De hilanderas a emprendedoras: las vidas de la Fábrica de San Patricio
El edificio centenario junto al Genil, que fue una antigua fábrica de telas e hilaturas, se reinventa como 'hub' creativo
La fuerza del agua teñía lanas y movía telares. Hoy, ese mismo rumor del Genil parece despertar la memoria de la vieja Fábrica de San Patricio, un edificio centenario que resurge como espacio de creación y emprendimiento.
Pero la historia que se teje en torno a este lugar comienza lejos del río granadino, exactamente en Villoslada de Cameros, donde aún se alzan los restos de una gran fábrica de paños que llegó a contar con cuarenta telares movidos por la corriente del río Iregua. Aquel complejo industrial, protegido por Felipe V, abastecía de tejidos al ejército, y sus trabajadores gozaban de ciertos privilegios: estaban, por ejemplo, exentos del servicio militar.
Nadie sabe con certeza si Patricio García Muro, natural de Villoslada, trabajó en aquella fábrica. Lo que sí parece claro es que heredó ese espíritu industrial y lo trasladó a Granada, donde fundó una empresa textil que perduró durante más de un siglo.
El hilo que une un siglo de historia industrial
Corría el año 1875 cuando Patricio García Muro fundó la Fábrica de Tejidos e Hilados San Patricio. Eligió un solar junto a la Acequia de los Catalanes, que aún discurre discreta junto al edificio, imprescindible entonces para lavar, teñir y mover los telares.
Era una época de esplendor industrial en Granada, dominada por las fábricas de harina y azúcar. La textil no era la más pujante, pese al peso histórico de la seda, el lino o el cáñamo. García Muro supo adaptarse: abasteció a las azucareras con sacos industriales y filtros, y cuando ese negocio decayó, diversificó la producción con driles, lonas, cortinas, tapices y alfombras de estilo árabe y alpujarreño que llegaron incluso hasta Brasil. En la calle Alhóndiga, una tienda mostraba al público las creaciones de San Patricio.
El empresario fue también el primero en plantar algodón en Motril, aunque su calidad no convenció y pronto optaron por importar hilo de Inglaterra. La fábrica llegó a emplear a un centenar de trabajadores.
Sin hijos, Patricio confió la empresa a su sobrino Cecilio Carnicero, a quien formó en la Escuela Industrial de Barcelona. «Debió de ver en él las mejores cualidades», cuenta Francisco Roca, abogado granadino y nieto de Cecilio, desde el despacho de la casa familiar en la calle Recogidas. Tanto fue el afecto que Cecilio sentía por su tío, que mantuvo la razón social 'Sobrino de García Muro' hasta su conversión en 'Granada la Industrial', nombre que conservó hasta su venta a finales de los años cuarenta.
Cecilio se casó con Carmen Castillo y tuvieron cuatro hijas. Francisco Roca es hijo de Cecilia, la tercera de las Carnicero Castillo. «Cecilio era muy bueno, un hombre extraordinario», le cuenta su madre, que, a pesar de las lagunas de la memoria de sus noventa años, se emociona al recordarlo.
Cecilio construyó una pequeña colonia obrera junto a la fábrica, donde residían varios de sus empleados. Alguna de aquellas tejedoras aún vive en Bola de Oro. La familia tenía una casa aneja a la fábrica, con un estanque que servía de piscina para las niñas. Allí solían pasar los veranos, y hasta allí se remonta la imaginación de Cecilia, hilando recuerdos con la misma paciencia con que antaño se urdían los paños. «Mi abuelo abría la reja de la fábrica para que los hijos de las hilanderas jugasen con sus hijas», cuenta Roca. En los años duros, ofrecía verduras de su huerta a los trabajadores para aliviar el hambre y solía entregar telas al colegio Cristo Rey, donde estudiaban sus hijas, para que las monjas las distribuyeran entre la gente necesitada.
