tengo un poquito de respeto a todo esto del coronavirus».
Lo que a Tomás le gusta ahora es su rutina. Sale por la mañana de compras por Motril y por la tarde bien va a visitar amigos o, al contrario, recibe en su cortijo. Es entonces cuando el plan sube de nivel y Tomás se anima. «Es que yo soy más de tapeo que de comida». Y aparece sobre la mesa gazpacho, un buen jamón, unos torreznitos buenos, morcillitas de Salobreña buenísimas. «Todo eso que no engorda», y entonces, sonríe.
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