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Mi maestro

Relato ·

rafael bailón ruiz

Domingo, 26 de julio 2020, 12:49

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Termina septiembre y brotan nuevas raíces. Sorbo a sorbo, me deleito con el surtidor que engalana nuestra plaza. Ahora, luzco melena que brilla, acariciada por las manos de mi madre.

Bendito día, con el canto alegre del jilguero, recorriendo el trayecto que separa mi casa del colegio. Propiedades curativas tienen las palabras de María, mujer que me alojó en sus entrañas.

Una vez más, preparo a conciencia mi ritual. Atrás quedó el ambiente que parecía antesala del cementerio, la ignorancia voluntaria o la conciencia que no perdona el grave error.

–¡Vas a llegar tarde! ¡Levanta, desayuna y a clase! – una voz cercana se difumina–.

Me siento viandante en el tiempo, joven bautizada para una nueva era, forjadora de sueños, artista dotada de gracia o don manejando el pincel, inventora de colores alegres, sumiller de fragancias que llenan mi mente de recuerdos: olor a menta y albahaca, a veredas verdes o cuentos remotos que tocan ya a su fin. Clara y limpia nace entre las piedras, dejando suspiros a su paso, ilusiones por alcanzar el destino, lindas canciones que resuenan en la memoria.

–¡Ay, mi pequeño ruiseñor! – la voz de mi cuidadora parece música de compaña–.

Con la mochila en mi espalda, clavo mi mirada en luceros de infinita ternura, decidida, otorgando un brindis del más bello sentimiento a quien muestra «pupilas de boba», cada vez que, embelesada, me mira.

Confieso que necesito relajarme tras una clase de matemáticas, buscar refugio en los postres caseros que elabora mi queridísima yaya. Cierto es que en Física no me van mejor las cosas, pues un nuevo enseñante, repite y repite (como si tuviera una grabadora en la mano), otorgándome calificaciones que van de 1 a 4.

Es Lengua mi materia favorita, siendo mi maestro un anciano adorable que sabe transmitir la esencia de nuestro día a día, plantear iniciativas que nos erijan en héroes o ideas tan innovadoras como curiosas. Él sabe escuchar, disfrutar de la magia de sus pupilos, convertir una efímera hora en un castillo de momentos inolvidables, garantizar el aprendizaje permanente sin exámenes memorísticos o lecciones de corta y pega.

Pasión es la palabra más usada por quien se ha convertido en mi referente dentro del aula. Junto a este vocablo, pronunciaría otras como dedicación, altruismo, motivación, respeto o humildad.

La lectura se ha convertido en ese gusanillo que ha empezado a picarme, sin que pueda ni quiera desprenderme de él. Títulos claves de la literatura han ido a parar a mis manos, devorando con un apetito nunca antes experimentado, tales como: 'Cien años de soledad', 'Mujercitas', 'Rimas y leyendas' o 'Marina', entre otros.

En mi retina quedará para siempre la imagen de un poeta, un juglar que sirve de inspiración, un contador de historias, un mago con la palabra como herramienta, un extraterrestre en nuestro tiempo.

Obstinado en su empeño, Rogelio dedica cada recreo a sus chicos. No conoce el aroma del café dentro de su centro, tratando de sacar el máximo jugo de cada uno de nosotros. Su consigna siempre fue clara, consciente de la realidad de la que veníamos. Recuerdo ese lema que quedó grabado en mi memoria: «A partir de ahora, se acabaron las excusas».

Encorvado, por el paso de los años, es capaz de tejer una poesía como un pentagrama de virtudes, ofrecer una paleta de matices, responder siempre amablemente a cada una de nuestras interrupciones, repitiéndose la misma cantinela:

«Maestro, no me entero. ¿Podrías repetirlo de nuevo?».

–Entréguense. Confíen en sus posibilidades y nunca tiren la toalla –fueron las palabras con las que cerró su intervención, el pasado 28 de septiembre.

Superada la pandemia, me encontré con un profesional, alguien que supo abrirnos los ojos para comprender lo incomprensible, eliminar el vago y negativo conformismo, desechar la palabra rendición de nuestro diccionario, conocer en primera persona que los rayos de luz existen y no son únicamente tarea de la narrativa, marcar algunas fechas en mi calendario, así como enhebrar dos perlas cultivadas, orgullosa, consciente de la confianza que supo infundir en mí.

Y eso se lo debo a él, a ti, Rogelio, mi maestro.

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