«Cecilio fue un hombre extraordinario. Construyó viviendas para los trabajadores y les ofrecía productos de su huerta»
Francisco Roca
Nieto de Cecilio Carnicero
El siglo XX fue implacable. La crisis del azúcar, los nuevos derechos laborales y el aumento de los costes quebraron la rentabilidad. Cecilio acabó vendiendo la fábrica y vivió de los alquileres de sus propiedades. Entre ellas estaba la antigua Casa de Correos, al final de la Gran Vía, donde hoy se levanta el monumento a Colón e Isabel la Católica, y que el Ayuntamiento le expropió y demolió dentro de un proyecto de reforma urbana. Murió sin ver resuelto el litigio.
De fábrica a laboratorio creativo
Hacia 1979, la Fábrica de San Patricio cerró sus puertas definitivamente tras más de un siglo de actividad. Un año después, el Ayuntamiento de Granada adquirió el edificio con la intención de darle nuevos usos.
Promovió su rehabilitación bajo la dirección del arquitecto Federico Salmerón Escobar, quien respetó la fachada de inspiración neomudéjar y conservó la estructura de madera original apoyada sobre pilares de fundición, vigas de roble americano cortadas a hachazos y cerchas metálicas que hoy pueden verse en un salón de actos en la planta superior. «Lo interesante de este edificio, su valor, está dentro», asegura el arquitecto. «En su rehabilitación potenciamos el interior respetando al máximo todos los espacios. Es un edificio que habla».
«Lo interesante de este edificio, su valor, está dentro. Es un edificio que habla»
Federico Salmerón
Arquitecto
Durante años albergó el Instituto Municipal de Formación y Empleo (IMFE), un guiño involuntario a su pasado, entre las paredes donde trabajaron tantas hilanderas, tejedoras o urdidoras, otras mujeres se formaban para reinventar su futuro laboral. Más tarde se convirtió en sede de GEGSA, la empresa municipal dedicada a la gestión de eventos.
En septiembre de 2024, un acuerdo entre el Ayuntamiento y la Asociación de Jóvenes Empresarios (AJE) dio una nueva vida al edificio, transformándolo en una incubadora de proyectos culturales y creativos. Hoy, quien cruza sus puertas encuentra un espacio luminoso y diáfano, donde la luz se derrama a través de los ventanales centenarios. Hay salas de coworking, talleres, aulas y hasta una pequeña exposición de arte contemporáneo.
Al caer la tarde, la luz se vuelve de oro sobre la fachada. Dentro, los nuevos ocupantes tejen ideas con sus portátiles, mientras en el aire parece flotar un aroma metálico y dulzón, mezcla de lana mojada y tinte.
Una familia bien relacionada
La familia de Cecilio Carnicero no fue la única originaria de Villoslada de Cameros que prosperó en Granada. También los Echevarría, sus paisanos, destacaron en el mundo empresarial. Francisco Echevarría Moreno y su hijo Celestino fueron propietarios de varios inmuebles en Gran Vía y del antiguo palacio del marqués de Márgena, en Dúrcal, rebautizado como Palacio de los Echevarría.
Hasta los años veinte, Francisco fue copropietario, junto a Cecilio Carnicero García, de unos almacenes de tejidos en la calle Mesones, y ambos utilizaron La Madraza como depósito de mercancías (Del artículo 'Reajustes internos dentro de la élite económica de Granada durante la modernización autoritaria (1923-1930)' de, entre otros autores, el profesor de la UGR Roque Hidalgo Álvarez).
Los Carnicero también se emparentaron con la familia Roca, propietaria de la célebre Fundición Roca, cuyos trabajos en hierro, rejas, balaustradas y columnas, marcaron el urbanismo de calles como Mesones, Zacatín o Bib-Rambla. La fundición se encontraba junto al río, donde hoy se levanta el edificio de Los Sánchez.
La unión se consolidó cuando Cecilia Carnicero, hija de Cecilio, se casó con Francisco Roca Lozada, hijo de Francisco Roca Yébenes, que fue concejal del primer ayuntamiento republicano y amigo personal de García Lorca, uniendo así dos de las grandes sagas industriales de la Granada moderna.
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