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Actuación de la rondalla Parra Alta de Motril en la prisión de Alboote. Ariel C. Rojas
Una hora y media de música en la prisión de Albolote

Una hora y media de música en la prisión de Albolote

Una rondalla de Motril acudió ayer a ofrecer a los presos un repertorio de canciones andaluzas; «Nos ayuda a reflexionar, somos como esponjas», confiesa una de las internas

Laura Velasco

Granada

Martes, 18 de marzo 2025, 00:48

«Hemos tardado más porque a medio camino hemos tenido que coger la zodiac por la que estaba cayendo. Nos hemos puesto a nadar». La broma provoca las risas entre el público antes de que la integrante de la rondalla Parra Alta de Motril anuncie lo que va a suceder a continuación. Según explica, traen preparado un repertorio de canciones andaluzas, especialmente granadinas. «Esperemos que disfruten tanto o más que nosotros», agrega. Arrancan el aplauso general y hasta silbidos. Los instrumentos comienzan a sonar. A simple vista es una actuación normal, pero hay algo que la diferencia. El público está formado por presos del centro penitenciario de Albolote. Los artistas llevan colgada una identificación que los distingue como visitantes; es una de las múltiples actividades culturales que la institución organiza.

«La primera canción seguramente se la saben, así que canten, toquen las palmas y bailen», indica el grupo musical. Los internos observan detenidamente cada actuación y, como les han sugerido, se mueven desde sus asientos al ritmo de la música. La primera, 'Así es mi Granada'. Las internas se abrazan entre ellas. Es un día muy diferente. Sobre el escenario, las cantantes mueven con gracia sus abanicos de colores. Algunas llevan mantones, otros pajaritas rojas. El escenario y el recinto en sí se asemeja al salón de actos de un colegio.

Cuando finaliza el primer tema, se oyen 'olés' y 'arsas' entre el público, muy entregado. «Ya queda menos para la feria, así que vamos con una canción dedicada al Corpus», prosigue la rondalla. «Ojalá estuviéramos allí», dice un asistente. Es una hora y media de evasión, pero la realidad sigue siendo la misma. Cumplen condena por sus actos delictivos. En medio del evento, un interno se dirige al director de la prisión, Miguel Ángel de la Cruz. «¿Podría comentarle una cosa personal, señor?». No es el único que aprovecha cualquier momento para intentar hablar con el máximo responsable sobre sus problemas diarios.

Romper la dinámica

Charlamos con dos presos, un hombre y una mujer, sobre del concierto y qué significa para ellos. Verónica, natural de Málaga, lleva cinco años encerrada. El año que viene recuperará su libertad. Se llevará con ella lo que ha aprendido dentro. «Lo que nos organizan aquí nos ayuda a reflexionar, somos como esponjas. Tenemos que aprovechar los recursos», admite. Un día como el de ayer, con un acto especial programado, rompe su rutina. «Nuestro día a día está limitado por muchas normas. Tenemos bibliotecas y algunas cosillas más, pero la verdad es que se hace duro. Cuando vienen de las asociaciones a hacer actividades nos ponemos muy contentas, porque es romper esa dinámica que tenemos a diario», confiesa.

Se ponen «nerviosas» ya el día de antes de salir del módulo, conscientes de que hay una actividad que las mantendrá distraídas durante un corto espacio de tiempo. «Pensamos en qué vamos a ponernos, estamos ansiosas», indica Verónica. No siempre son conciertos, las actividades culturales y formativas son variadas. «Recibimos charlas para orientarnos y son un acierto, aprendemos cosas que nos servirán para nuestra nueva vida fuera», expone. En el Día de la Mujer, por ejemplo, aprendió «las distintas olas del feminismo» y ahora se las sabe «todas».

Juan es otro de los asistentes al concierto. Está en prisión preventiva. Lleva ocho meses entre rejas y aún no sabe cuál será la condena final, pero prevé que «larga». Actividades como la de ayer son las que permiten que no se vuelva «loco». «Gestionar la espera de no saber cuánto tiempo estaré aquí hace que entres en un bucle. La penitencia la llevamos por dentro», admite. Se siente muy bien rodeado por los profesionales de Albolote, y tiene claro que será una persona diferente cuando acabe de cumplir condena. «Nos tienen que reeducar. Es difícil adaptarse a tantas normas, pero es necesario», cuenta Juan, que ha cumplido 50 años en prisión. Desconoce qué edad tendrá cuando vuelva a la vida en sociedad, pero ya está trabajando para mejorar. «Estoy aprendiendo a coser, es mi mayor ilusión ahora», apostilla.

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