La memoria del humo
Francisco Ávila ofrece al ayuntamiento 200 fotografías del Centro de Fermentación del Tabaco y parte de su obra artística
Quienes circulen por la carretera de Córdoba, tras superar una de rotonda próxima al Parque Industrial La Paz de Maracena, se encontrarán a mano derecha con una sólida y llamativa construcción conocida como Centro de Fermentación del Tabaco de Granada o Fábrica de tabaco de Cetarsa que cerraba sus puertas en el año 2002. En su entorno nos cita Francisco Ávila González (1937), una de las personas que mejor conoce la historia de esta construcción pues no en vano la visitaba desde los siete años para llevar la comida a su padre, trabajador de esta fábrica y donde él mismo trabajaría durante 35 años, tras ingresar en 1956. Ávila le ha dedicado un libro titulado 'Un secadero en mi patio' (Entorno Gráfico Ediciones, 2020). Aunque a Francisco Ávila todo el mundo le conoce como Paco 'El Poleo', todo un personaje en Maracena, donde fue concejal de Cultura y en el que fue homenajeado el año pasado con motivo del Día de Andalucía.
La noticia de la transformación de la fábrica de tabaco en un polo tecnológico para 20 empresas TIC con más de mil empleos le han hecho saltar la alarma, abrir su álbum de los recuerdos y ofrecer su valioso material fotográfico de los inicios para que la historia no quede olvidada.
«Si nos ponemos aquí enfrente, veremos que está cerca la portería donde había una cancela por la que entraban todos los obreros. Todas las mañanas fichábamos. Después, cuando salíamos, había un portero que nos registraba para ver si nos llevábamos tabaco. Tenía un cajón de tabaco del que a cada obrero le llenaban los bolsillos de tabaco para que ellos tuvieran para fumar», rememora para después continuar identificando el resto de edificios: «Allí estaba la casa del director que nunca la ocupó porque don Federico Escobar vivía en Granada. Si miramos al frente está la torre que era un depósito de agua y por debajo había otra vivienda del perito don Carlos Odones. Se me ha quedado una cosa atrás, entre la casa del director y la entrada, hay una capilla que cuando la inauguraron tenía yo unos 7 años. Mi padre se colocó aquí porque tenía unos terrenos arrendados en Bobadilla, de unos cinco marjales que se destinaron para la construcción de viviendas para los trabajadores, viveros y semilleros». Paco continua su relato escarbando en sus recuerdos y de cómo en la capilla se decía misa para todo el barrio y a la que los obreros tenían que acudir en algunas ocasiones.
Desde chiquillo
«Recuerdo todo esto porque mi padre se colocó aquí desde el primer día. Entonces yo venía aquí de chiquillo cuando se estaba construyendo, antes era una fábrica de azúcar. En la parte posterior estaba la nave donde se fermentaba el tabaco porque aquí no se elaboraba, era nada más fermentar el tabaco. Entraba el tabaco seco del campo y aquí se fermentaba y luego lo compraba una rendataria y se lo llevaban a Santa Juliana o a Málaga», explica como si lo estuviera viendo. También que cuando se construyó la torre, se plantaron unos jardines inmensos en la zona delantera para continuar con la construcción de otras naves que llegaban hasta el fondo coincidiendo con el boom del tabaco. «Aquí venía tabaco de toda la Vega de Granada y estaban trabajando unos 400 obreros, entre hombres y mujeres, en su mayoría de Maracena pero también de Santa Fe y de otros pueblos de la Vega y de la capital que solían venir en un camión. El trabajo consistía en hacer pilones para luego clasificarlos y envasarlos», señala de este espacio en el que él y sus hermanos fueron ingresando en cuanto iban cumplían la edad.
En su caso sería su lugar de trabajo durante tres décadas y media lo que le permitió conocer con profundidad «tanto lo que se hacía aquí como en el campo», tal y como recoge en su libro en el que su hermano mayor José, ya fallecido, aportó once capítulos de los 41 que contiene y en el que Paco se ciñe más a lo que es la elaboración del tabaco, mezclada con anécdotas como el hecho de contar con una sola bicicleta para ir al trabajo por la que todos los hermanos se peleaban y que obligaba al resto a desplazarse a pie.
En su domicilio de la calle Ribera de Maracena, convertido en una especie de museo, completa la historia mostrando con inusitada emoción su libro y el álbum fotográfico regalado por el perito con 198 instantáneas. «Todo este material, más todas las obras de arte que tengo en la casa, porque también he sido escultor y pintor, vi muy claro que podría valer para recordar el pasado. Estoy dispuesto a donarlo para que se pueda ver como fue la la construcción de estos edificios. Cerca de los 90 años, me da pena que esto desaparezca porque es un patrimonio muy importante para las generaciones futuras. Espero que la gente competente que hay hoy en día en el ayuntamiento lo sepa valorar», concluye.
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